12.9.08

Encuentro del 31-08-08

Al principio de la reunión charlamos un poco sobre el proyecto de reconocimiento institucional. Acordamos lo siguiente:
1) Trasladar el texto del actual resumen al ítem “estado de la cuestión”. Para eventuales retoques, nos manejamos con una ordenación de las lecturas y problemáticas que abordamos en tres ejes: el estado y la política (incluye a Schmitt, Derrida, Agamben); la democracia contra el estado (Virno, Abensour); la subjetividad política. Si no me equivoco, estos tres ejes también constituirán las nuevas “palabras clave”.
2) Escribir un nuevo resumen. De esto se va a encargar Maia.
3) Contactar a Eva. De esto se va a encargar Seba.

En cuanto a la elaboración de textos, nos tocaba seguir trabajando sobre el Libro Segundo de La genealogía de la moral. Recuperamos la cuestión de la afirmación y la negación en relación con los conceptos de actividad y reactividad. Empezamos pensando en distinguir la fuerza activa porque parte de afirmar su propia diferencia, y sólo en segundo término (lógica y cronológicamente) niega a su otro, mientras que la fuerza reactiva partiría siempre de la negación del otro, para afirmar entonces su diferencia. Tratamos, sin embargo, de profundizar en esta distinción, porque si atendemos bien, la fuerza activa lleva en sí desde el comienzo (y no como algo secundario y contingente) un elemento de negación: al afirmar su propia diferencia, afirma su propia agresividad, lo que implica que despliega su actividad imponiéndole a otra fuerza una forma que no tenía anteriormente. Así, la fuerza activa es en su mismo despliegue una fuerza de la negación del otro. Lo que diferencia a fuerzas activas y reactivas, es que las primeras ejercen la negación como agresividad creadora, como violencia sobre lo diferente que instituye en ello una ley nueva, mientras que las segundas niegan lo otro por resentimiento, para compensar un mal recibido y no para instituir una ley nueva. Por eso hablamos de profundizar (más que abandonar) el esquema de negación/afirmación: todo despliegue de las fuerzas parece contener la negación y la afirmación como momentos correlativos (las fuerzas activas y las reactivas afirman negando y viceversa). La diferencia está dada porque las fuerzas activas niegan al otro para afirmar su diferencia, a partir de su agresividad creadora, mientras que las fuerzas reactivas sólo despliegan agresividad creadora a partir del resentimiento o la necesidad de negar al otro (o sea, la fuerza activa es impulsada por sí misma a negar, mientras que la fuerza reactiva es impulsada a negar por el resentimiento por el daño sufrido).
Nos preguntamos, luego, por el valor (para nosotros) de las fuerzas activas mismas. ¿Naturaliza/ontologiza Nietzsche la violencia? ¿Son los nobles, portadores de las fuerzas activas y afirmativas, los causantes de todo sometimiento? ¿Es posible, en cambio, pensar un igualitarismo de la afirmación? Trajimos a colación el Zaratustra pensando que no habría en Genealogía posibilidad de pensar una coexistencia humana no basada en el dominio. En el Zaratustra, los nobles aparecerían como parte de la figura del último hombre, esto es, no como la genuina promesa nietzscheana, el superhombre. No desarrollamos mucho este tema, pero tratamos de pensar una propuesta política nietzscheana que se ponga más allá de la naturalización de la dominación a partir de la idea de dación de sí o de cierta auto-aniquilación de las fuerzas activas.
Analizamos también el concepto de genealogía. La genealogía no es una mera historización de la realidad, sino que tiene, además, el cometido de criticar los valores (el bien, el mal, la verdad) dando cuenta tanto de las condiciones de su gestación como de su propio valor (el valor del bien, la verdad, etc). La genealogía, entonces, siempre sigue una perspectiva o recupera el pasado según un interés. Asimismo, toda genealogía es múltiple o recoge una multiplicidad. El objeto que historiza no se somete al devenir unívoco de la sucesión causal o el despliegue teleológico, sino que se compone de apropiaciones y transformaciones diversas de la realidad. Así, la genealogía es la historia de la transmutación de los valores, en la que fuerzas nuevas se apropian cada vez de realidades viejas, imprimiéndoles un sentido renovado. La génesis de un objeto (una institución, una norma, una práctica) no se condice, para la genealogía, con su sentido. Más bien, la genealogía muestra cómo sentidos diversos se van imponiendo a prácticas que a veces permanecen las mismas (así ocurre, por ejemplo, con el fenómeno de la pena). Este proceso de imposición de un sentido nuevo a una práctica preexistente es la apropiación o, si se quiere, la interpretación (interpretar es poner un sentido en algo que no lo tenía). La historia, para Nietzsche, es una sucesión de múltiples apropiaciones en disputa, que se van ejerciendo sobre las realidades en cada caso legadas por el pasado. Los fenómenos históricos, por lo tanto, se sustraen a toda definición: la multiplicidad y fragmentariedad de apropiaciones que los produjeron habitan en ellos, como madejas de sentido acumuladas que componen su realidad actual. Esa multiplicidad de sentidos impide toda reducción de lo diverso en la cosa a la univocidad de una definición. Que la historia sea una sucesión de apropiaciones de sentidos, además, aleja a Nietzsche de toda concepción del cambio como creación a partir de la nada: lo nuevo emerge, siempre, a partir de una cierta recuperación de lo viejo que es negado u olvidado, sin que ninguna fuerza pueda sustraerse a la inmanencia de las relaciones heredadas.
Finalmente, retomamos el problema de la violencia como condición de las fuerzas activas en relación con la creatividad. Para Nietzsche, la creación de los estados, del derecho y de la cultura se dio mediante la violencia intrínseca al despliegue de las fuerzas activas. Estas fuerzas, al afirmar su propia diferencia, afirman su propia jerarquía o superioridad sobre otras, a las que, simultáneamente, imponen una forma. La afirmación o actividad tiene entonces dos momentos, uno de diferenciación (afirmación de la propia jerarquía) y uno de organización (imposición de una legalidad sobre el mundo y los otros). Si toda actividad es jerarquización o imposición violenta, ¿permite Nietzsche pensar una comunidad no basada en el sometimiento del otro? La interpretación, la apropiación de fuerzas por fuerzas como movimiento ontológico parece naturalizar la lucha violenta por el dominio. Nuevamente, encontramos que para pensar nietzscheanamente un más allá del sometimiento habría que ir más allá de la Genealogía.
Para matizar lo anterior, sin embargo, pensamos que la violencia o la apropiación tal vez sean condición de la creación de lo nuevo. Si las fuerzas históricas operaran sin ninguna violencia, nunca nada sería forzado a cambiar y la historia se reduciría a la repetición de lo que ya fue. Para Nietzsche la realidad se sustrae a toda apropiación definitiva, por lo que siempre las fuerzas que obran en ella se encuentran con que ésta es no-coincidente, con que resiste, se sustrae, difiere. Por eso Nietzsche piensa la historia como un entramado de apropiaciones o interpretaciones divergentes. La diferencia o inapropiabilidad del mundo (frente a la idea clásica de un mundo preordenado a la identidad o la coincidencia) lleva a Nietzsche a naturalizar la violencia. Lo que no es idéntico, parece decirnos, sólo puede abordarse por un forzamiento y una imposición. La distinción entre génesis y sentido, que arranca la historia a la mera repetición, impone la violencia como ley del cambio no preordenado, imprevisible. Asumir la no-coincidencia del mundo, la diferencia, llevaría entonces a aceptar la violencia como constitutiva de todo intercambio de fuerzas. De no ser por esa violencia, no existiría la diferencia como creación de lo nuevo y todo se ajustaría a la repetición de una armonía preestablecida. La pregunta que nos arroja la filosofía de Nietzsche, entonces, es ¿es posible pensar una violencia, una diferencia, que no se reduzca a la dominación del otro?

La próxima reunión es el sábado 27/9 a las 19 hs en casa de Maia. Vamos a trabajar La comunidad organizada de J. D. Perón y dos artículos relacionados de El río sin orillas (págs. 48 a 65), que voy a dejar en fotocopiadora el miércoles.