Acta polética
Hegel habla con una vieja: acerca de
la Sociedad Civil
Ya estamos la eticidad; quedaron atrás aquellos bellos pero unilaterales momentos
del derecho abstracto y la moralidad. Ambos fueron dialécticamente elevados, a
la vez conservados pero superados en una figura más completa y compleja, con
más determinaciones. Y será en esta tercera figura en la cual se exhibirá la
articulación real del derecho con el deber, la verdadera realización de la Idea
de libertad que viene protagonizando esta historia.
Muy bien, en nuestra exposición junto a
Andrea comenzamos refiriendo la disolución del primer momento ético, o sea, la
transición desde la familia hacia la sociedad civil. De dicha disolución,
destacamos, se desprenden dos principios generales cada uno de los cuales, en
su debido momento, habrán de desarrollarse en beneficio de la realización cabal
de la Idea. Por un lado, tenemos aquél que será la clave de esta sección que
nos ahora toca desplegar, la particularidad; por otro, el de la nacionalidad o
el pueblo, que – si no me equivoco – será retomado luego en la sección de El
Estado.
Hablemos de la particularidad. Hegel asegura
que se trata de una apariencia de verdad.
En la medida en que, en este momento, el individuo se toma a sí mismo como fin
y fundamento. Pero esto es apariencia porque, luego - especulación mediante -
quedará en evidencia su íntima dependencia, o mejor dicho interdependencia con
los otros; o sea, su carácter social y político.
No obstante, no podemos perder de vista que
nuestro carácter social, es decir
interdependiente, puede ser experimentado de, al menos, dos modos: o bien como la necesidad de los otros y del Estado
para mi propia satisfacción, o bien
como el espacio y la sustancia de la
libertad real, en que efectivamente nos realizamos como personas.
Claramente, para Hegel es esta última la
apreciación subjetiva correcta de lo que implica nuestra interdependencia,
nuestra sociabilidad. Pero esto no impide que el principio de la
particularidad, en su infinitamente productiva falsedad, deba desarrollarse en
toda su profundidad. Todo lo contrario: el egoísmo, la miseria y el lujo son
momentos necesarios del desarrollo de la Idea. (Y algo por el estilo podría
decirse del Mercado: aunque Hegel no cree que sea el fin último, ni siquiera
que pueda auto-rregularse, eso no quita que tiene una función histórica
primordial, civilizadora, de fundamental importancia.[1])
E insisto en este punto: la escisión entre
los extremos de la particularidad subjetiva y de la universalidad objetiva
propio del sistema de necesidades - es decir, ese momento en el cual, como dice
Hegel, “se pierde la eticidad” - es un momento ne-ce-sa-rio.
Entre otras cosas, porque esta perdida
terminará siendo la ocasión para que la Idea pueda re-encontrarse consigo
misma, pero enriquecida: luego de haber recorrido y asimilado todo aquello que,
al principio al menos, le era ajeno, le era, hasta entonces, exterior.
Dicho esto, avancemos con la particularidad
cuesta.
Como vimos, el sistema de las necesidades es presentado en tres momentos: el
primero es eminentemente individual, y trata del modo de necesidad y satisfacción.
Una vez que el individuo deja la casita de los viejos y se pone a
patear por los caminos de la vida, su
primer paso hacia lo universal estará cifrado en la realización de sus propias
necesidades. En este sentido, su deseo natural y todo aquello necesario para
satisfacerlo - las cosas, el trabajo y el intercambio - representarán su primer
paso hacia la verdadera libertad.
Hegel, al comienzo, se encarga de mostrar que en esa
necesidad de dar con las cosas y los medios que la satisfacen ya aparecen los
otros como condiciones de posibilidad de mi realización. Y esto me exhibe a mí
mismo como unilateral, abstracto, en tanto individuo.
Sin embargo[2], en vez de seguir esa línea
argumentativa, Hegel encara por el lado de la diferenciación de las necesidades
y la multiplicación de los medios de
satisfacción, tanto como de los objetos que satisfacen nuestro deseo. Esta
complejización, dice él, es índice del carácter universal del hombre y su
producción. Pues en la medida en que mediatiza su deseo, lo saca de la órbita
animal; de este modo, se transforman en relativos a los objetos y medios que lo
satisfacen.
La abstracción de las necesidades y la
especialización de los bienes, además, es lo que pone a la propia producción en
un terreno de exterioridad a mi propio parecer y querer, es decir, ya no
depende de mi antojo en la exacta medida en que ya no produzco tan sólo para mi
y para los míos, sino para el intercambio con otros, para el parecer y querer
de los otros. Y, por eso mismo, debo ajustar mi producción a la opinión de esos
otros, acomodarme a un montón de pautas y antojos que me exceden como
particular.
Ahora bien, quiero señalar que, a mi parecer,
aquí no se ha anulado la dependencia (podríamos decir que seguimos en el reino de la necesidad) pero, sin
embargo, ha sido trasformado de raíz el sentido de la misma: ahora dependemos
de la sociedad, y no de la naturaleza.
Un pequeño paso para un hombre pero un gran
paso para la humanidad.
Como sea, el punto es que la abstracción
propia de la producción socialmente instituida codificará las relaciones entre
los hombres. Así también se irá incrementando la interdependencia, dando lugar
a un sistema multilateral de condicionamientos cada vez más complejo.
Al respecto, creo que no pifiamos mucho si
decimos que una vez que estamos en este nivel, el punto de vista de la
particularidad ya dejó en el camino buena parte de su abstracción primigenia. Tal
vez por ello aquí, lo que en el derecho abstracto significaba el concepto
“patrimonio”, ha cambiado radicalmente de sentido. Quiero decir: aquí ya no se
puede hablar de la riqueza como suma de patrimonios particulares, sino que
debemos hablar de la riqueza social[3] en la cual participan, en
distintos grados, esos particulares.
Cabe señalar que, tal como enfatiza Hegel, el
grado de participación en dicha riqueza está condicionado por el capital y las
habilidades de cada cual. Y allí el prusiano se encarga de recordarnos DOS
COSAS: primero, que pretender una participación totalmente equitativa, es decir
pretender que no sólo que todos tengan propiedad, sino que además todos y cada
uno tengan la misma cantidad, es un delirio. Entre otras cosas, porque si se
hace eso se niega la particularidad, la producción de diferencia (¡Tomá Fidel
Castro! ¡te re cabió, dictador bananero!).
Lo segundo que Hegel señala, y que es
realmente fundamental, es que no se participa en dicha riqueza sino en tanto
miembro de algunos de los estamentos/clases[4] de la totalidad orgánica
que es la sociedad.
Justo ahí Hegel entra al mercadito, y una
señora le pregunta:
-
¿Qué es una clase/estamento, señor Hegel?.
Y éste le responde, mientras con su mano
verifica la textura de una palta:
-
Sistemas particulares de necesidades, medios y trabajo, de modos de
satisfacción y cultural teórica y práctica, doña.
-
¿Y cuántas hay, señor Hegel? Pregunta la adorable viejecilla.
-
Tres, señora, tres.
-
¿Y cómo son? Insiste la señora que ahora agarra un jugo minerva de
medio litro, y lo guarda con disimulo en la bolsa, sosteniendo una mirada
cómplice hacia Hegel, quien a su vez esboza una media sonrisa pero piensa qué mal me caen las viejas.
Luego responde:
- La
clase/estamento es el lugar en donde se realiza el individuo, donde este se
universaliza. Y nadie, señora, nadie se realiza sino como parte de una
determinada clase/estamento. ¿Me entiende?
-
Mas o menos, le soy sincera, señor Hegel; pero usted
siga siga nomás que a mí igual mucho no me importan estas cosas del espiritu,
vio?.
Y
entonces Hegel sigue, pero en forma de prosa.
La clase/estamento inmediata o sustancial es
aquella ligada a la tierra y por eso a los ciclos naturales. En ese sentido, se
puede decir que esta clase depende de la naturaleza. Posee una eticidad básica
la cual se expresa en los lazos familiares. La clase universal, por su parte,
es la que se encarga de administrar los intereses generales. Pero de todos
modos la que aquí más nos preocupa es la reflexiva o formal, es decir, aquella
que depende de su trabajo y la organización junto a los otros.
Punto y aparte.
Para enganchar con el segundo momento de la sociedad civil, el de “la administración
de justicia”, conviene tener en cuenta que antes de ponerse a hablar con la
adorable viejecilla sobre los estamentos, Hegel nos venía hablando del
patrimonio. Él ya había establecido que se participa de manera particular de
una riqueza que es social, y ahora sabemos que esa participación, de un modo u
otro, va a tener que ver con la relación de dicha particularidad con un tipo de
universalidad que es la clase/estamento.
Pero, claro, conviene aclarar que antes Hegel nos
va a dar una vuelta por la existencia y administración de la ley efectivamente
existentes.[5]
(Aclaro que sobre la ley no diré mucho porque en la
reunión la mayoría de ustdes decía que era, cito, “un embole”. Aunque yo no
comparto tan grosera apreciación, soy tan democrático como vago.
No obstante, DOS COSAS... sí, evidentemente, soy un
estudiante de filosofía.)
UNO. Considero importante resaltar en este momento
del texto: primero, que el derecho debe
ponerse en la existencia en la forma de una ley, y que este “ser puesto”, lejos
de serle accesorio, constituye su genuina realización; segundo, que de El
Derecho a la ley puede haber, y de hecho siempre la hay, una distancia
insuprimible; tercero, que dicha distancia, en parte referida a la aplicación
abre un terreno a la contingencia y a la arbitrariedad, y que esa arbitrariedad
y contingencia es un problema al interior del sistema hegeliano.
Hay dos vías posibles para abordar este
espinoso asunto: o bien la contingencia es un exceso y punto de fuga de la
totalidad, o bien es una expresión sui
generis de la misma, pero no escapa a su lógica, es decir, resulta
absorbible en la totalidad y su necesariedad.
El asunto es difícil, y más bien parece
implicar una decisión política y ética: sería en pocas palabras la pregunta
acerca de si puede haber algo por fuera de la totalidad racional.[6]
(Y es entonces cuando Hegel mira hacia el
lugar en donde estaba la viejecilla, como buscando una respuesta, pero ella
ésta, la vieja digo, porque ya se ha ido, ya está afuera. ¿De la totalidad?. No
sé, no tanto quizás, pero así y todo, con sólo salir de nuestro alcance, la
cosa ya es imposible de interpelar, le susurra a Hegel el pequeño kantiano que
todos llevamos dentro.)
DOS. Otra cuestión importante es que hay problemas
que no se pueden resolver entre el particular y el tribunal. Porque además de
la lesión a lo universal que implica el delito, en el plano de una sociedad
civil más desarrollada, encontramos ciertos daños que son producto del uso
legal de la propiedad. Y estos afectan la posibilidad de que el particular se
realice, es decir, la realización de su bienestar.
Se trata de la pobreza, la miseria, la perdida de
lazos con la comunidad, etc. Todo esto hace imposible la realización del
bienestar, y es algo que no está ligado a la malevolencia de los individuos
sino que remite a la misma lógica de la sociedad civil en su lineal desarrollo:
el mercado, con su despliegue, produce parejas grandes riquezas y grandes
miserias.
Por eso, entre otras cosas, hace falta una instancia
universal que regule y compense los efectos indeseables de dicha lógica de la
particularidad y el intercambio asegurando el bien común, pero, eso sí, sin
anularlas ya que, como habíamos dicho, tienen una función positiva.
Es así como
llegamos a Poder de policía, el tercer momento de la sección, compuesto
de 1- poder de policía y 2- corporación.
La vigilancia del estado es necesaria para
actividades que tienen un interés común, nos explica Hegel. Y puesto que los
diversos intereses de productores y consumidores pueden, y suelen, entrar en
conflicto, se requiere la compensación mediante una regulación consciente que
esté por encima de las partes.
En esta parte, Hegel está pensando fundamentalmente
en los abismos entre ricos y pobres que produce la lógica mercantil librada a
su propio funcionamiento, incluso cuando está regulada por la ley. Y es allí en
donde retoma la figura de la familia con la intención de establecer que la
sociedad civil ha de ser para el individuo particular “como una segunda
familia”, es decir, algo que debe protegerlo de todo mal y a la vez
incentivarlo a desarrollar dignamente su capacidad y autorrealización - la cual,
aclaremos, sólo puede darse mediante el trabajo. Importante: la plebe no debe
ser mantenida (¡Tomá, Cristina! ¡Te re cabió, yegua!)
Ahora bien, la plebe implica la caída de grandes
masas de la población bajo la línea de la auto-subsistencia. Pero no es pobre
sólo en el sentido burdamente económico, sino que se envilece su persona toda,
pierde “el sentimiento del derecho”, con todo lo que esto acarrea para él y
para la sociedad.
Y esta es, dice Hegel, la cuestión que atormenta a
las sociedades modernas.
En este momento, Hegel plantea la cuestión de la
colonización como efecto del propio desarrollo interno de las sociedades
modernas. Dice que es este mecanismo de expansión para resolver las iniquidades
producidas por la sobreproducción sumada a la necesidad de materias primas lo
que lleva a la sociedad a que vaya “más allá de sí”. El mar se presenta
entonces como medio de civilización, en la medida en que mediante él las sociedades
más avanzadas llevan civilización a otras sociedades menos avanzadas.
Una pausa, una hipotesis.
Si en el momento del poder de policía el problema de la sociedad moderna se termina “hacia
fuera”, con la colonización; en el momento de la corporación, lo que hace Hegel
tiene que ver con resolver el problema “hacia adentro”, atendiendo a la
diferenciación de los estamentos y su subordinación al Estado.
Evidentemente, es una hipótesis de lectura muy
elemental, pero que al menos a mí me permite volver desde la colonización a la
organización interna de lo social: es el mismo problema, la sociedad moderna y
su lógica infinitamente diferenciadora, en dos de sus expresiones.
De ser esto adecuado, podríamos decir que la lógica
del mercado impele a las sociedades modernas a ir más allá de sí
(colonización), pero al mismo tiempo la lógica productiva y los respectivos
intereses de los actores en ella vinculados deben organizarse internamente, en
el Estado, mediante el Estado.
Entonces es cuando le dice Hegel a la misma
viejecilla de antes - la cual en algún momento entró nuevamente en el mercadito,
si que es que no se había escondido:
-
Señora, escuche bien: la corporación constituye la
segunda raíz ética del Estado... la primera es la familia.
-
Qué?, llevando una mano a su oreja
-
Que la corporación constituye la segunda raíz ética del
Estado... y la primera es la familia.
-
Qué?, dice la viejecilla, llevando la otra mano a su
otra oreja, y exhibiendo así un elegante “topo gigio”, al mejor estilo
Riquelme.
Ahora Hegel
pierde la paciencia y grita, asombrando al mismísimo e impávido dueño del
mercadito quien, de más está decirlo, es un chino que llegó desde el pasado
asiatico.
-
¡Que la corporación constituye la segunda raíz ética
del Estado... y la primera es la familia, vieja de porquería!
-
Ah, sí, en eso sí que tiene razón, señor, en eso tiene
mucha razón... Pero vaya usted a explicarle todo eso a los jóvenes de hoy en
día, sobre todo a los jóvenes hegelianos. Están todos con eso del marxismo
porvenir, todos hippies y montoneros.
-
Sí, sí, y de
hecho, como le decía antes, no falta quien cree que se realizara como
particular. Hay quienes creen que no requieren una actividad universal para
realizarse, y que valen algo por fuera de su estamento... ¡ilusos!
-
Sí, sí, señor Hegel, en eso yo lo acompaño, es real y
es racional...
-
De todos modos, esos son errores difíciles de estirpar.
Hace falta leerse todos mis libros para entenderlo cabalmente. Y eso lleva mucho
tiempo. Fíjese sino los salames de polética... ¿cuánto hacen que están con mi
libro? Mucho, yo diría demasiado. Y
usted ¿cree que entienden algo? No, nada. Puras excusas para tomar vino después
de la lectura.
Pero la
señora nuevamente se había retirado. Y, por eso, ahora Hegel le habla al chino,
y aclara un punto importante:
-
Pero eso sí, todo muy lindo lo de la corporación, pero sólo
en la medida en que responda y se subordine a la regulación del Estado. ¿Se
entiende, caballero?
-
Por supuesto, ni falta hace que lo diga. Yo también soy
peronista, Señor Hegel. En fin, como todos, no?.
Cierra la vieja.
[1] Con ocasión de un
comentario mío, Juan Pablo planteó la posibilidad de que a pesar de lo que
podría suponerse leyendo linealmente el libro, en Hegel puede encontrarse un
enfoque histórico no del todo atado a la forma del Estado-Nación sino más bien
del tipo Sistema-Mundo (en el sentido de Wallerstein y compañía). Yo no lo
había visto así, pero bien pensado me parece plausible y coherente. Calculo que
la tercera sección nos permitirá abordar el punto con mejores
herramientas.
[2] Digo
“sin embargo” porque cuando lo leía me pareció que Hegel primero adelantaba lo
del intercambio como punto en cual se disolvía la pretensión unilateral del
deseo, pero luego, me pareció, Hegel necesitaba volver a lo de la
multiplicación y abstracción de las necesidades y los medios para poder luego
mostrar que el intercambio estaba condicionado por dichas determinaciones propias
del tipo y sentido de una específica producción. Ese movimiento, a mi entender,
puede tener que ver con que todo lo que va a decir de la sociedad civil no
puede inferirse del mero intercambio (¿cuándo no lo hubo?) sino del modo de
intercambio que se impone cuando se produce para el intercambio; es decir,
porque habla de una sociedad civil moderna, occidental, mas o menos
desarrollada. Pero quizás esté marxistizando mucho el asunto.
[3] Que
si no me equivoco es lo que en la época la economía política trataba como
“riqueza de las naciones”
[4] En la
reunión quedó claro que la traducción “clases” le hacía decir al texto algo que
no quería decir. La traducción correcta sería, según nuestros alemanólogos
Andrea y Facundo, “estamento”.
[5] Ahora
me pregunto si Hegel podría haber pasado directamente a desarrollar el problema
de la corporación después de haber mencionado las características de la clase
reflexiva. La verdad, no lo sé, pero algo me dice que tal vez sí. De todos
modos, algo o alguien (¿será la vieja?) también
me dice que una vez que se establecido que la obligación está ligada a la
existencia efectiva de la ley, una vez que - como dirá más adelante - quede
claro que la corporación debe estar bajo el poder publico, el tema se vuelve
bien diferente, la aparición del poder de policía y la corporación queda
condicionado, determinado.
[6] La
pregunta equivale a la de sí la racionalidad moderna alcanza o no, puesto que
una vez que planteamos un afuera de la totalidad lo que hacemos es entrar en el
terreno más que de las contradicciones (ahí Hegel se mueve bárbaro) en el de
las paradojas.