3.8.09

Encuentro del 24-07-09

Lucía, Laura, Maia, Natalia, Carolina, Valeria, Juan Pablo, Pablo (chino), Facundo, Sebastián, (nuestro nuevo compañero) Diego y (yo) Ezequiel, estuvimos discurriendo en torno al libro de Gramsci, Notas sobre Maquiavelo…; y más específicamente en relación a parte de su «El príncipe moderno». Abajo, lo que pude rescatar.

Pasión, política, polética. (o -p,p,p-)

Recordemos, primero, que Gramsci se propone mostrar que la función de El Príncipe es encarnada en sus días por el partido político. Con esto intenta sostener que este último en la figura política con la capacidad de organizar la voluntad popular en miras de incidir efectivamente en las relaciones de fuerzas que atraviesan y constituyen la sociedad.

Contra posturas inmediatistas y voluntaristas como la de Sorel (p. 11), que ven en la organización partidaria el germen de lo nuevo reaccionario; Gramsci argumenta más o menos así. Una pasión no organizada, a la cual no se la sostiene y orienta en el tiempo, cumple un rol meramente dis-ruptor. Teniendo sólo un movimiento dis-ruptor, aunque pueden generarse modificaciones en la sociedad establecida, no pueden capitalizarse los efectos de su acción. Así, tras cada crisis que este provoca, los que más capacidad de maniobra, quienes más organizados están, obtienen los beneficios más grandes. Quienes sí pueden son las viejas corporaciones, en miras de sus retrógrados intereses.[1] De aquí aquella idea de retomar los planteos de Maquiavelo.

Gramsci entiende que no se trata de condenarlo porque su idea de que el fin justifica los medios sea éticamente muy discutible; sino de insistir en que quienes tienen el poder ya se sirven de ese lema para oprimir a quienes no. La función política de Maquiavelo residía en mostrar al pueblo las armas de sus enemigos, a fin que puedan también servirse de ellas. Al parecer, desmoralizar la concepción de la acción política permitiría tornar más igualitaria la lucha de clases (p, 17). Las constantes analogías con la guerra están ligadas así al modo en que el tano plantea el ser de lo político.

Para vencer políticamente es preciso un análisis de las condiciones de la batalla, de los grupos en juego y sus fuerzas y del modo en que puede tornarse favorable la fortuna, en base a la virtud. Esta es otra de las armas, y es la que provee el intelectual orgánico.

Como vimos, Gramsci se sirve de una meticulosa contextualización de la situación histórica. Con esto intenta distinguir entre los elementos estructurales que exceden la voluntad y los coyunturales en los cuales se puede y debe incidir.

Su método le permite, según observamos, dinamizar oposiciones del tipo objetividad-subjetividad de una manera interesante. A su modo de ver lo subjetivo debe estar incluido en un correcto análisis del acontecer político; y esta inclusión debe entenderse en dos sentidos. Primero: porque entre los factores objetivos que hacen al mapa político se cuentan lo pasionales, la subjetividad. Es así como se distancia de un economismo grotesco que todo lo reduce a meros reflejo del interés económico: La pasión es un plus que distorsiona un acontecer en términos de mero egoísmo judaico a lo Sobre la cuestión Judía. La irracionalidad, por decirlo así, cumple un rol importante. De aquí, también, que una de la principales funciones del pensador político consista en generar un mito/fantasía/relato que sirva a la unificación de las dispersas subjetividades, ofreciéndole un norte a la voluntad. Trabajar objetivamente sobre las subjetividades, ese es un punto crucial. Y como Maquiavelo lo habría hecho con gran solvencia, Gramsci lo reivindica.

Segundo: porque el análisis mismo debe estar realizado desde la pasión, desde aquél interés que define la búsqueda de conocimiento. Al fin de cuentas se conoce para algo, y no por mero amor a la sabiduría. Menos aún cuando el objeto de análisis remite a la política. Por esto es que Gramsci llega a decir que un intelectual desapasionado será uno necesariamente más miope que uno apasionado. Probablemente porque aquél ni siquiera es conciente de a quién le es funcional lo que produce.

El programa político de quien analiza es uno de los elementos que inciden en el análisis. No se trata aquí de leyes científicas, como las de Newton. Las ideas de táctica y estrategia permiten iluminar un poco este punto.

Si la estrategia está ligada a la idea del fin perseguido en la intervención política (en el caso de Gramsci la constitución de un estado-nación moderno en Italia); la táctica tiene que ver con los elementos efectivos con los que se cuenta y con el hecho de cómo se disponen para llevar adelante dicho proyecto. En nuestra estrategia está involucrada nuestra subjetividad, en nuestras tácticas deberían primar la objetividad; pero, y esto es lo más interesante, no parece haber una sin la otra.

Táctica y estrategia, convengamos, nos hablan de un terreno conceptual que no veníamos manejando por lo general en Polética. Nuestras lecturas suelen estar más enfocadas a la cuestión de la estructura que a la de coyuntura, con la salvedad de Carta Abierta. Y no es casual que las distintas líneas de lectura (Frankfurt, franchutes, tanos) que estructuran nuestro plan de trabajo hayan surgido del debate sobre esta intervención de coyuntura.

Al parecer, y esto no es nada raro, tenemos como suelo de laburo común cierta postura crítica en lo que hace al análisis de las estructuras; y es esto nos permite leer Marx, Schmitt, Derrida y demás sin mayores crispaciones. Pero cuando aparece la coyuntura, ah, cuando aparece esa desgraciada, ahí si que, aunque amenamente (no lo niego), nos crispamos lindo.

Pensemos lo que pasa cuando surge la cuestión de qué hacemos con los Kirchner, siendo así bien grotesco con el planteo; pero por eso quizá bien didáctico también.

Una salida sería decir, me hago cargo de la coyuntura y porque es más progre me ensucio un poco y le pongo el voto. Otra sería decir, yo no tengo nada que ver con esas triquiñuelas electorales, y si me dan a elegir entre poca mierda o mucha mierda, elijo no elegir (como en el tema de Seba). Me pareció que algunos compañeros entendían que el dilema se planteaba en este sentido.

Pero esta dicotomía podría ser pensada en dos sentidos distintos. La primera que diría que tenemos una postura que se hace cargo de la coyuntura y otra que no. La segunda, que también se planteó, dice: no se trata de no ponerle el voto a K porque no me meto con la coyuntura, sino de que un determinado análisis de la misma me lleva a decir que K no es progre un carajo y por eso no lo voto. No se trata de negar la coyuntura sino de leerla de otro modo.

Son dos maneras bien distintas de encuadrar el problema, a mi parecer. Y si fuera de este segundo modo cómo se desarrolla nuestra polémica, las diferencias estarían dadas en la manera en que cada uno de nosotros articula las relaciones entre el núcleo duro y las variables históricas de ocasión. ¡Y ahí sí que se vienen las facciones dentro de polética! ¿O después de leer a Derrida les quedaba la ilusión de que iban a encontrar un adentro y un afuera?

Claro que restaría ver, volviendo a Gramnsci, si es tan fácil sostener desde aquí que nuestras diferencias son por eso meramente «tácticas».

Empezamos diciendo que los partidos políticos, para Gramsci, son El Príncipe. Pero, claro, la postura de Gramsci era, a lo sumo, coherente con su tiempo. En el siglo XXI se nos hace difícil pensar los partidos en los términos que los concebía el tano.

Pero hay algo más importante aún, y es saber si sería posible o deseable que alguien cumpla la función del Príncipe. En otras palabras: ¿quién querría organizar la voluntad popular en miras de consolidar una conciencia nacional? Ahora, supongamos que ninguno lo quiere en esos precios términos, de todos modos pervive la cuestión de si se puede operar algún tipo de transformación sin una organización. Volvemos así a la cuestión de Sorel y el espontaneismo. Y también, cuando no, a Polética.

Dejo algunas preguntas y las reflexiones que surgieron en la reunión antes de cerrar este informe.

Y que les garúe finito.

¿Sería el zapatismo ejemplo de una organización que escapa a las malicias del partido, conservando sus virtudes transformadoras?

Parece tener la ventaja de no unificar, homogeneizando abstractamente los contenidos de las distintas luchas; recordando siempre la necesidad de que cada proceso tiene sus singularidades y que estas deben ser respetadas. También parece proponer algo que no termina cerrándose en una identidad estatal-nacional, sino que surgiendo y conservando reivindicaciones identitarias fuertes de tipo étnico, apuntan no obstante a coordinar fuerzas a nivel transnacional, haciendo una crítica pareja a los partidos y el sistema representativo.

Sin embargo, y aunque los consejos de Buen Gobierno parecen querer matizar esa característica, la horizontalidad no es su justamente leiv motiv y las fuerzas armadas que están están.

¿Qué tipo de organización estructura y rige a polética? ¿Qué tipo de incidencia tiene polética en relación con las fuerzas en pugna actualmente vigentes? ¿Cómo se posiciona ante ellas polética?

Creo que aquí la cosa se pone buena: propongo que una manera de pensar el problema estriba en preguntar antes si sería posible responder a estas preguntas asumiendo el supuesto sobre el cual se contruyen las mismas:

¿Hay un sujeto que pueda tornarse agente de respuestas a estas preguntas que se llame polética?

O, algo que es bien parecido ¿Qué tipo de sujeto, de subjetividad, de subjetivación expresa polética?

Por último, y fundamental para pensar el texto, la reunión y el grupo articuladamente: ¿No nos mandaría a freir churros Gramsci si le decimos que somos una organización política?

Lo de siempre: agreguen, corrijan y, sobre todo… ¡respondan estas preguntas!

[1] Habría que ver si las intervenciones guerrilleras previas a la dictadura serían un ejemplo de ello en nuestro país… Tal cuestión surgió, aunque de muy pasadita nomás, en la charla.