5.12.11

Encuentro del 26-11-11

1) Libro. Decidimos que no tiene sentido sacarlo este año. En tal caso, Eze tratará de sumar un capítulo más durante el verano. Habría que preguntar al diseñador si esto es posible o si lo forzaría a hacer todo el laburo de nuevo.

En cuanto a la tapa, nos gusta todo menos el cerebro. Por lo tanto propondremos que, o bien no lleve dibujo, o bien que lleve uno abstracto y más bien sobrio (ejemplo: la composición 2 de Mondrian).

2) Próxima reunión: miércoles 28/12 a las 19 hs. en mi casa. Tarea: cerrar el TTP y despedir otro año de trabajo polético. En la reunión subsiguiente la idea es armar un plan de trabajo 2012 siguiendo este eje más “metafísico” sobre las relaciones entre la unidad y la multiplicidad.

3) Discusión sobre el Tratado Teológico Político (TTP) de Spinoza.

Empezamos leyendo unos fragmentos de Toni Negri y los desafíos del imperio de N. Kohan. Elementos destacados de la lectura: Spinoza fue, en primer lugar para Althusser y en segundo para Negri, un “rodeo teórico” indispensable para hacer la crítica de la dialéctica hegeliana. El pensamiento de Spinoza les permitió formular una teoría de la historia que atribuya opacidad constitutiva a la inmediatez de la experiencia de sentido común, calificándola como ideológica. El marxismo de Althusser, asimismo, se basa en el rechazo de la trascendencia teleológica como fundamento de la comprensión unitaria de la historia universal. La divinidad ateolelógica e inmanente de Spinoza permitiría, entonces, formular una teoría de la historia no subordinada a un principio trascendente; así como una teoría de la ideología capaz de dar cuenta de la característica opacidad del sentido común y la experiencia cotidiana. Sin embargo, para Kohan el spinozismo althusseriano constituye una trampa del pensamiento y la acción. Su concepto de la sustancia, al carecer de contradicciones, imposibilita la formulación de un marxismo centrado en la lucha de clases.

Negri, por su parte, intentaría, amparándose en Spinoza, romper la ligazón clásica entre El capital y la Ciencia de la lógica, exacerbando el materialismo contra la dialéctica y, correlativamente, apelando a la potencia de la multitud frente a la subsunción estatal de lo social. La multitud, cabalmente ajena a la lógica de la representación, conjugaría comunismo y democracia al margen de la mediación estatal. Sin embargo, el concepto de comunismo de Negri resulta demasiado vago (se identifica con “lo común” sin más), por lo que la apropiación de Spinoza por Negri tampoco es prometedora.

No discutimos mucho sobre lo antedicho, sino que pasamos directamente a reponer algunos elementos de la Ética. Antes de abordar el Libro I, y para enmarcar la discusión, Parra propuso -con su habitual buen tino- suspender por un momento la (supuesta) diatriba “Spinoza vs Hegel”, condicionada en no menor medida por coyunturas históricas bien precisas (el PC francés en los 60, el operarismo italiano en los 70 etc.). Nos propusimos, en cambio, indagar un poco más claramente en el problema de la índole de articulación entre unidad y multiplicidad en el pensamiento spinoziano.

Repusimos, entonces, algunas nociones elementales de la Ética. Empezamos por marcar la distinción entre “Natura Naturans” y “Natura Naturata”, es decir, entre lo que existe y se conoce por sí mismo (la sustancia, que se expresa en infinitos atributos, de los que sólo conocemos dos, la extensión y el pensamiento) y lo que es y se conoce por otro (los modos finitos o afecciones de la sustancias).

En este marco, señalamos que la cuestión de la necesidad y la contingencia tiene dos caras. Por un lado, la contingencia no existe en el sistema de Spinoza, en la medida en que las afecciones de la sustancia se siguen forzosamente (no voluntaria o casualmente) de su naturaleza. La propia sustancia, a la vez, es causa absolutamente libre de cuanto hace, puesto que es causa de sí, es decir, que existe y obra completamente según su propia naturaleza. Por otro lado, la creencia en la contingencia de los fenómenos con los que nos encontramos responde al carácter limitado de nuestro conocimiento: sólo conocemos sus causas próximas, mas no sus causas más lejanas. Nuestra ignorancia, entonces, lleva forzosamente a comprender prejuiciosamente la realidad. Nuestros prejuicios son, pues, producto de la conjunción de nuestra ignorancia innata sobre las causas eficientes y del conocimiento imaginario de los fines que nos convienen o motivan presuntamente. El prejuicio, en general, consiste en un desplazamiento de las causas eficientes reales por causas finales imaginadas. No se trata, pues, tanto de un conocimiento errado como de un conocimiento incompleto suplementado con ficciones imaginarias. Entre los prejuicios se encuentra, así, la idea de que Dios fijaría mandatos para los hombres, estableciendo leyes trascendentes por una voluntad arbitraria. Estos prejuicios son en general resultado de confundir la Natura Naturans y la Natura Naturata, creyendo que la imaginación es el único medio de conocimiento.

Señalamos, asimismo, que el paralelismo entre los atributos impide toda dialéctica entre pensamiento y extensión, a la vez que obtura (o resuelve) de movida el problema de la relación entre ambos. La totalidad expresiva centrada en la sustancia, a la vez, nos impuso la pregunta por la relación entre multiplicidad y unidad. Parece tratarse de una “multiplicidad de los mismo”, en la que la única sustancia se expresa en infinidad de modos de infinitas maneras. Con todo, también mencionamos que la unidad podría comprenderse como no contradictoria con la multiplicidad, y por lo tanto no la negaría ni subsumiría. Esta cuestión la dejamos abierta.

Pasando a la discusión del Tratado teológico-político, señalamos la simultánea relación de continuidad y ruptura con la Ética. Por un lado, en la medida en que este último libro provee la ontología general spinoziana, evidentemente hay una relación fundamental de continuidad. Por otra parte, en aquellos aspectos “propiamente éticos” de la Ética, la discontinuidad aparece. La Ética parece inducirnos a lo que Spinoza llama “felicidad” o “beatitud” en el TTP, es decir, nos estimula a practicar la sabiduría y el amor de Dios, constituyéndonos en lo posible en “causas adecuadas” (conocedoras de la necesidad) de nuestros accionar. Ese llamado ético parece tener eficacia fundamentalmente en relación con cierto plano de “interioridad”, no porque implique un aislamiento con respecto a la dinámica expresiva de la totalidad de la sustancia, sino porque implica una adecuación a esa dinámica que sin embargo es independiente de las circunstancias externas, más o menos fortuitas, en las que exista el individuo (incluyendo la clase de Estado en que viva, etc.). Spinoza parecería, en cambio, escribir el TTP pensando precisamente en cómo lidiar con esas circunstancias fortuitas. La política, así, sería un ámbito de existencia cuya forma característica de conocimiento parte de la imaginación, antes que del conocimiento por ideas adecuadas y evidentes.

A la vez, la política spinoziana pareciera asumir precisamente que los hombres no son, ni es esperable que lleguen a ser, en general sabios, beatos o felices. Cierto “pesimismo moral” enmarca, entonces, la política spinoziana, en el sentido de que es una política que asume que los hombres no se comportan normalmente conforme la Ética (y que tiene derecho a ello, pues de todos modos no se trata de una ética propiamente prescriptiva). Esto se relaciona también con las frecuentes afirmaciones de Spinoza sobre la necesidad de considerar la naturaleza humana tal y como es, sin violentarla en la teoría.

Sólo llegamos a discutir en detalle el “Prefacio”. Señalamos la recuperación de la distinción entre razón y superstición. Esta última se relaciona con las representaciones que se hacen los hombres movidos por las pasiones (fundamentalmente el temor y la esperanza, que los asaltan ante la adversidad de la fortuna).

Indicamos, finalmente, que el objetivo del libro es demostrar la necesidad de la libertad de opinión y expresión para el mantenimiento de la paz del Estado. La idea de “sedición” por el solo uso de la palabra, sostiene Spinoza, se basa en la confusión de las esferas de la acción propiamente dicha y el pensamiento.