Al comienzo, intentamos reponer lo que habíamos estado trabajando en
el encuentro previo. A duras penas, logramos encontrar algo en nuestras tan
etílicamente deterioradas memorias. Por caso, pudimos reponer parcialmente un
contrapunto que se había establecido entre Juan Pablo y yo acerca de la
consistencia dialéctica, o no, del despliegue argumentativo de Hegel en la
Filosofía del derecho. Para aferrarnos a algo más o menos concreto, leímos el
tránsito de la moralidad a la eticidad. Eso, en sí, no sumó mucho (al menos no
a mí), y por eso mejor repongo brevemente cuál era el contrapunto en cuestión.
Juan Pablo resaltaba que por momentos uno debe conceder demasiado para que lo
que se afirma en la moralidad cierre
tal como Hegel dice que una exposición filosófica debe cerrar. Resultaría
entonces como si Hegel en su desarrollo filosófico no estuviese a la altura de
las elevadas exigencias metodológicas que prescribe. Yo, sin estar
completamente en desacuerdo con dicha observación, proponía (a modo de
hipótesis) que tal vez podríamos suponer algo así como dos estrategias
diferentes al interior del libro: por un lado, Hegel nos mostraría el carácter
unilateral y abstracto del derecho y
de la moralidad en tanto que no nos
permiten comprender la libertad en su realidad efectiva; por otro, en la parte
de eticidad, Hegel nos permitiría ver cómo deber y derecho se articulan
racionalmente si, en vez de adoptar un punto de partida abstracto, el yo y su propiedad o el bien y la conciencia, se adopta el punto de vista de la totalidad
efectivamente operante, es decir, de la historia de los pueblos.
Insisto en que es recontradiscutible esta lectura y concedo que, tal
como bien señaló Juan Pablo, hay apoyo textual (p, 105, por ejemplo) para
sostener que Hegel está pretendiendo elaborar una dialéctica “lineal” en la
cual el derecho abstracto llevaría a la moralidad y la moralidad, siempre
contradicciones por medio, nos ofrecería como resultado la eticidad. De todos
modos, creo que si uno considera que derecho y moralidad son representaciones
del entendimiento y que estas, como tales, no pueden si no llevara a callejones
sin salida, entonces la tercera parte del libro, la eticidad, puede ser tomada
no sólo como la consecuencia del despliegue de las insuficiencias de los
momentos anteriores sino como todo aquello parcial visto desde otro fundamento,
el racional, el verdadero.
Lo dicho, claro, tiene sus problemas. De hecho, en general la relación
entre la exposición argumentativa y el desarrollo de la Idea es bastante
problemática en la obra de Hegel. No obstante, creo que este problema puede
pensarse en relación con aquello que
para Facundo resulta crucial en la filosofía hegeliana: el movimiento
propiamente dialéctica de “poner-suponer”. Esto tal vez nos sirva para lidiar
con el hecho de que, al parecer, uno siempre debe saber “el final del cuentito”
para poder conceder viabilidad a buena parte de los argumentos hegelianos. En
este sentido, y siguiendo a Facundo, resulta difícil suponer que la deducción
hegeliana, el “se sigue” que tanto articula los momentos de su exposición, sea
algo simplemente lineal. Más bien conviene suponer que esa deducción se
sostiene en que ya se ha asumido el “punto de vista” de la totalidad.
Ahora bien, ¿de qué modo es posible llegar desde la moralidad a la
eticidad? Solo si hemos adoptado el punto de vista racional de la totalidad,
que en la Filosofía del derecho es la Eticidad. Y acá hago un paréntesis. Tal
vez podamos establecer un paralelismo con la Ciencia de la Lógica. ¿Cómo
llegamos de “el ser” a “la nada”? Y más aún, ¿como se pasa del “devenir” al
“devenir algo”? Como decía, creo que sólo sabiendo que, primero, la lógica
dialéctica debe explicar la realidad y, segundo, que la realidad es racional
que, por tanto, podemos asegurar que los conceptos deben poder vincularse con
su referencia efectiva de manera necesaria. En otras palabras, si no sabemos
que hay “algo” que “deviene”, no podemos concederle nunca a Hegel que del
pensamiento de la unilateralidad del ser a la nada se produzca movimiento. Más
bien la cuestión es al revés: porque efectivamente hay movimiento de “algo” y
estamos suponiendo que eso que se mueve es racional es que podemos entender
la unilateralidad y abstracción de
conceptos tales como “ser” y “nada” en la medida en que no se articulen con
“algo”.
Si esto que digo se sigue, entonces puede sostenerse que sólo en la
medida en que ya sabemos que hay Estado, que hay Sociedad civil y hay Familia
podemos comprender que del derecho abstracto y de la moralidad “se sigue” la
eticidad. El de la eticidad sería el punto de vista desde el cual estas
distintas momentos se articulan racionalmente.
Ahora, claro, uno podría sostener que las relaciones entre, por
ejemplo, individuo y Estado son meramente exteriores o que el bien es lo que
cada uno se representa como tal, y esta bien, eso también explica la existencia
de estado, sociedad civil y familia; pero si hace esto entonces lo explica mal,
diría Hegel.
En este punto la distinción que planteaba Facundo entre Libertad Mayor
- del Sujeto (Espíritu Universal)- y Liberar Menor - de los sujetos
individuales y colectivos - se muestra promisoria.
Convinimos, si mal no interpreté, en que para Hegel la clave está en
articular estos dos tipos de libertad, lo cual equivale, entre otras cosas, a
articular la libertad como necesidad con la libertad como arbitrio. Pero, como
sabemos, esto implica que el individuo es un individuo ineluctablemente
socializado y que, por tanto, no puede pensar su libertad como la libertad del
átomo o la mónada, sino como la una parte dentro de una totalidad. Pero, como
también sabemos, extremando el plateo esa parte (el individuo) que sólo tiene
su razón de ser en función del todo (El Estado), a veces parece aplastado por
dicha totalidad. Por eso, a criterio de Facundo, hoy habría una sola manera de
volver a Hegel si tenemos en mente un proyecto de liberación social: dando
curso a una hegelianismo crítico. Se trataría, si mal no entendí, de un enfoque
que en vez de afirmar la totalidad como realización, ya sea del espíritu, del proletariado
o de los emo, se comprenda que la tarea es destruir la totalidad, es decir, la
lógica del capital (El verdadero Espíritu absoluto).
A su vez, Juan Pablo sumó otros elementos que nos permiten confirmar
la vigencia e importancia de la filosofía hegeliana. Por una parte, Juan
destacaba el mérito de articular pensamiento e historia, mostrando de ese modo
la co-dependencia de estos dos niveles. Por otra parte, destacaba la primacía
de la relación, de la mediación, como clave en la comprensión de la realidad.
No obstante, claro, ambas cosas son aspectos de los mismo: es porque ponemos en
centro las relaciones es que no podemos unilateralizar nuestra comprensión de
la relación pensamiento–experiencia histórica. A criterio de Juan Pablo, si mal
no entendí, este sería un producto propiamente moderno, de la modernidad.
En este punto, creo que podríamos afirmar que la modernidad
capitalista, en su largo y ancho desarrollo, engendra no sólo una dinámica de
opresión y totalización enajenante de la vida y las personas sino que, además,
va desplegando posibilidades para su superación. Asimismo, lo uno y lo
múltiple, el lado fascista y el lado liberador de la modernidad, no son sino
dos caras de las misma moneda. Por eso en el capitalismo encontramos no sólo el
orden de opresión sino también la crítica.
Como Facundo mismo concedió, tras una pregunta de Andrea ligada a las
ambigüedades de la Multitud como supuesta clave liberadora frente a lo Uno, lo
cierto es que esta teoría crítica marxista ya no puede augurar ya la necesidad
de ningún poscapitalismo, aunque – esto es igual de importante, o más - tampoco
debe desentenderse de la posibilidad (y deseabilidad, podríamos agregrar) de
dicho horizonte poscapitalista.
Ahora bien, tras estas vueltas en torno a Hegel, intentamos abordar
una pregunta que había hecho Lucía al comienzo del encuentro referida a las
relaciones entre Spinoza y Hegel, y que había quedado en el tintero. Además,
eso nos daba pie a tratar de remontar la cuesta y volver a los usos de que de
Hegel y Spinoza se hacen en la actualidad, que era, lo recuerdo, aquello que
había disparado nuestro actual proyecto de lecturas.
Entonces undagamos un poco (ya era tarde) en torno, no sólo a los
supuestos y las condiciones de “origen” de los conceptos de “multitud” o de
“pueblo”, sino también en las tradiciones en las cuales son recibidos y
reelaborados dichos conceptos. Es decir, que nos desplazamos de la pregunta por
la fuente referida por - por tomar nuestros casos paradigmáticos - Mazzeo (tras
la huella de Hegel) y Negri (tras la de Spinoza) y tratamos de sumar la
cuestión de las tradiciones en la cuales se inscriben el autor de El sueño de una cosa y el coautor de Imperio. En este punto, creo que
logramos indicar, muy a vuelo de pájaro es cierto, ciertos elementos para un
contrapunto. Pues aunque es cierto que ambos provienen y habitan, a su modo, el
espectro marxista, también lo es que tienen teorías diferentes acerca de la
actualidad del capitalismo que los lleva, a su vez, a elaborar concepciones diferentes de la
subjetividad política en la actualidad.
Mazzeo, siguiendo planteos como el Harvey, resalta el aspecto decisivo
del nuevo imperialismo; mientras que Negri, en cambio, sostiene que el
imperialismo ha muerto y que estamos en la era del Imperio.
La delimitación nacional/continental asumida por Mazzeo le permite
apelar al pueblo, mientras que la ruptura con dichas delimitaciones
estado-nacionales hace que Negri busque por el lado de la multitud que parece
tener rasgo más bien trasnacionales, global.
A su
vez esto se vincularía, avancé yo, con el tipo de proceso que cada cual hace de
la derrota y el fracaso histórico de la izquierda y los proyectos de liberación
en el siglo XX. Mientras que Negri parece dar por cerrado el ciclo de lucha
ligado a la liberación nacional, enterrar por totalmente inútiles análisis como
el de la teoría de la dependencia, aborrecer de organizaciones de carácter
centralista que tiendan a algún tipo de unidad, etc; Mazzeo, en cambio, parece
confiar en la potencia de las luchas pasadas, en la necesidad de crear unidad
regional, y en la importancia de asumir las marcas histórico culturales, como
ser el peronismo de izquierda. En suma, dos modos diferentes de articular
marxismo, actualidad del capitalismo, historia de luchas, etc. Como sea, creo
que ganamos mucho cuando advertimos que, además del importantísimo “contexto de
producción” de los conceptos (multitud, pueblo, clase...), es imprescindible
atender al “contexto de recepción” y de resignificación de los mismos.
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