30.7.13

Encuentro del 29/06/2013

Acta polética


 

Hegel habla con una vieja: acerca de la Sociedad Civil


Ya estamos la eticidad; quedaron atrás aquellos bellos pero unilaterales momentos del derecho abstracto y la moralidad. Ambos fueron dialécticamente elevados, a la vez conservados pero superados en una figura más completa y compleja, con más determinaciones. Y será en esta tercera figura en la cual se exhibirá la articulación real del derecho con el deber, la verdadera realización de la Idea de libertad que viene protagonizando esta historia. 
Muy bien, en nuestra exposición junto a Andrea comenzamos refiriendo la disolución del primer momento ético, o sea, la transición desde la familia hacia la sociedad civil. De dicha disolución, destacamos, se desprenden dos principios generales cada uno de los cuales, en su debido momento, habrán de desarrollarse en beneficio de la realización cabal de la Idea. Por un lado, tenemos aquél que será la clave de esta sección que nos ahora toca desplegar, la particularidad; por otro, el de la nacionalidad o el pueblo, que – si no me equivoco – será retomado luego en la sección de El Estado.
Hablemos de la particularidad. Hegel asegura que se trata de una apariencia de verdad. En la medida en que, en este momento, el individuo se toma a sí mismo como fin y fundamento. Pero esto es apariencia porque, luego - especulación mediante - quedará en evidencia su íntima dependencia, o mejor dicho interdependencia con los otros; o sea, su carácter social y político. 
No obstante, no podemos perder de vista que nuestro carácter social, es decir interdependiente, puede ser experimentado de, al menos, dos modos: o bien como la necesidad de los otros y del Estado para mi propia satisfacción, o bien como el espacio y la sustancia de la libertad real, en que efectivamente nos realizamos como personas. 
Claramente, para Hegel es esta última la apreciación subjetiva correcta de lo que implica nuestra interdependencia, nuestra sociabilidad. Pero esto no impide que el principio de la particularidad, en su infinitamente productiva falsedad, deba desarrollarse en toda su profundidad. Todo lo contrario: el egoísmo, la miseria y el lujo son momentos necesarios del desarrollo de la Idea. (Y algo por el estilo podría decirse del Mercado: aunque Hegel no cree que sea el fin último, ni siquiera que pueda auto-rregularse, eso no quita que tiene una función histórica primordial, civilizadora, de fundamental importancia.[1])
E insisto en este punto: la escisión entre los extremos de la particularidad subjetiva y de la universalidad objetiva propio del sistema de necesidades - es decir, ese momento en el cual, como dice Hegel, “se pierde la eticidad” - es un momento ne-ce-sa-rio.
Entre otras cosas, porque esta perdida terminará siendo la ocasión para que la Idea pueda re-encontrarse consigo misma, pero enriquecida: luego de haber recorrido y asimilado todo aquello que, al principio al menos, le era ajeno, le era, hasta entonces, exterior. 
Dicho esto, avancemos con la particularidad cuesta.
Como vimos, el sistema de las necesidades es presentado en tres momentos: el primero es eminentemente individual, y trata del modo de necesidad y satisfacción.
Una vez que el individuo deja la casita de los viejos y se pone a patear por los caminos de la vida, su primer paso hacia lo universal estará cifrado en la realización de sus propias necesidades. En este sentido, su deseo natural y todo aquello necesario para satisfacerlo - las cosas, el trabajo y el intercambio - representarán su primer paso hacia la verdadera libertad.
Hegel, al comienzo, se encarga de mostrar que en esa necesidad de dar con las cosas y los medios que la satisfacen ya aparecen los otros como condiciones de posibilidad de mi realización. Y esto me exhibe a mí mismo como unilateral, abstracto, en tanto individuo.
Sin embargo[2], en vez de seguir esa línea argumentativa, Hegel encara por el lado de la diferenciación de las necesidades y  la multiplicación de los medios de satisfacción, tanto como de los objetos que satisfacen nuestro deseo. Esta complejización, dice él, es índice del carácter universal del hombre y su producción. Pues en la medida en que mediatiza su deseo, lo saca de la órbita animal; de este modo, se transforman en relativos a los objetos y medios que lo satisfacen.
La abstracción de las necesidades y la especialización de los bienes, además, es lo que pone a la propia producción en un terreno de exterioridad a mi propio parecer y querer, es decir, ya no depende de mi antojo en la exacta medida en que ya no produzco tan sólo para mi y para los míos, sino para el intercambio con otros, para el parecer y querer de los otros. Y, por eso mismo, debo ajustar mi producción a la opinión de esos otros, acomodarme a un montón de pautas y antojos que me exceden como particular.
Ahora bien, quiero señalar que, a mi parecer, aquí no se ha anulado la dependencia (podríamos decir que seguimos en el reino de la necesidad) pero, sin embargo, ha sido trasformado de raíz el sentido de la misma: ahora dependemos de la sociedad, y no de la naturaleza.
Un pequeño paso para un hombre pero un gran paso para la humanidad.
Como sea, el punto es que la abstracción propia de la producción socialmente instituida codificará las relaciones entre los hombres. Así también se irá incrementando la interdependencia, dando lugar a un sistema multilateral de condicionamientos cada vez más complejo.
Al respecto, creo que no pifiamos mucho si decimos que una vez que estamos en este nivel, el punto de vista de la particularidad ya dejó en el camino buena parte de su abstracción primigenia. Tal vez por ello aquí, lo que en el derecho abstracto significaba el concepto “patrimonio”, ha cambiado radicalmente de sentido. Quiero decir: aquí ya no se puede hablar de la riqueza como suma de patrimonios particulares, sino que debemos hablar de la riqueza social[3] en la cual participan, en distintos grados, esos particulares. 
Cabe señalar que, tal como enfatiza Hegel, el grado de participación en dicha riqueza está condicionado por el capital y las habilidades de cada cual. Y allí el prusiano se encarga de recordarnos DOS COSAS: primero, que pretender una participación totalmente equitativa, es decir pretender que no sólo que todos tengan propiedad, sino que además todos y cada uno tengan la misma cantidad, es un delirio. Entre otras cosas, porque si se hace eso se niega la particularidad, la producción de diferencia (¡Tomá Fidel Castro! ¡te re cabió, dictador bananero!).
Lo segundo que Hegel señala, y que es realmente fundamental, es que no se participa en dicha riqueza sino en tanto miembro de algunos de los estamentos/clases[4] de la totalidad orgánica que es la sociedad.
Justo ahí Hegel entra al mercadito, y una señora le pregunta:
-          ¿Qué es una clase/estamento, señor Hegel?.
Y éste le responde, mientras con su mano verifica la textura de una palta:
-          Sistemas particulares de necesidades, medios y trabajo, de modos de satisfacción y cultural teórica y práctica, doña.
-          ¿Y cuántas hay, señor Hegel? Pregunta la adorable viejecilla.
-          Tres, señora, tres.
-          ¿Y cómo son? Insiste la señora que ahora agarra un jugo minerva de medio litro, y lo guarda con disimulo en la bolsa, sosteniendo una mirada cómplice hacia Hegel, quien a su vez esboza una media sonrisa pero piensa qué mal me caen las viejas.
Luego responde:
-   La clase/estamento es el lugar en donde se realiza el individuo, donde este se universaliza. Y nadie, señora, nadie se realiza sino como parte de una determinada clase/estamento. ¿Me entiende?
-          Mas o menos, le soy sincera, señor Hegel; pero usted siga siga nomás que a mí igual mucho no me importan estas cosas del espiritu, vio?.
Y entonces Hegel sigue, pero en forma de prosa.
La clase/estamento inmediata o sustancial es aquella ligada a la tierra y por eso a los ciclos naturales. En ese sentido, se puede decir que esta clase depende de la naturaleza. Posee una eticidad básica la cual se expresa en los lazos familiares. La clase universal, por su parte, es la que se encarga de administrar los intereses generales. Pero de todos modos la que aquí más nos preocupa es la reflexiva o formal, es decir, aquella que depende de su trabajo y la organización junto a los otros.
Punto y aparte. 
Para enganchar con el segundo momento de la sociedad civil, el de “la administración de justicia”, conviene tener en cuenta que antes de ponerse a hablar con la adorable viejecilla sobre los estamentos, Hegel nos venía hablando del patrimonio. Él ya había establecido que se participa de manera particular de una riqueza que es social, y ahora sabemos que esa participación, de un modo u otro, va a tener que ver con la relación de dicha particularidad con un tipo de universalidad que es la clase/estamento.
Pero, claro, conviene aclarar que antes Hegel nos va a dar una vuelta por la existencia y administración de la ley efectivamente existentes.[5]
(Aclaro que sobre la ley no diré mucho porque en la reunión la mayoría de ustdes decía que era, cito, “un embole”. Aunque yo no comparto tan grosera apreciación, soy tan democrático como vago.
No obstante, DOS COSAS... sí, evidentemente, soy un estudiante de filosofía.)
UNO. Considero importante resaltar en este momento del texto: primero, que el derecho debe ponerse en la existencia en la forma de una ley, y que este “ser puesto”, lejos de serle accesorio, constituye su genuina realización; segundo, que de El Derecho a la ley puede haber, y de hecho siempre la hay, una distancia insuprimible; tercero, que dicha distancia, en parte referida a la aplicación abre un terreno a la contingencia y a la arbitrariedad, y que esa arbitrariedad y contingencia es un problema al interior del sistema hegeliano.
Hay dos vías posibles para abordar este espinoso asunto: o bien la contingencia es un exceso y punto de fuga de la totalidad, o bien es una expresión sui generis de la misma, pero no escapa a su lógica, es decir, resulta absorbible en la totalidad y su necesariedad.
El asunto es difícil, y más bien parece implicar una decisión política y ética: sería en pocas palabras la pregunta acerca de si puede haber algo por fuera de la totalidad racional.[6]
(Y es entonces cuando Hegel mira hacia el lugar en donde estaba la viejecilla, como buscando una respuesta, pero ella ésta, la vieja digo, porque ya se ha ido, ya está afuera. ¿De la totalidad?. No sé, no tanto quizás, pero así y todo, con sólo salir de nuestro alcance, la cosa ya es imposible de interpelar, le susurra a Hegel el pequeño kantiano que todos llevamos dentro.)
DOS. Otra cuestión importante es que hay problemas que no se pueden resolver entre el particular y el tribunal. Porque además de la lesión a lo universal que implica el delito, en el plano de una sociedad civil más desarrollada, encontramos ciertos daños que son producto del uso legal de la propiedad. Y estos afectan la posibilidad de que el particular se realice, es decir, la realización de su bienestar.
Se trata de la pobreza, la miseria, la perdida de lazos con la comunidad, etc. Todo esto hace imposible la realización del bienestar, y es algo que no está ligado a la malevolencia de los individuos sino que remite a la misma lógica de la sociedad civil en su lineal desarrollo: el mercado, con su despliegue, produce parejas grandes riquezas y grandes miserias.
Por eso, entre otras cosas, hace falta una instancia universal que regule y compense los efectos indeseables de dicha lógica de la particularidad y el intercambio asegurando el bien común, pero, eso sí, sin anularlas ya que, como habíamos dicho, tienen una función positiva.
 Es así como llegamos a Poder de policía, el tercer momento de la sección, compuesto de 1- poder de policía y 2- corporación.
La vigilancia del estado es necesaria para actividades que tienen un interés común, nos explica Hegel. Y puesto que los diversos intereses de productores y consumidores pueden, y suelen, entrar en conflicto, se requiere la compensación mediante una regulación consciente que esté por encima de las partes.
En esta parte, Hegel está pensando fundamentalmente en los abismos entre ricos y pobres que produce la lógica mercantil librada a su propio funcionamiento, incluso cuando está regulada por la ley. Y es allí en donde retoma la figura de la familia con la intención de establecer que la sociedad civil ha de ser para el individuo particular “como una segunda familia”, es decir, algo que debe protegerlo de todo mal y a la vez incentivarlo a desarrollar dignamente su capacidad y autorrealización - la cual, aclaremos, sólo puede darse mediante el trabajo. Importante: la plebe no debe ser mantenida (¡Tomá, Cristina! ¡Te re cabió, yegua!)
Ahora bien, la plebe implica la caída de grandes masas de la población bajo la línea de la auto-subsistencia. Pero no es pobre sólo en el sentido burdamente económico, sino que se envilece su persona toda, pierde “el sentimiento del derecho”, con todo lo que esto acarrea para él y para la sociedad.
Y esta es, dice Hegel, la cuestión que atormenta a las sociedades modernas.
En este momento, Hegel plantea la cuestión de la colonización como efecto del propio desarrollo interno de las sociedades modernas. Dice que es este mecanismo de expansión para resolver las iniquidades producidas por la sobreproducción sumada a la necesidad de materias primas lo que lleva a la sociedad a que vaya “más allá de sí”. El mar se presenta entonces como medio de civilización, en la medida en que mediante él las sociedades más avanzadas llevan civilización a otras sociedades menos avanzadas.
Una pausa, una hipotesis.
Si en el momento del poder de policía el problema de la sociedad moderna se termina “hacia fuera”, con la colonización; en el momento de la corporación, lo que hace Hegel tiene que ver con resolver el problema “hacia adentro”, atendiendo a la diferenciación de los estamentos y su subordinación al Estado.
Evidentemente, es una hipótesis de lectura muy elemental, pero que al menos a mí me permite volver desde la colonización a la organización interna de lo social: es el mismo problema, la sociedad moderna y su lógica infinitamente diferenciadora, en dos de sus expresiones.
De ser esto adecuado, podríamos decir que la lógica del mercado impele a las sociedades modernas a ir más allá de sí (colonización), pero al mismo tiempo la lógica productiva y los respectivos intereses de los actores en ella vinculados deben organizarse internamente, en el Estado, mediante el Estado.
Entonces es cuando le dice Hegel a la misma viejecilla de antes - la cual en algún momento entró nuevamente en el mercadito, si que es que no se había escondido:
-          Señora, escuche bien: la corporación constituye la segunda raíz ética del Estado... la primera es la familia.
-          Qué?, llevando una mano a su oreja
-          Que la corporación constituye la segunda raíz ética del Estado... y la primera es la familia.
-          Qué?, dice la viejecilla, llevando la otra mano a su otra oreja, y exhibiendo así un elegante “topo gigio”, al mejor estilo Riquelme.
Ahora Hegel pierde la paciencia y grita, asombrando al mismísimo e impávido dueño del mercadito quien, de más está decirlo, es un chino que llegó desde el pasado asiatico.
-          ¡Que la corporación constituye la segunda raíz ética del Estado... y la primera es la familia, vieja de porquería!
-          Ah, sí, en eso sí que tiene razón, señor, en eso tiene mucha razón... Pero vaya usted a explicarle todo eso a los jóvenes de hoy en día, sobre todo a los jóvenes hegelianos. Están todos con eso del marxismo porvenir, todos hippies y montoneros.
-           Sí, sí, y de hecho, como le decía antes, no falta quien cree que se realizara como particular. Hay quienes creen que no requieren una actividad universal para realizarse, y que valen algo por fuera de su estamento... ¡ilusos!
-          Sí, sí, señor Hegel, en eso yo lo acompaño, es real y es racional...
-          De todos modos, esos son errores difíciles de estirpar. Hace falta leerse todos mis libros para entenderlo cabalmente. Y eso lleva mucho tiempo. Fíjese sino los salames de polética... ¿cuánto hacen que están con mi libro? Mucho,  yo diría demasiado. Y usted ¿cree que entienden algo? No, nada. Puras excusas para tomar vino después de la lectura.
Pero la señora nuevamente se había retirado. Y, por eso, ahora Hegel le habla al chino, y aclara un punto importante:
-          Pero eso sí, todo muy lindo lo de la corporación, pero sólo en la medida en que responda y se subordine a la regulación del Estado. ¿Se entiende, caballero?
-          Por supuesto, ni falta hace que lo diga. Yo también soy peronista, Señor Hegel. En fin, como todos, no?.


Cierra la vieja.






[1] Con ocasión de un comentario mío, Juan Pablo planteó la posibilidad de que a pesar de lo que podría suponerse leyendo linealmente el libro, en Hegel puede encontrarse un enfoque histórico no del todo atado a la forma del Estado-Nación sino más bien del tipo Sistema-Mundo (en el sentido de Wallerstein y compañía). Yo no lo había visto así, pero bien pensado me parece plausible y coherente. Calculo que la tercera sección nos permitirá abordar el punto con mejores herramientas. 

[2] Digo “sin embargo” porque cuando lo leía me pareció que Hegel primero adelantaba lo del intercambio como punto en cual se disolvía la pretensión unilateral del deseo, pero luego, me pareció, Hegel necesitaba volver a lo de la multiplicación y abstracción de las necesidades y los medios para poder luego mostrar que el intercambio estaba condicionado por dichas determinaciones propias del tipo y sentido de una específica producción. Ese movimiento, a mi entender, puede tener que ver con que todo lo que va a decir de la sociedad civil no puede inferirse del mero intercambio (¿cuándo no lo hubo?) sino del modo de intercambio que se impone cuando se produce para el intercambio; es decir, porque habla de una sociedad civil moderna, occidental, mas o menos desarrollada. Pero quizás esté marxistizando mucho el asunto.
[3] Que si no me equivoco es lo que en la época la economía política trataba como “riqueza de las naciones”
[4] En la reunión quedó claro que la traducción “clases” le hacía decir al texto algo que no quería decir. La traducción correcta sería, según nuestros alemanólogos Andrea y Facundo, “estamento”.
[5] Ahora me pregunto si Hegel podría haber pasado directamente a desarrollar el problema de la corporación después de haber mencionado las características de la clase reflexiva. La verdad, no lo sé, pero algo me dice que tal vez sí. De todos modos, algo o alguien  (¿será la vieja?) también me dice que una vez que se establecido que la obligación está ligada a la existencia efectiva de la ley, una vez que - como dirá más adelante - quede claro que la corporación debe estar bajo el poder publico, el tema se vuelve bien diferente, la aparición del poder de policía y la corporación queda condicionado, determinado.
[6] La pregunta equivale a la de sí la racionalidad moderna alcanza o no, puesto que una vez que planteamos un afuera de la totalidad lo que hacemos es entrar en el terreno más que de las contradicciones (ahí Hegel se mueve bárbaro) en el de las paradojas.