15.2.10

Devoluciones a Política Superstar

Devolución de Ezequiel Pinacchio

Sigamos charlando. Quiero resaltar dos cosas que me llamaron la atención y que hacen, tangencialmente en principio, al problema que desarrollamos. Uno tiene que ver con la formulación de dos equipos al final del artículo de Seba, otro al reconocimiento por parte de Facu de que su misma forma de preguntar parece estar anunciando la respuesta.
Seba presenta dos equipos: oficialismo y desestabilizadores. Y es raro, porque su articulo, a pesar de que hasta el último apartado parece encuadrarse en la filas del primero, termina aclarando que ni a palos se pone esa camiseta. Entonces, mi pregunta es: ¿qué tipo de relación establece el autor (para que vayamos generalizando el problema, ya que no es un asunto que sólo le quepa a Don Chun) con aquello que enuncia? O en otras palabras: ¿Desde qué lugar enunciamos?
Suguiendo la metafora futbolera, ya que no juega podríamos sospechar que es un espectador. Sin embargo, su intención de definir qué cosas son polìticas y qué cosas no, con la consiguiente evaluación acerca de quiénes juegan y quiénes no debidamente ese juego, parece ubicarlo en el lugar de un espectador privilegiado, el arbitro. El arbitro que sanciona qué vale y qué no vale para la polítca.
Claro que se trata de un arbitro raro, porque argumenta para emitir su fallo. Pero, a decir verdad, y a esto quería llegar: ¿cuál es el sentido de esgrimir un argumento que toma toda su fuerza de una definición de política previa que invalida como político todo aquello que juzga como inválido? (Me refiero a la distinción entre verdadera y falsa politización)
Lo que volviendo a la metáfora equivaldría a preguntar: ¿Juzgamos con las mismas reglas que usan los competidores? Yo diría que no. Y esto nos llevaría, me parece, a lo siguiente: resulta que tenemos unas meta reglas de funcionamiento (la política deconstructiva, digamos) que los participantes del cotejo ni siquiera observan, pero a nosotros nos sirven de horizonte teórico para explicar a y confrontar con ambos equipos a la vez.
¿Seríamos, por tanto, un tercer equipo?
¿Un equipo que propone disputar el «verdadero» partido, mientras los otros dos libran un espectacular pero no por eso menos «falsa» competencia?
Algo de todo esto parece asomar en la manera en que Facu pregunta por las posibilidades del estado, de una ley promovida por el gobierno podríamos agregar, para ejecutar las posibilidades más no sea de una verdadera politización. Su misma definición de lo que es el estado condiciona la respueta. ¿O no?
Confieso no tener la respuesta que Facu busca, pero creo aportar mínimamente a seguir pensando a este respecto al insistir en el desde dónde enunciamos nuestros planteos. Creo no equivocarme si digo que ninguno de los poleticos filiaría sin más, es decir de una vez y para siempre, a ninguno de los dos equipos. Sospecho no obstante una indisimulable cercanía de oarte de algunos de nosotros para con uno de los equipos mucho más que para con el otro. Y ese terreno de enuciación es interesante a mi parecer.
En suma: ¿Por qué nos parece menos malo (que es la manera pecho frío de decir más bueno) lo que esta proponiendo «políticamente» el gobierno que lo que está proponiendo la oposición?
Respondo con una difusa intuición que pretendo desarrollar en debate con ustedes, queridos poléticos: porque en el conflicto desatado entre el gobierno de turno y el grupo clarín, propiciado si se quiere más por el mismo grupo Clarín que por el gobierno (ya que es de pensar que si no se le hubiese puesto en contra con lo del campo, Cristina le hubiese renovado nuevamente la licencia tal como había hecho su marido), comienza a tornarse visible mucho de lo contingente que la politización debería hacer visible. Insisto en que es «en» el conflicto, y no en la intención de las partes, donde se comienza a hacer visible toda una serie de mecanismos que antes no eran observables. ¿Y porqué estaría yo del lado del gobierno? Porque en la dinámica desplegada, al que menos le conviene reinstalar los mecanismos habituales es el gobierno. Entonces, ¿puede el estado instalar la política? Yo creo que sí ¿Quiere? Lo más probable es que no. Pero es lo de menos. Ciertos procesos están mucho más allá de la sintenciones de los agentes visibles que lo represnetan.
En este sentido, sospecho que mientras los intereses del capital sean cada vez más tendientes a borrar limites porque no le hacen falta, cualquier demarcación puede tornarsele adversa. El estado es una demarcación que puede tornarse incómoda, y ese es parte de su potencial.
Claro que podría retrucarse, y quizá con razón - «che, infeliz: desde el comienzo el estado nación como territorio y jurisdicción que legaliza lo existente - sobre entendiendo que lo existente es una porquería - más que nada para reproducirlo, le ha sido funcional al capital» Pero yo sospecho que ese tipo de críticas son a veces anacrónicas, en el sentido que desconocen que lo que surge como una institución que beneficia exclusivamente determinadas necesidades puede volverse, con el correr del tiempo, obsoleta para esos mismos fines. La desmantelació n del estado en muchas de sus funciones sociales desarrollada en latinoamérica desde comienzos de los 70 tiene que ver con esto.
El texto de Maia, que podrán encontrar oportunamente en la última amartillazos, en relación a en qué sentido pensar la transformació n en el interior de las instituciones sirve para pensar esto. La contingencia de las instituciones las torna modifdicables. Sí. Aunque también es cierto que como no son neutras dichas instituciones, no pueden transformarse en cualquier sentido.
Por eso, concluyendo, creo que debemos pensar, tal como propone Facundo, cuáles son los límites del estado como herramienta de cambio, sabiendo que si es cierto que un martillo sirve tanto para romper como para clavar y quizá construtir, de todos modos no sirve para ajustar tuercas.
También tener conciencia de que un arbitro, por más parcial o acertado que sea en su planteo, simpre incide en al partido que se disputa. Sobre todo si en vez de juzgar los hechos a la luz de las reglas, cuestiona las mismas reglas.
Bueno, no jodo más. Me sigo maquinando pa mis adentros.

Devolución de Facundo Martin

Leí tanto el texto de Seba en torno a los medios como el de Feinmann (o como se escriba) en torno a Posse. Están muy bien los dos, y ambos tienen que ver con cosas que venimos pensando.
En torno al artículo de Seba: comparto la inquietud por pensar en filosofía a partir de la experiencia social en general y, en particular, a partir de ese ámbito privilegiado de circulación de sentidos que constituyen los medios masivos de comunicación. Además, me parece que Seba da en el clavo al distinguir una falsa politización (mera presencia de los problemas y personajes estatales en la opinión pública) de una politización genuina (como cuestionamiento del orden vigente). La pregunta que me deja abierta la lectura del texto, con todo (y es una pregunta que ya nos hemos hecho, directa o indirectamente) es: ¿la política, como cuestionamiento del orden vigente, puede ser reglamentada por el estado? O, en todo caso, ¿puede caer bajo su reglamentació n? ¿Puede el estado tomar la iniciativa en la generación de medidas politizadoras? Aceptando que el estado es una institución fundamentalmente heterónoma, esto es, que necesita impermeabilizarse a su propio auto-cuestionamient o, ¿es posible que una ley del estado contribuya a la politización? Es una importante pregunta para las implicancias más político-coyunturale s de nuestras inquietudes político-filosó ficas usuales (y quisiera dar una respuesta algo más rica y compleja que el taxativo "no" que parece desprenderse del modo como planteo la pregunta).
En torno a Feinmann, eso de la "verdad del partido" contra la verdad incondicional está muy bien (al menos para entender lo que es un partido).

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