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3.10.09

GRUPO DE PENSAMIENTO POLETICA

Lo común en litigio. Espolones poléticos

A modo de presentación

No es como libro como podría responder al deseo, sino más bien en función de lo que hay a su alrededor. Un libro no vale nada por sí mismo (…) De todos modos, si un libro responde a un deseo lo hace en la medida en que haya ya mucha gente que esté harta de cierto tipo de discurso ordinario, y por lo tanto en la medida en que participe en un cierto reagrupamiento de los trabajos, con resonancias entre trabajos y deseos.

- G. Deleuze

Todo libro es una multiplicidad de fuerzas. Un entramado de líneas que conforman, no sin conflictos, derivas, choques y contramarchas, un cierto punto de solidificación, un diagrama frágil siempre presto a quebrarse a sí mismo y rehacerse a partir de una línea, de una fuerza que rechaza esa solidificación y se resiste al diagrama. A la vez actualización de la necesidad imperiosa e inevitable muchas veces de darse a la escritura, pero también, y por ese mismo gesto, de encontrarse totalmente desarmado, en fuga, perdido. Las palabras se agolpan, se traicionan, resuenan entre ellas de manera tal que nunca escribimos lo que queremos decir. De ahí la desesperación y la obsesión frenética por corregir, releer y re-hacer lo escrito. Comenzar siempre otra vez de nuevo nos lanza a, como diría Borges, publicar para dejar de corregir. Es decir, un libro, una publicación, es también una instancia de finitud que nos muestra que nunca figurará lo que queremos que aparezca, tal como nos lo representamos. Es el mínimo de representación alcanzado en un juego cuyas cifras y razones de ser le escapan por completo. En ese sentido, la publicación, el libro, es un resultado escueto de un proceso que lo excede y que es mucho más amplio. Y si es así, se publica entonces para multiplicar los posibles encuentros de ese proceso, para hacerlo extender y potenciarlo bajo líneas de heterogeneidad novedosas y –esperamos- insospechadas, que continúen a su manera las fuerzas no representativas que cargan y hacen posible al libro. Bajo esta perspectiva, escribir deja de ser la antesala de la publicación para transformarse en la promesa de una continuidad errante y de un encuentro con otra fuerza, que responderá –y nuevamente, esperamos- de la única manera en que puede hacerlo: fuera del libro. En las resonancias de problemas comunes, de obsesiones compartidas, de entusiasmos prácticos. Es decir, aquella respuesta no puede brotar sino del elemento común del que surge la publicación misma: los problemas sociales, políticos y de pensamiento que asedian la vida y la vuelven deseo de escritura.

Y si todo libro es proceso de pensamiento y escritura, en nuestro caso esto repercute doblemente. Porque quienes lanzamos esta publicación nos conocimos mucho antes de producir estos escritos. Y bajo circunstancias que no implicaban bajo ningún aspecto el objetivo explícito de la publicación. De acuerdo a nuestro proceso de trabajo y producción, no escribimos para publicar exclusivamente. Todo el libro no es sino el punto de detenimiento parcial de las líneas de pensamiento y escritura que fuimos tejiendo en el marco del Grupo de Pensamiento sobre la Ética y la Política que dimos en llamar Polética. De aquí que este libro no se entienda sin el plexo referencial de la experiencia compartida en el grupo y del proceso de trabajo específico que fraguamos a lo largo de más de cuatro años y medio. Por eso, antes de comentarles cuáles fueron los motivos que nos llevaron a realizar esta publicación –más allá del genérico que les mencionamos antes-, nos queremos detener un poco en explicitar las condiciones de emergencia del grupo y algunas estaciones precisas de nuestro recorrido.

1. Polética

Somos estudiantes y egresados de la carrera de Filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Es cierto que podemos dejar de serlo sin mucho remordimiento. Sin embargo, nuestro origen está signado por ello. Es decir, nuestro encuentro está condicionado por el tránsito por las instituciones vigentes, en este caso la universitaria, condición y encuentro que para nosotros no es menor. Pero vamos de a poco.

Cuando finalizaba el primer cuatrimestre de 2006, un grupo de compañeros/as propuso leer y pensar las monografías que habíamos realizado en vistas de, en principio, el mezquino interés de aprobar una materia de filosofía, Problemas Especiales de Ética. La idea de socializar los trabajos de compañeros y compañeras, cosa poco habitual en la academia, hizo que esa fuera nuestra primera actividad en común. Así las monografías por una vez eran comienzo de algo y no un punto y aparte. Y esto ya es mucho decir.

Si ya juntarnos a discutir trabajos de otras compañeras y no solamente los trabajos de los “grandes” e “ilustres filósofos” es raro, más raro fue aun ir a la casa de la que había sido nuestra profesora del práctico a ver y discutir “Notre Music”, para ese entonces la última película dirigida por Godard, entre chicitos, papas fritas y demás condimentos. Sin menospreciar el cine de autor y de las veladas culinarias –más bien al contrario, somos fervorosos cinéfilos y amantes del buen vino y del Fernet- lo cierto es que con esa película pretendíamos darle continuidad a las problemáticas éticas y políticas que habíamos transitado durante la cursada. De alguna manera, el intento por activar la socialización y la valorización de nuestra propia producción se intensificaba con la ruptura de la “cuatrimestralización” del filosofar que impone la academia. Por lo general, nos suele pasar que una buena cursada –las hay pocas, es cierto- termina transformándose, en el mejor de los casos, en una experiencia potente que colgamos en el perchero nostálgico del recuerdo que queda luego de nuestro frenético avance –si es que no abandonamos en el camino o nos demoramos toda la vida- de un parcial a otro, de un final a otro, de una materia a otra; y más tarde, de un informe a otro, de una ponencia a otra, de un congreso a otro y así-. De alguna manera, aquella socialización de los trabajos y esta ocasión cinéfila se presentaron como la oportunidad de salir de la bitácora del recuerdo melancólico y de la bufa paralizante para actualizar en la práctica otra manera de producir pensamiento. En ese encuentro y en esa conjura del anhelo y la demanda es que Polética empezó a conformarse como tal. Nos olvidábamos: lo que parecía convocarnos era el amplio y pretencioso eje de la relación entre Ética y Política. De aquí nuestro nombre.

2. Cómo nos organizamos

Los encuentros los fuimos organizando a partir de diferentes problemas. De ahí que no trabajamos tal o cual autor sino que vemos qué es lo que los diferentes autores aportan (o no) al problema que estamos pensando. Tratamos entonces de hacer una inversión del trayecto filosófico de los claustros universitarios: en vez de ir desde los autores a los problemas, consideramos que lo que primerea y hace posible el pensamiento es la producción de un problema filosófico. Y es que hay una necesidad del pensamiento. El pensamiento no funciona solo, en la placidez del gesto solitario tal como nos la presenta la imagen hegemónica de la actividad intelectual. Pensamos porque nos vemos forzados a hacerlo, porque hay algo en la realidad social, política y filosófica de la que somos parte que violenta nuestro pensamiento, que problematiza nuestras prácticas cotidianas. Violencia que se presenta como problemática porque no goza de una respuesta única y precisa sino que nos golpea con la insistencia plena de aquello que no sabemos cómo afrontarlo, que nos obliga a decidir y producir una respuesta posible. Es más, muchas veces, sobre esos problemas, sobre esas violencias que activan al pensar, no sabemos siquiera si tendrán respuesta alguna. Nos permitiremos citar tal vez por única vez en este prólogo:

“La aparición de la pregunta ilimitada (...) ¿son buenas nuestras leyes? ¿Son justas? ¿Qué leyes debemos hacer? Y en un plano individual: ¿es verdad lo que pienso? ¿Cómo puedo saber si es verdad en el caso de que lo sea? El momento del nacimiento de la filosofía no es el de la aparición de la ‘pregunta por el ser’, sino el de la aparición de la pregunta: ¿qué debemos pensar? (...) El momento del nacimiento de la democracia y de la política no es el reino de la ley o del derecho, ni el de los «derechos del hombre», ni siquiera el de la igualdad como tal de los ciudadanos: sino el de la aparición en el hacer efectivo de la colectividad, en su puesta en tela de juicio de la ley. ¿Qué leyes debemos hacer? Es en este momento cuando nace la política y la libertad como social-históricamente efectiva. Nacimiento indisociable del de la filosofía (...)[1]”.

Son preguntas-problema como estas las que siempre hay guiado nuestro trabajo. Y es a partir de allí que recurrimos a todos los materiales que nos ayudaran a desplegar estos verdaderos tensores de nuestras habitualidades. Esos materiales pueden ser un film, Violencia Rivas, correspondencias, La sexta Declaración de la Selva Lacandona, entrevistas a compañeros de militancia, documentales, revistas varias con las que nos formamos teórica y políticamente y, claro, textos de los tradicionalmente llamados “filosóficos”. Textos de los que no renegamos y que nos han ayudado tanto como los otros materiales a afrontar la impronta etérea e insistente de las preguntas. Incluso muchas veces nos dedicamos a profundizar en líneas específicas de ciertos autores, muchos y muchas de nosotros trabajamos también autores, pensamos y practicamos desde allí. Pero es justamente porque esa recurrencia en el modo de plantear y desarrollar los problemas que presentan esas lecturas, a veces más pormenorizadas, otras más laterales y por rodeo, nos permiten ir más allá de nuestras propias certezas y calibrar la intensidad de una pregunta filosófica. Es ese trabajo del pensar íntimamente ligado a los problemas socio-históricos, vivos, inclaudicables el que nos interesa, sea el autor que fuera, de la latitud y el momento histórico que fuere.

A lo largo de nuestros más de cuatro años de trabajo fuimos delimitando una serie de problemas que fraguaron nuestras líneas de pensamiento. En este momento estamos embarcados/as en la búsqueda de una forma de hacer política que se piense más allá o más acá de la forma vigente o actual del Estado en la sociedad capitalista. Y decimos bien, compartimos el problema y no así sus parciales y particulares respuestas. Porque consideramos que si bien siempre es deseable arribar a mayores líneas de convergencia y diálogo, no anteponemos por sobre la práctica y el proceso de construcción las líneas ideológicas o las camisetas políticas. Polética es un espacio convergente pero diferencial. Es decir, recusamos la práctica liberal que asume las diferencias pero que jamás las pone en discusión, armando circuitos paralelos que conviven a la distancia y siempre y cuando una no le rompa las pelotas a la otra; tal como se hace en la facultad, que cuando aparecen líneas ideológicas divergentes, se arma una cátedra paralela, y se defiende la libertad de cátedra, que no es otra cosa que cada uno/a haga rancho aparte y la discusión de posiciones diferentes no aparezca sino allí donde las paralelas se cruzan, es decir, en el infinito…Pero tampoco congeniamos con aquellos que consideran que solamente se puede pensar con el que se posiciona exactamente en la misma vereda que una, en la misma organización política, en la misma trinchera filosófica y política. Nos une el gesto fraternal y belicoso a la vez de la afirmación de la diferencia y de la confrontación real en vistas al problema que nos guía (algunas nos reivindicamos anti-capitalistas, otros también pero no es lo que necesariamente rige nuestras reflexiones o no se entiende el capitalismo de la misma manera, otros consideramos inevitable construir pensamiento desde una posición que cifre su horizonte desde la mirada latinoamericana, otras ponderamos la necesidad inevitable de la apertura a la otredad como plafón para cualquier posicionamiento ético y político defendible, y así…) No decimos que esta sea la mejor ni la única manera de trabajar y mucho menos que esta sea la forma de zanjar el problema de la organización y la diferencia política –estamos muy lejos de eso- pero sí es la manera que nos ha permitido potenciar el auto-cuestionamiento constante y conjurar lo más que podamos nuestras propias cerrazones y auto-referencias claudicantes.

Y, hay que decirlo, también nos une una apuesta, porque nuestro derrotero no ha sido meramente crítico. Hemos estado experimentando una obsesión que nos asedia una y otra vez: la democracia. Entendemos que aquella crítica y nuestra propia experiencia como grupo son parte del ejercicio incesante de esta obsesión. Una democracia abierta constantemente a su auto y hetero deconstrucción, como práctica permanente, y no como un sistema de gobierno que nos esperaría como el paraíso terrenal cual advenimiento saturnino para resolvernos todas las contradicciones. Es decir, afirmamos la democracia como problema.

3. Academia y academicismo

Retomamos lo que habíamos anunciado más arriba y que habíamos desplazado. Tal vez recuerden, si no dejaron el libro desde el mismísimo prólogo, que por ahí decíamos que éramos estudiantes y egresadas de la carrera de Filosofía de la UBA y que podíamos dejar de serlo sin mayores problemas. Hemos ido demasiado rápido, lo reconocemos. Nuestro tránsito por la academia y por las instituciones establecidas no es de mero rechazo. Si hay algo sobre lo que hemos transitado por la propia experiencia como grupo es la mesura a nuestro propio impulso por rechazar de cuajo toda institución establecida. Deploramos la actitud que ve en todo lo establecido el asco por lo existente y que reacciona invocando un afuera prístino y ayuno de las maneras de trabajar que criticamos. Y tampoco acordamos con aquella posición que dice que en la academia no se puede hacer nada y que todo es una mierda. Por el contrario, muchos y muchas de nosotras trabajamos en la academia, otros seguimos cursando, otros estamos encarando proyectos de investigación, otras estudiamos en terciarios. Recordamos que nuestro propio tránsito surgió de un práctico de una materia de la carrera –atípico es cierto, pero ínsito en la academia sin duda. Como grupo también hemos participado –y en muchos casos sufrido- de congresos académicos, presentamos proyectos de reconocimiento institucional en la UBA (ya presentamos dos) y no rechazamos de cuajo la formación universitaria. También reconocemos que allí nos hemos formado y que esa pertenencia a la facultad nos ha generado condiciones de posibilidad positivas –junto con otras yerbas menos destacables-. Es decir, no nos presentamos como diferentes en tanto seres excéntricos ni originales en su modo de actuar y pensar, simplemente intentamos pensar algo distinto al orden hegemónico para movernos de un modo distinto en dicho orden.

Está claro que no tenemos definido cómo hacer para llevar adelante esta relación tensa con las formas establecidas de producir conocimiento. Pero sí hay algo en lo que no nos reconocemos de la manera de trabajar hegemónica de la carrera y la universidad: lo que nosotras llamamos “academicismo”. Nosotras hacemos una distinción entre lo académico y lo academicista. Lo académico tiene que ver con sujetos o /y textos con cierto nivel de complejidad, lenguaje técnico, formas de acercarse a la reflexión y la necesidad de forjar la mayor precisión conceptual posible. Entendemos que esto no se genera solamente en la academia, pero también se genera allí. La academia produce, es cierto, sujetos formados de determinada manera, con cierto recorrido intelectual, con ciertas preocupaciones político- filosóficas, etc. Incluso en este mismo prólogo y en este mismo libro, digamos, nosotros escribimos textos de tipo relativamente académico. No deploramos que así sea. En ese sentido, de esa formación o formateo, como se quiera decir, tenemos que hacernos cargo, sobre todo si queremos problematizarla en profundidad y no pretender que la práctica de un grupo de estudio nos sacará mágicamente de las estrías universitarias, así por decreto. Somos académicos en tanto pensamos ciertas cosas que no todos, quizás, se pregunten de la misma manera. Y las expresamos en un lenguaje y con unos conceptos que, quizás, no todos utilicen. De hecho el trabajo profundo con los textos y materiales de reflexión teórica es preciso, sea en la universidad o en cualquier práctica intelectual.

Ser academicista, por el otro lado y en cambio, es algo distinto. El academicismo como forma hegemónica de trabajar y producir conocimiento en la facultad implica una serie de operaciones específicas. En primer lugar, la práctica academicista tiene que ver con una mala elección del objeto de estudio. Como decíamos antes, consiste en no trabajar problemas sino que su objeto suele ser un determinado concepto en un autor –o como mucho una serie de conceptos- aislado de toda práctica que no sea la mera repetición de la tradición establecida o legitimada por la misma academia. De manera tal que esa investigación y ese trabajo, aislado de toda práctica y sentido social pregnante, no tiene más sentido que para aquel que está investigando. Y en ocasiones, esto último hasta es dudoso, considerando la soledad y el desamparo en la que se enmarca, por ejemplo, el trabajo de un becario. En segundo lugar, en las cursadas, que se organizan por materias, se suelen abordar contenidos que nada tienen que ver con el interés profundo y vital de los estudiantes (en algunas ocasiones no entra ni siquiera en el interés del propio docente…), sino que los programas se reducen a dictar una serie de conceptos sobre los que los estudiantes jamás podemos preguntarnos, colectivamente, por el sentido y la importancia de estudiar lo que estudiamos y, por sobre todo, cómo estudiamos y para qué. En tercer lugar, el resultado de la formación durante la cursada redunda exclusivamente y se materializa en la resolución de exámenes parciales y finales. Es decir, la única instancia de evaluación de lo que hacemos consiste en la repetición exhaustiva de lo que un filósofo dijo –en realidad, lo que algún filósofo dijo en una parte de su obra y hasta en ocasiones, en el capítulo de un libro. No hay lugar para ningún tipo de apropiación genuina y activa por parte de quienes pretendemos formarnos. El individualismo cunde por doquier: un examen implica una instancia de evaluación que analiza la capacidad de rendimiento de un cuerpo ante el contenido “transmitido”. Si no terminás a tiempo y con buen promedio, prácticamente quedás fuera de lugar. Los graduados se matan por un cargo y los profesores, muchos hastiados ya de la reproducción de lo mismo sin diferencia, repiten una y otra vez el mismo teórico año tras año…

Esto es lo que nosotros cuestionamos: la existencia de la academia como mero academicismo, el creciente verticalismo universitario como única forma de organización política y la amputación de toda apropiación renovadora y activa por parte de quienes nos estamos formando e incluso trabajando en la facultad. En este sentido, Polética no es una práctica de mera negación, de resentimiento furibundo a lo existente, de vituperio externalista y adolescente que no entiende de las necesidades de organización y mediaciones institucionales. Es, al contrario, emergente de un montón de prácticas alternativas deudoras del creciente ahogo para producir conocimiento que no sea exclusivamente el que sanciona la universidad. Polética no es el único grupo que trabaja así. Últimamente proliferan cada vez más grupos, talleres, revistas, incluso materias y seminarios organizados por los propios estudiantes, graduados y docentes que quieren practicar una manera distinta de relacionarse, que rompa lo más que pueda con el individualismo, la competencia y la verticalidad propias de la academia. Para nosotras entonces, el debate no es fugarse o no fugarse de la universidad –independientemente de que algunos de nosotros queramos hacerlo, hartos ya o que por el contrario, estemos intentando trabajar de otra manera a su interior. Nuestro intento es forjar, en la medida de lo posible, una práctica que afirme otra manera de producir y que potencie nuestra capacidad, creativa y cuestionadora a la vez, de las formas establecidas de concebir la actividad teórica, dentro o fuera de la facultad.

Polética, creemos, intenta afirmar una práctica, de lectura, de interpretación, de producción de ideas y de relaciones, distinta al modo hegemónico en que suele producirse conocimiento. Es un grupo que intenta establecer relaciones igualitarias a su interior. Participamos de este grupo tanto graduados como estudiantes en distintos tramos de la carrera e incluso de otras carreras. En este sentido, buscamos hacer de las diferencias de experiencias, conocimientos y afinidades teóricas un insumo para un aprendizaje colectivo. Digamos que, en el grupo, tratamos de hacer colectivamente lo que suele quedar en el plano individual. Esta práctica que en un principio podría entenderse sólo como una práctica textual (Polética es grupo de pensamiento) cifra también una práctica extra-textual que se evidencia en su mismo modo de organizarse. En fin, Polética es un grupo que desde su afirmación, magra, pequeña y acotada –lo reconocemos-, realiza una crítica práctica a la producción de conocimiento dominante.

4. ¿Para qué entonces una publicación?

Nos gustan los rodeos, no hay manera de negarlo a esta altura. Pero es en el marco de este rodeo que podemos explicitar los objetivos de este libro. Y es que luego de varios años de trabajo, también hemos llegado a ciertos posicionamientos respecto del problema mencionado antes. La obsesión por el problema de la democracia, la organización política, el intento por forjar una manera de hacer política que ponga en cuestión la organización típicamente moderna y capitalista de la sociedad, el problema de la diferencia, tanto política como cultural, social y ontológica, ha generado una serie de escritos que recorren y profundizan nuestros desvelos. Lamentamos decirlo: ninguno de ellos resuelve semejantes problemas. Y tampoco es que arribamos a posiciones unitarias, prolijas y armónicas, ni ideológica ni filosóficamente. Más bien los textos chirrían, chocan, resuenan entre sí, reflejan cercanías inevitables a la vez que muestran distancias insalvables. ¿Acaso era de esperarse algo distinto cuando de lo que se trata es de la pregunta por cómo debemos organizarnos políticamente y bajo qué perspectiva teórica y práctica abordarlo? El primer objetivo de la publicación consiste en tomar algunos de los elementos de nuestro recorrido como grupo y darnos la tarea y el desafío de ponerlos por escrito para socializar nuestros debates. Consideramos que solamente en la circulación y el debate con otras y otros podremos potenciar las líneas hasta aquí recorridas. Los textos que presentamos son, también, producto de la discusión colectiva en nuestras propias reuniones. Si desde que empezamos a reunirnos intentamos, en la práctica diaria de nuestras reuniones de discusión, generar cierto dislocamiento con respecto al academicismo; la elaboración de estos textos también estuvo atravesada por ese dislocamiento. Cada texto fue pulido y macerado en una larga serie de reuniones en las que, a partir de algunos bocetos escritos individual o subgrupalmente, sometimos las diversas escrituras a una elaboración común. Con esta elaboración colectiva, empero, no pretendimos agotar, superar o alisar diferencias. Cada texto, por lo tanto, fue retocado cada vez y terminado al fin por sus autoras, pero a partir del enriquecimiento colectivo en las reuniones. Intentamos, así, habilitar una instancia de escritura común, pero no de escritura de lo mismo. Intentamos, así, ser fieles a nuestra apuesta inquisitiva: construir lo común en litigio.

Sin duda, lo que publicamos es una deriva. Pero consideramos que es una deriva emergente de sendos problemas políticos y filosóficos que nos exceden y que, creemos, se presentan también en otros espacios y experiencias que se preguntan por la posibilidad de otra manera de hacer política y de otra manera de producir conocimiento. Muchos de quienes participamos del grupo, también militamos o hemos militado en otros espacios, no necesariamente afines a Polética y con muy diversos sentidos tácticos y estratégicos: ya lo hemos dicho, no pensamos lo mismo. Pero Polética nos ha dado la ocasión de profundizar esos sentidos, de pensar los alcances y limitaciones de esos espacios con una temporalidad y una pluralidad de voces que a veces, la temporalidad militante furibunda y los peligros de la exacerbada repetición de certezas hace difíciles de abordar. ¿Hasta dónde ciertos proyectos de emancipación radical no trasuntan claros sentidos utopistas y religiosos? ¿Cómo mantener una perspectiva de transformación radical de la sociedad sin caer en el postulado moderno de la identidad y la propiedad? ¿Cómo fomentar las condiciones de posibilidad de una autonomía que ya no se piense desde la exclusión de toda otredad? ¿Cómo concebir un pensamiento de la diferencia y de la apertura política radical que ya no dicotomice entre un adentro y un afuera? ¿Qué alcances y qué limitaciones encontramos en las nuevas formas de hacer política que se abrieron a partir del 2001? ¿Se puede hablar de práctica política a distancia total del Estado? Y por último, ya que hablamos de la formación heredada que aún permea en nosotros más o menos oscuramente: ¿no será que aún seguimos pensando demasiado cerca de ciertas categorías de la filosofía heredada, típicas del occidentalismo? A grandes rasgos todas estas preguntas vertebran los textos de la presente publicación. La puesta en discusión de estos problemas a la luz de otras experiencias también es otro de nuestros objetivos al momento de publicar. Es decir, no solamente socializar sino también poner a consideración ciertas preguntas en el horizonte crítico de algunos haceres políticos, propios y ajenos. Nuestro segundo objetivo consiste entonces en tratar de plantear un problema.

Tercer objetivo y quizá el más importante: luego de más de cuatro años de trabajo y si bien hemos hecho convocatorias permanentes a la participación del grupo, convocatorias que nos relacionó con un montón de compañeros y compañeros que participaron y participan hoy del grupo (en la actualidad cerca de la mitad de los integrantes de Polética participan a partir de esas convocatorias), la práctica cotidiana, una manera de trabajo muy aceitada, ciertos manierismos propios de la confianza y el tiempo, y ciertas necesidades de poner a consideración de otros y otras nuestra trabajo; nos hacen imperioso abrir el juego y buscar otras voces. Y es propiamente allí, en esas otras voces venideras y lejanas, que confiamos la potenciación de la singularidad diferencial y jovial del grupo. Sed de exterioridad que multiplique nuestros devenires. He ahí donde se halla nuestro principal objetivo.

Oh amigos no hay amigos

Se suele decir que en la activación política no hay amigos. La amistad viene a ser siempre asunto de otro orden. Si bien es muy posible que así sea y que desconocemos –sinceramente y sin sorna-, cuál es el alcance político de una experiencia como la de Polética -¿Es acaso la experiencia de un grupo de estudio autogestado una activación política? Y si es así, ¿En qué sentido?-, sin embargo, nuestra experiencia nos hace dudar un poco de aquel buen sentido.

Porque a la par que íbamos descubriendo qué problemas en común nos interesaba trabajar, cómo nos podíamos organizar para discutir, etc., descubrimos que todos teníamos algo en común: nos encantaba comer y tomar. De ahí que nuestros encuentros tengan siempre por epílogo una cena. Y esto no es menor. Polética es también un grupo de amigos, no porque lo hayamos sido antes de conocernos sino porque nos fuimos conformando como tal, con todos los que fueron incluyéndose a lo largo de estos cuatro años. Comer y tomar juntos después de las reuniones nos permitió conocernos más e incluso muchas de las discusiones que manteníamos en el marco de la reunión, se hacían más interesantes entre vinos y cervezas. Ninguna referencia a una tradición báquica o de simposio. Puros borrachos nomás. Y ninguna referencia tampoco hacia aquella tradición de amigos fieles y condescendientes porque en el tránsito vaporoso de la noche, la palabra y la copa no son sino la mueca cómplice de un grito sordo: oh, amigos, no hay ningún amigo…

Fragmentos de una deriva común

Los textos que presentamos a continuación son, como ya se hace evidente, resultados parciales y fragmentarios de nuestra experiencia en común. Como las ruinas, los textos son cifras fragmentarias de una historia habida. A la vez, cada texto introduce a esa historia habida desde una perspectiva peculiar, sin que haya de antemano garantías de reunir todas esas perspectivas en una visión sinóptica habilitada desde un presunto punto arquimédico. En primer lugar presentamos “Fragmentos de una investigación polética”, ensayo que reconstruye la vinculación histórica y lógica entre la subjetividad moderna y la génesis del Estado; para abrir, más allá del Estado y el predominio del sujeto, la promesa de otra autonomía. En segundo lugar, en “Usos del pesimismo” intentamos una interpretación radical del pesimismo antropológico adorniano, intentando repensar la apuesta política emancipatoria como apuesta por el conflicto. En tercer lugar, en el texto “Sobre la apertura en política” intentamos relacionar una lectura del eterno retorno nietzscheano con una apuesta por la deconstrucción de la dicotomía irreconciliable entre lo mismo y lo otro, fundacional de la metafísica occidental y la lógica de la soberanía que le va asociada. Presentamos, también, una serie de cartas apócrifas entre Derrida y Schmitt, en las que el humor, la ficción literaria y la producción filosófica se confunden de manera original. Asimismo, alternamos entre todos estos textos una serie de discusiones epistolares habidas entre nosotros a lo largo de estos años de trabajo. Somos entusiastas del género epistolar, porque socava desde el comienzo toda ficción de origen: en las cartas el pensamiento se expone conforme se va montando, retomando hilos dispersos y juntándolos acá o allá para volverlos a separara más adelante. Una carta nunca comienza por sí misma, siempre remite a otra cosa: a otra carta o a un afuera de las cartas. No puede haber epistología primera porque las cartas abandonan desde el comienzo la mitología de la causa sui, absurdo secreto de toda filosofía primera.

Dicen que los libros son largas cartas para los amigos, como si una amistad distante recorriera la historia de la escritura. Pero la comunidad de los que se leen y se escriben, a veces con siglos de distancia, es cualquier cosa menos armónica. Si hay algo como una historia del pensamiento, para nosotros se parece a un compendio de cartas: no tiene un origen que habilite la ficción de un sistema, pues cada texto remite siempre-ya a otra cosa, a otros textos o a un más allá de los textos. Sobre todo, la comunidad de los que leen y escriben está desde siempre en litigio: retomar, interpretar, articular un texto es también impugnarlo, debatirlo y asimilarlo. Presentar un libro significa para nosotros no sólo exteriorizar una trama de discusiones habitadas grupalmente, sino también arrojarlo a la incertidumbre de las lecturas imprevisibles, las resonancias inesperadas y las amistades lejanas.

Grupo de Pensamiento Polética

Invierno de 2011



[1] Castoriadis, Cornelius, “Poder, política, autonomía”, en El lenguaje libertario (Christian Ferrer comp.), G.E.A., Bs. As., 1999.