25.8.14

Acta Polética 16/08/2014


El Capital, capítulo 4: “La transformación del dinero en capital”
“La fórmula general del capital”

El capital como sujeto (pp. 176-202)
El capítulo se estructura a partir de la oposición entre dos fórmulas: M-D-M y D-M-D. La primera se corresponde a la lógica de quien, poseyendo en primer lugar una mercancía, va al mercado, la intercambia por dinero, para a su vez obtener al final otra mercancía nueva. Se trata de vender para comprar, normalmente sin otro fin ulterior que el de satisfacer una necesidad determinada mediante la mercancía finalmente adquirida. En este proceso no se crea un valor adicional (la mercancía M inicial y la mercancia M final valen lo mismo). Lo que motiva el intercambio es, pues, las diferencias cualitativas ente las dos mercancías en cuanto valores de uso. Quien intercambia lo hace para satisfacer una necesidad que la mercancía original no le permitía satisfacer. El movimiento, a la vez, es finito por cuanto termina en el consumo de la mercancía adquirida.
La fórmula general del capital es D-M-D'. Esto significa que, partiendo de un monto dinerario original, el capitalista compra mercancías, para luego venderlas de nuevo y obtener finalmente un monto dinerario mayor. En la fórmula general el dinero funciona como capital o “se transforma” en capital. Esto significa que el capital es “dinero que incuba dinero” o valor que se auto-valoriza. A diferencia de lo que ocurre en el ciclo M-D-M, en la fórmula del capital se crea un valor adicional. Asimismo, no se intercambia para proveer al consumo o satisfacer una necesidad, sino para reproducir (e incrementar) el valor. El dinero como capital es indiferente al carácter cualitativo diverso de las mercancías, ya que su movimiento no está regido por la necesidad de satisfacer una o varias necesidades, sino por el de reproducir el valor abstracto como tal.
Acá aparece con mayor claridad el rol lógico del capital como sujeto de la totalidad social. Destacamos dos determinaciones centrales de lo que significa esto: el capital se auto-pone o auto-media (es su propio fin y presupuesto) y reduce todos los elementos dispares de su proceso vital a momentos de su propia identidad.

1) El capital se auto-pone. El capital es dinero en cuanto incuba dinero o valor que se auto-valoriza (p. 183). Tiene, pues, un movimiento recursivo que lo hace aparecer como su propio fundamento y fin. El capital realiza la misteriosa alquimia metafísica de la causa sui: partiendo de una suma de dinero, se lanza a la circulación y produce más dinero aun. Es, pues, el fundamento, principio y fin de su propio movimiento, o se auto-media lógicamente.
2) El capital reduce todas las instancias disímiles en las que discurre a momentos de su propia identidad. En el ciclo D-M-D' asistimos una triple transformación del capital, que parte de su constitución como dinero, se convierte en mercancía (no-dinero) y luego vuelve, incrementado, a aparecer como dinero. El capital es a la vez cada una de las instancias de este ciclo y la totalidad de la fórmula, o es cada uno de esos elementos en cuanto son reducidos (por el movimiento que recorren) a momentos de la misma identidad. El capital (p. 188) es el sujeto de todo este proceso, que se pluraliza en esos tres momentos disímiles, pero mantiene su identidad a lo largo de ellos.

Un corolario de lo anterior es la reducción de la diferencia a la identidad en el ciclo del capital.El capital es valor en proceso, dinero que se incuba a sí mismo. Las múltiples de mercancías que pululan por el mercado aparecen, bajo esta luz, como instancias diversas de esa misma identidad-dinero (p. 189). En este punto discutimos, empero, si el capital es sólo agente de subordinación de una “diferencia” (pluralidad de valores de uso, por caso) preexistente o si por el contrario también produce esa misma diferencia (en tanto debe instanciarse en mercancías disímiles para reproducirse como tal).

La explotación (203-214)
El otro gran emergente del capítulo es la explotación. La fórmula D-M-D' supone que alguna de las mercancías adquiridas tenga la propiedad o capacidad de crear un valor adicional. Tiene que aparecer una mercancía cuyo valor de uso o consumo efectivo cree valor (p. 203). Esa mercancía es la fuerza de trabajo (“conjunto de capacidades físicas y mentales que existen en la persona humana viva). La compra y venta de fuerza de trabajo es, pues, indispensable para el funcionamiento de la fórmula general del capital y, por lo tanto, para la acumulación. Existen dos condiciones históricas para la compra-venta de fueza de trabajo generalizada: el desplazamiento de las relaciones de dependencia personal y la desposesión de la masa proletaria.
1) Desplazamiento de relaciones de dependencia personal (p. 204). El trabajador debe ser propietario libre de su fuerza de trabajo y, por lo tanto, de sí mismo. La igualdad jurídica entre quien vende y quien compra fuerza de trabajo debe presuponerse y mantenerse para que opere la fórmula del capital. Esto implica, de paso, que sólo puede venderse fuerza de trabajo por un tiempo limitado (no de por vida). Explotador y explotado deben ser y permanecer jurídicamente libres e iguales, lo que supone que los lazos de dependencia personal que en formaciones no-capitalistas “atan” al trabajador (sea a un amo o a una comunidad de pares), deben haber sido desplazados como mediadores sociales.
2) El trabajador debe ser un desposeído (p. 205). Para que se entregue a la explotación o venda su fuerza de trabajo, es necesario que el trabajador no posea otros medios de subsistencia. Debe poseer libremente su capacidad de trabajar, y sólo su capacidad de trabajar. Marx sintetiza acá su irónica fórmula de “obrero libre”: libre para contratar en el mercado pero también liberado de toda propiedad, pobre, desposeído de medios de producción.

Estas dos precondiciones para la venta de fuerza de trabajo (y para el funcionamiento de la fórmula general) son un resultado histórico. No se trata de relaciones comunes a todo período (p. 206). Para que exista el capitalismo debe existir el trabajador libre como vendedor de su fuerza de trabajo y la circulación mercantil dineraria libre (p. 207). Esto significa, también, que el capitalismo sólo puede emerger en un contexto donde no se produce como medio directo de subsistencia, sino para ir al mercado. Esto, a la vez, exige que haya una división social del trabajo altamente desarrollada.

Finalmente (pp. 207-214), Marx se pregunta cómo se determina el valor de la fuerza de trabajo. Responde que como el valor de cualquier otra mercancía: conforme el tiempo de trabajo socialmente necesario para producirla. Esto significa que el valor de la fuerza de trabajo equivale a los costos de la subsistencia del trabajador. Este valor no está dado naturalmente, sino atravesado por un elemento “histórico-moral” (p. 208). Tanto el volumen como la índole de las necesidades del trabajador son resultados históricos (dependen de la lucha de clases y de peculiaridades culturales y climáticas de las diferentes naciones).
Finalmente, adelantamos, aunque obviamente no desarrolla esto en el capítulo, que la plusvalía surge de la diferencia entre el valor creado por la fuerza de trabajo y el valor que la propia fuerza de trabajo “cuesta”. El trabajador “paga” su día de trabajo con una fracción de la jornada laboral (en la que crea un valor equivalente al de sus medios de subsistencia), de modo que todo el tiempo adicional es valor para el capitalista. Pero para comprender esto en detalle deberíamos adentrarnos en el tenebroso mundo de la producción, donde van a curtirle el pellejo al pobre trabajador.

Plan de trabajo polético
¿Es posibole una génesis de la diferencia?

Marco
En los últimos años asistimos a una eclosión sin precedentes de las “políticas de la diferencia” o “políticas de la identidad”. Han cobrado inusitado protagonismo nuevos movimientos sociales centrados en “demandas” que no pueden reducirse a la lucha del trabajo asalariado contra la explotación. Se trata de movimientos orientados en torno a la subjetividad, la cultura, la etnia, el deseo, las relaciones con nuestros cuerpos y la naturaleza, entre otros. El movimiento LGBTQ, el indigenismo, el ambientalismo, entre otros, se han instalado en el centro de las reflexiones sobre las políticas de la diferencia. El derecho a ser particular o diferente, el reclamo por un modo de vida o de existencia propio y diverso, parece entonces cobrar especial importancia en el dinamismo de la sociedad contemporánea.
Con el horizonte de las políticas de la identidad como emergente histórico que motiva el pensamiento, pretendemos formular una interrogación crítico-histórica sobre la génesis de la diferencia y su (posible) relación con la crítica del capital. ¿Es posible trazar una génesis histórica de la diferencia? ¿O ésta constitiuye un “dato ontológico” que no puede ser reducido a una narrativa genética? Finalmente, si ha de formularse una historia de la diferencia, ¿qué relación guarda con la crítica del capital? ¿Es el capital un mero agente de subordinación y persecución de diferencias preexistentes? ¿O crea, también, sus propias diferencias? El capital, ¿homogeneiza o pluraliza los vínculos sociales?

Con esas preguntas como disparadores, sugerimos algunos autores y textos para tramitar un recorrido reflexivo:
Postone, Federici, Butler, Scholz, D'Emilio, Chakrabarty, Derrida (Espolones), Deleuze y Guattarri (Rizoma), Mazzeo (sobre Mariátegui), Zizek, Acha. También sugerimos debatir producciones propias, como la monografía de Andrea sobre Deleuze y Gombrowicz o algún capítulo de mi librito.


 Próxima reuniön: sábado 30/8 a las 18 hs. en casa de Facu. Discutiremos un capítulo de Marx reloaded de M. Postone  

23.6.14

Acta Polética 21/06/2014

Acta Polética 21/06/2014

Continuamos con la lectura de El Capital. Terminamos con la “Forma general del valor” y discutimos el “Fetichismo de la mercancía”.

Forma general del valor
Se trata de la representación “simple y unitaria” del valor de todas las mercancías en una única mercancía. Para comprender esta forma es necesario retrotraerse a la lógica de las formas previas. Es importante destacar el carácter asimétrico de la forma simple del valor. Acá una cantidad de cierta mercancía expresa su valor en una cantidad de otra mercancía (20 varas de lienzo = 1 chaqueta). La chaqueta (forma relativa) expresa su valor en lienzo (forma equivalente). El lienzo no expresa su propio valor, sino que cuenta como una pura cantidad de sí mismo, que expresa el valor de la chaqueta. Si bien los valores de ambos (chaqueta y lienzo) son iguales, ambas formas cumplen funciones diferentes: una expresa su valor en cierta cantidad de otra, esta otra, pura cantidad de sí misma, expresa el valor de la primera.
En la forma total o desplegada del valor, una mercancía particular ve su valor expresado en la totalidad del mundo de las mercancías (20 varas de lienzo = 1 chaqueta; 10 libras de té, etc.). Todo cuerpo de mercancía expresa, en esta forma, el valor de la mercancía lienzo. El valor del lienzo posee acá una expresión total en el “mundo de las mercancías”. Sin embargo, no existe de una forma unitaria de manifestación de los valores de mercancías diversas. Se trata de una infinidad de formas restringidas de equivalente, donde la totalidad de mercancías particulares expresa el valor de una mercancía puntual. La limitación de esta forma radica en que no existe una expresión única y universal del valor, sino una totalidad de expresiones particulares.
Finalmente, la forma general del valor es producto de la inversión de la forma total o desplegada. En este caso la totalidad del mundo de las mercancías expresa su valor en cantidades de una mercancía única (1 chaqueta; 10 libras de té; etc. = 20 varas de lienzo). Esta mercancía manifiesta una forma de valor simple y común a todas las mercancías. Se trata de la forma de equivalente general, que expresa el valor de todas las demás mercancías en cantidades de su propia existencia física. La asimetría entre forma relativa y forma equivalente, que ya está presente en la expresión simple del valor, cobra especial importancia acá. El equivalente general no expresa su propio valor, sino que manifiesta en cantidades de su existencia física el valor de todas las demás mercancías. Por primera vez “deja de ser un asunto privado de cada mercancía” el darse una expresión para su valor, y pasa a haber una medida general del valor de todas las mercancías. Por primea vez, entonces, aparece una mercancía particular que oficia como medida universal del valor. El equivalente general es un “universal particular” paradójico, que funda la “cadena” universal de las mercancías al separarse de ella. Esta constitución paradójica del equivalente general tiene varias aristas.
Primero, el equivalente general es una mercancía particular, que a la vez oficia como universal en la medida en que expresa el valor de cualquier mercancía. Se trata de una mercancía particular, igual a las demás en todas sus determinaciones, que sin embargo expresa el valor de la totalidad de las mercancías. Segundo, por la asimetría entre forma relativa y forma equivalente, el equivalente general se excluye a sí mismo del mundo de las mercancías, para “fundarlo” como tal. El mundo de las mercancías, el reino universal de los productos intercambiables del trabajo humano abstracto, se constituye en la medida en que una mercancía particular da un paso al costado y se separa de él. La cadena universal del mundo de las mercancías se funda en una exclusión, precisamente, en la exclusión de aquella mercancía particular que oficia como medida universal del valor. Para fundar la universalidad de mercancías intercambiables, una mercancía (que es justamente la que expresa la universalidad, la que expresa la medida del valor) debe excluirse a sí misma de la serie. Tercero, el equivalente general no puede expresar su propio valor. Para expresar el valor de las demás mercancías, renuncia a la posibilidad de oficiar de forma relativa y ver expresado su valor. Esto se manifiesta especialmente en la forma dineraria: no tiene sentido preguntar cuánto valen 20 pesos (o 20 monedas de oro). La moneda expresa en cantidades físicas los valores de las mercancías, pero a cambio no puede expresar su propio valor (sería redundante decir que 20 pesos vale 20 pesos). En resumen, el equivalente general funda un universal constituido por una lógica de la exclusión: el garante de la serie universal de las mercancías se excluye a sí mismo de la propia serie, para constituirla. Un individuo particular (una mercancía particular) posibilita la existencia de lo universal al excluirse a sí mismo de ello.

El fetichismo de la mercancía y su secreto.
Dividimos la sección en tres partes. Pp. 87-93, donde se despliega el concepto de fetichismo; pp. 93-97, donde se analizan algunas manifestaciones históricas en relación con el concepto de fetichismo; pp. 97-102 donde se precisa el debate con la economía política.
Concepto de fetichismo (93-97). La mercancía parece una cosa trivial, pero se revela al análisis como plagada de “sutilezas metafísicas y mañas teológicas”. El misterio de la mercancía no puede radicar en su valor de uso. Los hombres alteran las materias naturales para amoldarlas a sus necesidades en todas las épocas y sociedades y nada extraordinario ni misterioso hay en ello. El carácter misterioso de las mercancías, en cambio, se debe a que éstas reflejan ante los hombres el carácter social de su trabajo como si fuera un carácter objetivo inherente a las cosas mismas. La mercancía aparece como un objeto “sensible suprasensible”, que encierra en su corporalidad una objetividad espectral de carácter social, pero a la vez vela esa naturaleza social presentándola como una mera propiedad cósica de la mercancía misma. Las mercancías, cuyo valor es producto del trabajo social, parecen poseerlo como una propiedad natural independiente de las personas.
El fetichismo es producto de la peculiar índole social del trabajo productor de mercancías. Se trata de trabajos privados ejercidos de manera independiente, pero orientados al intercambio en el mercado. El carácter social del trabajo productor de mercancías, por lo tanto, sólo alcanza “realidad” en el momento del intercambio, si bien está presupuesto en la producción (se produce para intercambiar). Al mismo tiempo, el valor de la mercancía depende del trabajo social que la produce. Pero, como los valores son creados por trabajos (contradictoriamente) sociales y privados a la vez, el origen del valor en el trabajo abstracto no se transparenta en la mercancía misma.
Las mercancías parecen intercambiarse en virtud de propiedades inherentes y el valor pareciera ser una propiedad natural de éstas, como el peso. Sin embargo, el peso es una propiedad natural que los objetos tiene independientemente de las relaciones que establezcan entre sí: cuando saco un kilo de arroz de la balanza (donde lo comparo, por ejemplo, con hierro), sigo teniendo un kilo de arroz. Medimos el peso comparando objetos diversos en una balanza, pero (en condiciones normales sobre la superficie terrestre) cada objeto tiene su peso naturalmente, en sí mismo y aún fuera de la relación con otros en la balanza. El valor, sin embargo, es una propiedad puramente social de las mercancías: éstas no tienen valor en sí mismas, sino sólo en virtud de las relaciones que entablan entre sí en el intercambio. El acto de intercambio, sin embargo, se conduce como si cada mercancía tuviera de antemano, en y por sí misma, un valor determinado, y fuera al mercado sólo para medirse en relación con las otras. En suma, el fetichismo radica en que el carácter social de los trabajos privados independientes consiste en su igualdad en cuanto trabajo humano (abstracto) y asume la forma de valor de los productos del trabajo.
Las mercancías devienen fetiches porque su peculiar índole social (ser producto de trabajos privados separados en un aspecto concreto y otro abstracto, ser valores) aparece como una índole natural, inherente a su coseidad y que no se deja descifrar como social.
El fetichismo es la estructura objetiva por la cual el intercambio de mercancías impone a los sujetos una falsa conciencia necesaria. La sociabilidad, en virtud de su peculiar forma mercantil, aparece invertida en las mercancías, que se erigen como portadoras independientes del valor, que aparece como una propiedad inherente de las cosas y no como un resultado de la trama social en que se producen e intercambian. Luego, la mercancía es un “jeroglífico social”: no “declara” su carácter de valor producido socialmente, sino que lo oculta sistemática y necesariamente en virtud de la organización social (fetichista) en cuyo seno se la produce.
El fetichismo no es en primer término un fenómeno de conciencia. Si bien está acompañado de representaciones falsas, éstas no son originarias sino derivadas del fenómeno objetivo. La falsa conciencia (la aparición del valor gestado socialmente como una realidad natural) es un resultado necesario de una lógica social objetiva. No es, por lo tanto, producto de un error subjetivo. Esto implica también que la teoría tiene una capacidad de desenmascaramiento limitada: puede desentrañar la “falsedad” de la conciencia generada por el fetichismo, pero ello no interrumpe los mecanismos objetivos que la producen. El individuo versado en Marx, que ha leído cesudamente El Capital, debe comportarse de modo fetichista cuando va al mercado, tanto como el que desconoce el trasfondo oculto tras el jeroglífico social de la mercancía. Los individuos no olvidan el carácter social del trabajo abstracto por una decisión consciente: tienen que olvidarlo para dar consistencia a la práctica concreta del intercambio. El fetichismo es una práctica antes que una representación o una creencia, de ahí que no puede combatírselo con meras representaciones ni creencias.

Algunos ejemplos históricos (o imaginarios) (pp. 93-07). Acá Marx recorre 4 situaciones históricas o hipotéticas: la vida solitaria de Robinsión, la sociedad medieval, la familia patriarcal rural y una supuesta sociedad de productores libremente asociados. El propósito de estos cuatro ejemplos parece ser mostrar que el “misticismo del mundo de las mercancías (...) se esfuma de inmediato cuando emprendemos el camino hacia otras formas de producción”.
Robinsón: se trata de una hipótesis cara a los economistas (imaginar un individuo arcaico, aislado y presocial que sin embargo tiene todos los comportamientos del individuo capitalista moderno). Marx lo trata con su característica ironía. Robinsón realiza múltiples trabajos particulares cualitativamente diversos, donde es manifiesto que se trata de “nada más que diferentes modos del trabajo humano”. Lo extraño del párrafo es que cierra señalando que en esa diversidad de trabajos ejercidos por un solitario inglés en una isla “quedan contenidas (…) todas las determinaciones esenciales del valor” (p. 94). Dejamos este pequeño enigma a las sutilezas de la marxología erudita.
La tenebrosa Edad Media. Este ejemplo histórico, junto con el siguiente, es importante porque ofrece un claro contraste con las determinaciones de lo desarrollado antes sobre la producción de mercancías (no se trata de un mero contrapunto histórico sino también conceptual). Marx enfatiza la centralidad de las relaciones de “dependencia personal” en el nexo social medieval, en contraste con las relaciones sociales mercantiles, “disfrazadas de relaciones entre cosas”. “Precisamente porque las relaciones personales de dependencia constituyen la base social dada, los trabajos y productos no tienen por qué asumir una forma fantástica distinta de su realidad (…) La forma natural del trabajo, su particularidad y no, como sobre la base de la producción de mercancías, su generalidad, es lo que aquí constituye la forma directamente social de aquél”. Es como si las relaciones de intercambio mercantil tuvieran un plus de opacidad, un grado ulterior de ocultamiento social, en virtud de su carácter “velado”. Las relaciones de dominación personal medievales son “abiertas”, no se disfrazan como relaciones entre cosas, no se desdibujan bajo el jeroglífico cosificado de la mercancía. Luego, los productos del trabajo aparecen como sociales en virtud de su forma natural y particular (como productos generados de y para una división del trabajo estructurada a partir de relaciones de dominación personal abierta). En el intercambio mercantil, en cambio, las relaciones personales de dominación ceden a las relaciones sociales “veladas” bajo la comunión universal de las cosas. Los productos del trabajo, acá, aparecen como sociales en lo que tienen de general (ser productos del trabajo humano abstracto, ser valores). La dominación social, en las sociedades donde no predomina la producción mercantil, tiene entonces un carácter más inmediato, acaso más violento, pero también más evidente y manifiesto. “El diezmo que se entrega al cura es más diáfano que la bendición del clérigo”. En cambio, la producción para el intercambio de mercancías desdibuja o “vela” ulteriormente su propia factura social, manifestándose ante los individuos en la forma de propiedades cósicas de las mercancías.
De las relaciones de dependencia personal directa, Marx pasa a estudiar la industria patriarcal rural. Ésta nos permite comprender cómo funciona el trabajo colectivo “directamente socializado” (por oposición al trabajo ejercido en forma privada, socializado efectivamente en el intercambio mediante el valor). Los productos varios del trabajo familiar, acá, no se enfrentan “recíprocamente como mercancías” sino que “en su forma natural son funciones sociales, ya que son funciones de la familia y ésta practica su propia división natural del trabajo”. Los diversos trabajos actúan “desde su origen, como órganos de la fuerza de trabajo colectiva de la familia” (95). No hay trabajos privados independientes cuya naturaleza social se efectivice posteriormente en el intercambio, sino que el trabajo es planificado y ejecutado socialmente desde el comienzo. Podemos decir, siguiendo con el ejemplo anterior, que en la familia patriarcal hay dominación personal (del patriarca sobre los hijos y las mujeres) pero ésta no se entreteje con una estructura fetichista. El fetichismo parece vincularse a una forma de dominación social históricamente determinada, ligada a la producción de mercancías para el intercambio, cualitativamente diversa de otras formas de dominación “prístinas”, “abiertas” o “directas”. Estas últimas tienen la peculiaridad de que no velan, desdibujan ni ocultan su propia naturaleza social (ni opresiva), sino que aparecen diáfanamente como relaciones sociales (de dominación). Las relaciones mercantiles, en cambio, realizan esa singular inversión en virtud de la cual su carácter social no aparece como tal, sino desdibujado en el jeroglífico de la mercancía.
Finalmente, Marx nos insta a imaginar “una asociación de hombres libres que trabajen con medios de producción colectivos y que empleen, conscientemente, sus muchas fuerzas de trabajo individuales como una fuerza de trabajo social” (96). Como hipótesis adicional (sólo para mantener cierta continuidad con la producción de mercancías) podemos imaginar que la participación de cada individuo en el producto del trabajo está condicionada, a la vez, por su participación en la producción (continuidad del tiempo de trabajo como criterio de la producción y distribución, pero ahora sin el intercambio mercantil de productos de trabajos independientes). Estas hipotéticas relaciones entre hombres y mujeres libremente asociados serían, nuevamente, “diáfanas” (“diáfanamente racionales”, 97), como las relaciones abiertas de dominación personal medievales o patriarcales, sólo que ahora tamizadas por la igualdad (dicho sea de paso, recordemos la relación entre trabajo abstracto e igualdad en la “Introducción” del 57). La emancipación social, podemos aventurar, implicaría un retorno a las relaciones abiertas, inmediatamente sociales, diáfanas; sólo que bajo parámetros igualitarios y racionales: ya no como relaciones de dependencia directa sino como vínculos diáfanamente racionales entre productores libres e iguales, que planifican su actividad humana de manera inmediatamente social. En una sociedad así, podemos aventurar, nuevamente los productos del trabajo revestirían un carácter social en virtud de su forma natural, como productos directos del trabajo socialmente planificado y organizado, y no por su generalidad como productos del trabajo abstractamente general pero ejecutado por individuos independientes.
Agreguemos, de paso, que para Marx la forma de religión más apropiada para una sociedad de productores de mercancías es el cristianismo, específicamente en su forma protestante. No desarrollamos mucho esto, valga nomás la mención.

97-103 Discusión con la economía política. La economía política va a aparecer como conciencia acrítica del fetichismo de la mercancía, es decir, como una forma de conciencia de las relaciones mercantiles que se amolda a su aparecer cósico y fetichizado. No se trata de una conciencia simplemente falsa (la economía política puede, de hecho, cosechar algunos aciertos empíricos). Se trata de una conciencia parcial, que puede captar las conexiones empíricas que se dan en la superficie del intercambio mercantil, pero no logra desentrañar el jeroglífico social de la mercancía. Esta parcialidad, esta unilateralidad de miras de las economía política, le permite encontrar correlaciones observables en lo dado, pero no iluminar el carácter estructural de las relaciones sociales subyacentes. Esto implica, a la vez, que la economía política deshistoriza las relaciones mercantiles como si fueran naturales. El aspecto ideológico de la EP no radica en que falsee los datos, sino en que no escruta los procesos genéticos y sistemáticos que les subyacen, absolutizando lo que aparece como dado en una configuración histórica precisa como invariante: “A formas que llevan escrita en la frente su pertenencia a una formación social donde el proceso de producción domina al hombre, en vez de dominar el hombre a ese proceso, la conciencia burguesa de esa economía las tiene por una necesidad natural tan manifiesta como el trabajo productivo mismo”.

Un último comentario al respecto. Tanto frente a la economía política (formación ideológica) como frente al fetichismo (proceso objetivo), Marx parece apostar a una forma de conocimiento eminentemente crítica. Si el fetichismo produce una falsa conciencia necesaria, determinada objetivamente y que no es producto de errores subjetivos; entonces la conciencia verdadera (enarbolada por Marx) no puede ser otra cosa que “conciencia de la falsa conciencia”, es decir, conciencia de los procesos históricos y objetivos que generan las deformaciones sistemáticas y necesarias de la conciencia. La crítica es una forma de conocimiento que reenvía la conciencia falsa a los procesos objetivos que la generan, desentrañando su gestación sistemática en una totalidad social. Parece que Marx nos propone conocer la verdad mediante la crítica de la no-verdad, mostrando cómo las representaciones parciales y unilaterales de la EP son momentos de una lógica objetiva global (fetichista), históricamente determinada, que las genera necesariamente. La crítica de la economía política consiste en reenviar las expresiones superficiales de la objetividad fetichista a la trama global, no inmediatamente observable, que las produce (y que produce sus deformaciones sistemáticas). Así, por ejemplo, las mercancías parecen tener un valor como propiedad intrínseca de su corporalidad cósica. En la crítica, empero, el valor se revela como un resultado de la forma social del trabajo que produce mercancías (trabajo dividido en concreto y abstracto, ejecutado por individuos independientes con miras al intercambio en el mercado). De igual modo, la EP llega a comprender que el tiempo de trabajo determina el valor, pero no se pregunta “por qué ese contenido adopta dicha forma” (98), por qué el trabajo se representa en valor. Para comprender eso, debería interrogarse por la gestación y estructura de las relaciones mercantiles, por la lógica objetiva en virtud de la cual los productos del trabajo aparecen como mercancías, en lugar de dar por buena, en general y sin ulteriores cuestionamientos, la forma mercantil.

6.1.14

Encuentro del 22 de diciembre de 2013

Al comienzo, intentamos reponer lo que habíamos estado trabajando en el encuentro previo. A duras penas, logramos encontrar algo en nuestras tan etílicamente deterioradas memorias. Por caso, pudimos reponer parcialmente un contrapunto que se había establecido entre Juan Pablo y yo acerca de la consistencia dialéctica, o no, del despliegue argumentativo de Hegel en la Filosofía del derecho. Para aferrarnos a algo más o menos concreto, leímos el tránsito de la moralidad a la eticidad. Eso, en sí, no sumó mucho (al menos no a mí), y por eso mejor repongo brevemente cuál era el contrapunto en cuestión. Juan Pablo resaltaba que por momentos uno debe conceder demasiado para que lo que se afirma en la moralidad cierre tal como Hegel dice que una exposición filosófica debe cerrar. Resultaría entonces como si Hegel en su desarrollo filosófico no estuviese a la altura de las elevadas exigencias metodológicas que prescribe. Yo, sin estar completamente en desacuerdo con dicha observación, proponía (a modo de hipótesis) que tal vez podríamos suponer algo así como dos estrategias diferentes al interior del libro: por un lado, Hegel nos mostraría el carácter unilateral y abstracto del derecho y de la moralidad en tanto que no nos permiten comprender la libertad en su realidad efectiva; por otro, en la parte de eticidad, Hegel nos permitiría ver cómo deber y derecho se articulan racionalmente si, en vez de adoptar un punto de partida abstracto, el yo y su propiedad o el bien y la conciencia, se adopta el punto de vista de la totalidad efectivamente operante, es decir, de la historia de los pueblos.
Insisto en que es recontradiscutible esta lectura y concedo que, tal como bien señaló Juan Pablo, hay apoyo textual (p, 105, por ejemplo) para sostener que Hegel está pretendiendo elaborar una dialéctica “lineal” en la cual el derecho abstracto llevaría a la moralidad y la moralidad, siempre contradicciones por medio, nos ofrecería como resultado la eticidad. De todos modos, creo que si uno considera que derecho y moralidad son representaciones del entendimiento y que estas, como tales, no pueden si no llevara a callejones sin salida, entonces la tercera parte del libro, la eticidad, puede ser tomada no sólo como la consecuencia del despliegue de las insuficiencias de los momentos anteriores sino como todo aquello parcial visto desde otro fundamento, el racional, el verdadero.
Lo dicho, claro, tiene sus problemas. De hecho, en general la relación entre la exposición argumentativa y el desarrollo de la Idea es bastante problemática en la obra de Hegel. No obstante, creo que este problema puede pensarse en relación con  aquello que para Facundo resulta crucial en la filosofía hegeliana: el movimiento propiamente dialéctica de “poner-suponer”. Esto tal vez nos sirva para lidiar con el hecho de que, al parecer, uno siempre debe saber “el final del cuentito” para poder conceder viabilidad a buena parte de los argumentos hegelianos. En este sentido, y siguiendo a Facundo, resulta difícil suponer que la deducción hegeliana, el “se sigue” que tanto articula los momentos de su exposición, sea algo simplemente lineal. Más bien conviene suponer que esa deducción se sostiene en que ya se ha asumido el “punto de vista” de la totalidad.
Ahora bien, ¿de qué modo es posible llegar desde la moralidad a la eticidad? Solo si hemos adoptado el punto de vista racional de la totalidad, que en la Filosofía del derecho es la Eticidad. Y acá hago un paréntesis. Tal vez podamos establecer un paralelismo con la Ciencia de la Lógica. ¿Cómo llegamos de “el ser” a “la nada”? Y más aún, ¿como se pasa del “devenir” al “devenir algo”? Como decía, creo que sólo sabiendo que, primero, la lógica dialéctica debe explicar la realidad y, segundo, que la realidad es racional que, por tanto, podemos asegurar que los conceptos deben poder vincularse con su referencia efectiva de manera necesaria. En otras palabras, si no sabemos que hay “algo” que “deviene”, no podemos concederle nunca a Hegel que del pensamiento de la unilateralidad del ser a la nada se produzca movimiento. Más bien la cuestión es al revés: porque efectivamente hay movimiento de “algo” y estamos suponiendo que eso que se mueve es racional es que podemos entender la  unilateralidad y abstracción de conceptos tales como “ser” y “nada” en la medida en que no se articulen con “algo”.
Si esto que digo se sigue, entonces puede sostenerse que sólo en la medida en que ya sabemos que hay Estado, que hay Sociedad civil y hay Familia podemos comprender que del derecho abstracto y de la moralidad “se sigue” la eticidad. El de la eticidad sería el punto de vista desde el cual estas distintas momentos se articulan racionalmente.
Ahora, claro, uno podría sostener que las relaciones entre, por ejemplo, individuo y Estado son meramente exteriores o que el bien es lo que cada uno se representa como tal, y esta bien, eso también explica la existencia de estado, sociedad civil y familia; pero si hace esto entonces lo explica mal, diría Hegel. 
En este punto la distinción que planteaba Facundo entre Libertad Mayor - del Sujeto (Espíritu Universal)- y Liberar Menor - de los sujetos individuales y colectivos - se muestra promisoria.
Convinimos, si mal no interpreté, en que para Hegel la clave está en articular estos dos tipos de libertad, lo cual equivale, entre otras cosas, a articular la libertad como necesidad con la libertad como arbitrio. Pero, como sabemos, esto implica que el individuo es un individuo ineluctablemente socializado y que, por tanto, no puede pensar su libertad como la libertad del átomo o la mónada, sino como la una parte dentro de una totalidad. Pero, como también sabemos, extremando el plateo esa parte (el individuo) que sólo tiene su razón de ser en función del todo (El Estado), a veces parece aplastado por dicha totalidad. Por eso, a criterio de Facundo, hoy habría una sola manera de volver a Hegel si tenemos en mente un proyecto de liberación social: dando curso a una hegelianismo crítico. Se trataría, si mal no entendí, de un enfoque que en vez de afirmar la totalidad como realización, ya sea del espíritu, del proletariado o de los emo, se comprenda que la tarea es destruir la totalidad, es decir, la lógica del capital (El verdadero Espíritu absoluto).
A su vez, Juan Pablo sumó otros elementos que nos permiten confirmar la vigencia e importancia de la filosofía hegeliana. Por una parte, Juan destacaba el mérito de articular pensamiento e historia, mostrando de ese modo la co-dependencia de estos dos niveles. Por otra parte, destacaba la primacía de la relación, de la mediación, como clave en la comprensión de la realidad. No obstante, claro, ambas cosas son aspectos de los mismo: es porque ponemos en centro las relaciones es que no podemos unilateralizar nuestra comprensión de la relación pensamiento–experiencia histórica. A criterio de Juan Pablo, si mal no entendí, este sería un producto propiamente moderno, de la modernidad.
En este punto, creo que podríamos afirmar que la modernidad capitalista, en su largo y ancho desarrollo, engendra no sólo una dinámica de opresión y totalización enajenante de la vida y las personas sino que, además, va desplegando posibilidades para su superación. Asimismo, lo uno y lo múltiple, el lado fascista y el lado liberador de la modernidad, no son sino dos caras de las misma moneda. Por eso en el capitalismo encontramos no sólo el orden de opresión sino también la crítica.
Como Facundo mismo concedió, tras una pregunta de Andrea ligada a las ambigüedades de la Multitud como supuesta clave liberadora frente a lo Uno, lo cierto es que esta teoría crítica marxista ya no puede augurar ya la necesidad de ningún poscapitalismo, aunque – esto es igual de importante, o más - tampoco debe desentenderse de la posibilidad (y deseabilidad, podríamos agregrar) de dicho horizonte poscapitalista.

Ahora bien, tras estas vueltas en torno a Hegel, intentamos abordar una pregunta que había hecho Lucía al comienzo del encuentro referida a las relaciones entre Spinoza y Hegel, y que había quedado en el tintero. Además, eso nos daba pie a tratar de remontar la cuesta y volver a los usos de que de Hegel y Spinoza se hacen en la actualidad, que era, lo recuerdo, aquello que había disparado nuestro actual proyecto de lecturas. 
Entonces undagamos un poco (ya era tarde) en torno, no sólo a los supuestos y las condiciones de “origen” de los conceptos de “multitud” o de “pueblo”, sino también en las tradiciones en las cuales son recibidos y reelaborados dichos conceptos. Es decir, que nos desplazamos de la pregunta por la fuente referida por - por tomar nuestros casos paradigmáticos - Mazzeo (tras la huella de Hegel) y Negri (tras la de Spinoza) y tratamos de sumar la cuestión de las tradiciones en la cuales se inscriben el autor de El sueño de una cosa y el coautor de Imperio. En este punto, creo que logramos indicar, muy a vuelo de pájaro es cierto, ciertos elementos para un contrapunto. Pues aunque es cierto que ambos provienen y habitan, a su modo, el espectro marxista, también lo es que tienen teorías diferentes acerca de la actualidad del capitalismo que los lleva, a su vez,  a elaborar concepciones diferentes de la subjetividad política en la actualidad.
Mazzeo, siguiendo planteos como el Harvey, resalta el aspecto decisivo del nuevo imperialismo; mientras que Negri, en cambio, sostiene que el imperialismo ha muerto y que estamos en la era del Imperio.
La delimitación nacional/continental asumida por Mazzeo le permite apelar al pueblo, mientras que la ruptura con dichas delimitaciones estado-nacionales hace que Negri busque por el lado de la multitud que parece tener rasgo más bien trasnacionales, global.
A su vez esto se vincularía, avancé yo, con el tipo de proceso que cada cual hace de la derrota y el fracaso histórico de la izquierda y los proyectos de liberación en el siglo XX. Mientras que Negri parece dar por cerrado el ciclo de lucha ligado a la liberación nacional, enterrar por totalmente inútiles análisis como el de la teoría de la dependencia, aborrecer de organizaciones de carácter centralista que tiendan a algún tipo de unidad, etc; Mazzeo, en cambio, parece confiar en la potencia de las luchas pasadas, en la necesidad de crear unidad regional, y en la importancia de asumir las marcas histórico culturales, como ser el peronismo de izquierda. En suma, dos modos diferentes de articular marxismo, actualidad del capitalismo, historia de luchas, etc. Como sea, creo que ganamos mucho cuando advertimos que, además del importantísimo “contexto de producción” de los conceptos (multitud, pueblo, clase...), es imprescindible atender al “contexto de recepción” y de resignificación de los mismos.