5.12.12
Encuentro del 17-11-2012
22.10.12
Presentación del libro...
LO COMÚN EN LITIGIO: ESPOLONES POLÉTICOS
Jueves 25 de octubre a las 19:30hs. en el Centro Cultural El UmbralFacultad de Filosofía y Letras, Puán 480, Universidad de Buenos Aires
Nos damos cita con el libro como excusa -esperamos- para problematizar las relaciones y disrupciones entre la investigación filosófica, el conflicto en política, la autonomía y el acontecimiento. Varios compañeros de ruta nos darán una mano para poner en crisis los límites y alcances de una apuesta que buscar producir lo común en litigio. Entre ellos estarán Omar Acha (historiador y ensayista, UBA, CONICET), Esteban Da Ré (Revista Dialéktica, Nodo de Co-organización militante) y Javier Riggio (Revista Amartillazos, Revista Dialéktica, Nodo de Co-organización Militante). El resto aún está asomando su presencia. Adelantamos el Prefacio del libro. Invitados quedan.
Grupo de pensamiento sobre la ética y la política, Polética.
Presentación del libro Lo común en litigio
PRESENTACIÓN PÚBLICA Y ABIERTA
DEL LIBRO
LO COMÚN EN LITIGIO: ESPOLONES POLÉTICOS
Facultad de Filosofía y Letras, Puán 480, Universidad de Buenos Aires
Nos damos cita con el libro como excusa -esperamos- para problematizar las relaciones y disrupciones entre la investigación filosófica, el conflicto en política, la autonomía y el acontecimiento. Varios compañeros de ruta nos darán una mano para poner en crisis los límites y alcances de una apuesta que buscar producir lo común en litigio. Entre ellos estarán Omar Acha (historiador y ensayista, UBA, CONICET), Esteban Da Ré (Revista Dialéktica, Nodo de Co-organización militante) y Javier Riggio (Revista Amartillazos, Revista Dialéktica, Nodo de Co-organización Militante). El resto aún está asomando su presencia. Adelantamos el Prefacio del libro. Invitados quedan.
Grupo de pensamiento sobre la ética y la política, Polética.
10.10.12
Encuentro del 07/10/2012
"Introducción" a la Fenomenología del Espíritu de Hegel
En la filosofía de Hegel, el sujeto dejaría de ser trascendental (portador de las condiciones puras de posibilidad de la experiencia) para volverse absoluto (sujeto que produce, en su autodespliegue metafísico, la objetividad). Ante la mirada dialéctica, el sujeto debe penetrar en el interior de la cosa misma que es conocida, hasta comprender que ella es en sí misma para él y que existe sólo en función de su ser conocida por él. El resultado de este movimiento, sin embargo, va más allá de constatar la correlación entre los polos del conocimiento. El resultado de la dialéctica es la transformación de la relación entre objeto y sujeto: el sujeto hegeliano no se limita a pensar las cosas sino que a su vez las produce. La unidad especulativa de sujeto y objeto significa que el sujeto supera la aprehensión extrínseca de la cosa, llegando a captar su interior, a comprender que la cosa deriva de su propia potencia generativa. De ahí que el sujeto hegeliano sea no el individuo, que se opone siempre a la realidad y queda por lo tanto fuera de la verdad, sino la sustancia, la totalidad que se produce a sí misma como autoconciente.
En la «Introducción» a la Fenomenología Hegel discute la tesis de que sería necesario comenzar por una crítica de las facultades del conocimiento: «siendo el conocimiento una capacidad de clase y alcance determinados, sin la determinación previa de su naturaleza y límites captaríamos las nubes del error, en vez del cielo de la verdad» (Hegel 1994: 51). Expresiones como esta están dirigidas palmariamente contra la posición crítica de la filosofía trascendental, que querría, antes de abocarse a la tarea del conocimiento, inventariar sus límites y condiciones. Esa filosofía supone, por lo tanto, una separación entre el conocimiento y su objeto, viendo a aquél ya como un instrumento (que por lo tanto modifica lo que conoce al abordarlo), ya como un médium (que se interpone entre el conocedor y lo conocido). En ambos casos, el criticismo lleva a la imposibilidad de aprehender la verdad. Al haber siempre un factor distorsionante entre el conocedor y lo conocido, el objeto se vuelve en última instancia inaprehensible, lo que -a los ojos de Hegel- socava las posibilidades de la elaboración filosófica. El criticismo acaba por postular que el conocimiento se halla separado de lo absoluto, o sea fuera de la verdad, pero sigue pretendiendo alcanzar un conocimiento verdadero (Hegel 1994: 52), con lo que mina sus propias bases teórico-filosóficas.
Frente a la concepción criticista, que juzga inconducente, Hegel vindica la unidad entre el conocimiento, la verdad y lo absoluto. Declara, entonces, «solamente lo absoluto es verdadero o solamente lo verdadero es absoluto» (Hegel 1994: 52). El saber absoluto, término de todo el movimiento dialéctico, es la comprensión de la unidad del conocimiento y su objeto, o de lo absoluto que se autoconoce y autoproduce a la vez.
La separación de sujeto y objeto, la escisión entre el conocimiento y lo conocido, resulta de la asunción de perspectivas limitadas y parciales, pero no para la concepción de lo absoluto. Así, sólo es verdadera al fin la unidad de sujeto y objeto, la unidad del conocimiento y el ser, mientras que la escisión no dinamizada dialécticamente reconduciría al escepticismo. El objeto, en la lectura adorniana de Hegel, acaba por reducirse al sujeto absoluto y su omnipotencia productiva (insistimos, el sujeto del idealismo absoluto debe comprenderse metafísicamente y no es homologable con el sujeto individual). En este marco el concepto se revela como la totalidad, como la unidad de lo absoluto y lo verdadero o la unidad acabada del ser y el pensar.
La expresión “idealismo especulativo” manifiesta la unidad expuesta arriba. El término “especulación” indica la unidad metafísica entre el sujeto y el objeto. Pero no se trata de una coincidencia que llegara a producirse contingentemente entre términos diversos. Si el sujeto es absoluto, el objeto al que se dirige no puede ser, pues, otra cosa que él mismo. Para Hegel, la separación que pone por un lado lo conocido (la experiencia en la que se muestran los objetos) y por el otro lo cognoscente (el sujeto con sus categorías), sólo resulta sostenible desde una perspectiva limitada y ajena al concebir filosófico. Bajo esa separación, se enfrentaría al sujeto una materia sensible dada, que lo volvería al menos parcialmente pasivo y lo colocaría fuera de la verdad interior del objeto. Para un sujeto concebido en términos de especulación, para el sujeto de un saber absoluto, semejante cosa no tiene sentido, sino que, por el contrario, el interior mismo de la cosa es un sucedáneo del autodespliegue del saber.
La unidad de conocimiento y objeto, sin embargo, no es un presupuesto que Hegel asuma, sino el término del movimiento que su obra describe. En el comienzo lógico de la Fenomenología, el conocimiento no es aún en su plenitud.
«Su aparición -dice Hegel refiriéndose al saber- no es aún la ciencia en su verdad, desarrollada y desplegada (…) Pero la ciencia tiene que liberarse de esta apariencia, y sólo puede hacerlo volviéndose contra ella» (Hegel 1994: 52).
La conciencia debe recorrer un camino para llegar a la unidad plena con su objeto o al saber absoluto. En su aparición, en su primera manifestación fenoménica, el conocimiento asume la forma que tiene en la cotidianeidad humana. Como saber inmediato, es un saber de lo inmediato, de los objetos dados a la experiencia que se presuponen singulares e independientes de la conciencia. En su autodespliegue, el saber debe, entonces, negarse en su manifestación primera, volviéndose contra sí mismo en tanto saber de lo inmediato que postula la autarquía de su objeto singular. Por eso el escepticismo es un momento necesario de la dialéctica (Hegel 1994: 55): la conciencia natural que está en el punto de partida debe llegar a mostrarse en su no verdad para que, sobre los resultados de su desmoronamiento, emerja el saber absoluto.
En relación con el escepticismo aparece la negatividad que pone en marcha la dialéctica. El saber se alcanza sobre la exposición de la no-verdad de la conciencia inmediata. Una negación de la aparición primera del conocimiento está, entonces, supuesta en el movimiento de la conciencia hacia la unidad con su objeto o hacia el saber absoluto. La negación dialéctica es, por lo tanto, no una negación abstracta, cuyo resultado sería una mera nihilización de todas las cosas. Por el contrario, la negación dialéctica es negación determinada, negación de aquello “de lo que es resultado” (Hegel 1994: 51). El movimiento negativo no lo aniquila unilateralmente todo, sino que sólo niega una forma determinada del saber y del objeto (en particular, niega el saber inmediato o natural, que supone la independencia de su objeto). Por ser negación determinada, la negación dialéctica es también productiva: engendra cada vez una forma nueva, engendrando el movimiento del saber absoluto.
En suma, para Hegel no existe algo como un conocimiento de las cosas por un lado y unas cosas conocidas por el otro. El saber (absoluto) produce al fin a su objeto. Si pasamos de la «Introducción» al capítulo final de la Fenomenología, vemos que, alcanzada la más plena forma de la conciencia (el saber absoluto), el objeto se muestra como un momento de la conciencia que lo aprehende. «[El objeto] es la enajenación de la autoconciencia, que pone la coseidad» (Hegel 1994: 461). La conciencia comprende, al fin, que lo que parecía enfrentársele como independiente en la cosa, no era sino un enajenarse ella misma. Para adquirir determinación y particularización, la conciencia necesita exponerse a la negación de sí. El movimiento culmina, entonces, con la reapropiación de la cosa por la conciencia, que se revela como la que pone la totalidad de sus determinaciones.
La Fenomenología es, de conjunto, una ciencia de la experiencia de la conciencia, una descripción del movimiento del saber que se llega a comprender a sí mismo como absoluto. La pretensión del sistema filosófico de aprehenderlo todo en una unidad pensable alcanza con Hegel su máximo punto: la totalidad sistemática se amplía hasta abarcar lo que tradicionalmente abstrajo, la experiencia. Siguiendo a Adorno, Hegel va verdaderamente a por el todo: «[Hegel] reivindica, por consiguiente, tanto haberse adueñado del espíritu en sus experiencias interpretativas del mundo como construir la experiencia en el movimiento del espírit» (Adorno 2002b, 66). Hegel piensa de modo especulativo y concreto a la vez. Especulación (preeminencia del elemento intelectual, reducción de la experiencia al dominio del sujeto) y concreción (atención a las particularidades de la experiencia, hostilidad a la separación entre el pensamiento y su contenido empírico) son para él lo mismo. Para otorgar ya no primacía, sino poder para producir la realidad, a la idea, Hegel debería, al mismo tiempo, atar al pensamiento a la experiencia. Si los separara, poniendo por un lado las condiciones de posibilidad de la experiencia y por el otro sus contenidos, por un lado al sujeto y sus facultades puras y por el otro la materia objetiva amorfa, por un lado lo sistemático y por el otro lo empírico, recaería en la escisión de la filosofía crítica objetada en la «Introducción».
Por el contrario, para Hegel el saber, para poder enseñorearse del objeto hasta producirlo, debe evitar al mismo tiempo recaer en una posición especulativa o trascendental. Así, no hay conocimiento por fuera del recorrido necesario y único de la experiencia de la conciencia. No se trata, empero, de que el sujeto absoluto hegeliano se incline ante una empiria diversa de él: no hay, para él, experiencia que no sea a la vez instancia de su propia producción. El sujeto, que en el criticismo era aún concebido bajo las formas de la individualidad y la universalidad abstracta, contrapuestas a la realidad, deviene en Hegel la sustancia misma de lo real, el todo.
26.9.12
Encuentro del 24/09/2012
21.9.12
Encuentro del 25/08/2012
Esto lo encontramos entonces como una advertencia para futuros sediciosos. No temer el encuadre institucional, lo otro de este es siempre peor. Como toda teoría contractualista, en este caso porque parte del carácter conflictivo de los hombres en tanto que pasionales.
21.8.12
Encuentro del 16/06/2912
16.7.12
Encuentro del 09-07-2012
2.5.12
Encuentro del 30-04-2012
6.4.12
Encuentro del 05-04-2012
Primero dejemos en claro la dirección, la fecha, el horario y la lectura para la próxima reunión: lunes 30/04 a las 18:00 en la casa de Maia, para trabajar la Ética: apéndice y libro II.
La ética de Benito.
Hubo dos propuestas relativas al modo de trabajo con los textos: (a) la primera tiene que ver con las decisiones acerca de qué y cuánto leemos; (b) la segunda, con implementar una nueva división del trabajo.
a) Nos pareció que atendiendo al momento del proceso de lectura y reflexión en el cual estamos sumado a la complejidad inmanente de algunos textos, sería conveniente auto-asignarnos un ritmo y cantidad de lectura menos altos que el de los últimos encuentros, en beneficio de un trabajo más detallado con los materiales.
b) Se propuso y aceptó que de ahora en más en cada encuentro alguien (o algunos) prepare un pequeño marco con hipótesis de lectura, que aporten cierta línea argumental que nos permita recorrer el texto y nuestros problemas de modo tal que podamos ir hilvanando las reflexiones en torno a ese aporte.
Para la próxima Juan Pablo se encargará de El Apéndice, y tanto Maia como yo del Libro II:
Ahora sí, el texto.
Para arrancar se leyeron algunas ideas de Tatián acerca de Spinoza. La intención era ver qué nos parecen a nosotros una vez trabajada la obra del judío errante.
En un diálogo con Oscar del Barco aquél asegura que:
- Dios es unidad pero no es totalidad porque es infinito, razón por la cual lleva inscripta en sí la diferencia.
- Dios es sustancia pero no sujeto.
- La imaginación es productora. Tiene una función política primordial.
Después establecimos, con tres preguntas, algo así como un pequeño plan de los momentos por los cuales debería pasar nuestra reflexión: ¿Porqué hablar de la ética iniciando el recorrido en la idea de un Dios que es causa sui, que es sustancial e infinito? ¿Cómo se relacionan los modos y la sustancia? ¿Cuál es la función del apéndice? Esta última pregunta no llegamos a trabajarla: quedó para la próxima.
En relación con lo primero, nos pareció que tener a Dios - y a ese tan particular - como punto de partida permite ir estableciendo las reglas del juego, por así decir, de la reflexión ética. Con su caracterización[1] Spinoza establece, entre otras cosas, que el dualismo ontológico no va a tener cabida y que el sujeto y la libertad entendidas en su acepción tradicional no son viables. Así, va elaborando las razones para afirmar la pertinencia, o no, de ciertos planteos y resoluciones. Por ejemplo: puesto que los atributos son infinitos y cada cual, en tanto que esencia de la sustancia, se concibe y explica por sí mismo; la interrelación causal entre distintos atributos es imposible. Esto es un lineamiento ontológico. Pero, siguiendo el ejemplo, se ve que tiene consecuencias éticas: de esta manera, se desarma la posibilidad de que el alma determine la acción del cuerpo, puesto que ambas son modificaciones de distintos atributos.
Este es uno de los sentidos por el cual la distinción entre natura natutans y natura naturata es capital: en pocas palabras, porque separa claramente los tantos. Nos hace entender que hay ciertos problemas que son absolutamente inconducentes en la medida en que mezclan estos dos planos. Por eso no tiene ningún sentido (a lo sumo metafórico) atribuirle voluntad a Dios (ya que la voluntad es un asunto de la n. Naturata, que implica transitividad y límites), ni libertad al hombre (porque es una propiedad exclusiva de Dios, lo único sin condicionamiento externo alguno, en tanto único e infinito).
Ahora bien, si es cierto que esta distinción de planos permite aclarar muchos problemas, también lo es que la relación entre ambos es sumamente problemática. Para tratar de aclararla un poco estuvimos recorriendo algunas proposiciones, desde la XVI en adelante.[2]
Una de las preguntas que nos hicimos entonces fue: ¿podrían no estar los atributos en el esquema spinoziano? ¿Qué realidad se obtiene si hubiese sólo sustancia y modos/afecciones de la misma?
Nos pareció que ahí estaba latente la posibilidad de pensar una realidad que, no sólo no se agota en sus partes, sino que no se agota en absoluto, porque es infinitamente expresiva. Por otro lado, el esquema del todo y las partes del cual parece querer escapar Benito tiende a marcar la divisibilidad del todo mientras que la sustancia que él concibe es indivisible en tanto tal: las distinciones no son reales - podríamos decir - sino modales.
Siguiendo esta pista, nos pareció que si bien Spinoza sostiene cierto dualismo con su distinción de planos (natura-naturata) ese dualismo no tiene proyecciones ontológicas, como para por ejemplo en Descartes con sus res extensa y res cogitans. Habría, se dijo, un “dualismo epistemológico” al mismo tiempo que un “monismo ontológico”.
Vislumbramos en esta manera de plantear las cosas un modo promisorio de encarar uno de los problemas centrales que hemos tomado como centrales este año: el modo en que políticamente se resuelve la relación multiplicidad-unidad. Como se dijo construyendo el lema de campaña notable, se trataría de “salir del dualismo (representación tradicional-jerárquica), pasando por el monismo (unidad de lo real), para tornar pensable el pluralismo, la multiplicidad. (diversidad de manifestaciones de esa realidad)”
La proposición XXVIII nos enfrentó a un problema también complejo, que no es sino otra manera de plantear aquél asunto de la relación entre natura y naturata: ¿Cómo se explica el paso de los modos infinitos a los finitos? ¿Porqué el modo infinito es distinto del mediato? ¿Cómo apareció la finitud en todo este entramado tan riguroso, necesario, eterno?
Otro problema que también nos inquietó: ¿qué es el entendimiento infinito absoluto? ¿Dónde está?... Esto tiene que ver con que, por un lado, Spinoza parece afirmar la idea de que puede haber ideas que existen más allá de algún entendimiento que las conciba, pero, en otros momentos, apela a figura como la de entendimiento infinito absoluto que desconciertan; desconciertan, sobre todo, porque parecen acercarnos a un dios omnisciente muy parecido a aquél que creímos que ya había quedado descartado.
En este punto fue valiosa la lectura de una nota al pie de Vidal Peña, en la cual se señalaba el carácter hipotético, es decir no tético, de la postulación de un intelecto divino.[3]
[1] Para ir armando dicha caracterización, leímos las definiciones de sustancia, atributo (naturans) y modo (naturata) y luego las proposiciones IV, V, XIV.
[2] Acordamos en leer la Carta XV en donde se trabaja esta cuestión.
[3] Se recomendaron algunas cosas para poder leer mejor a Spinoza, entre ellas los teóricos de Von Vilderling, la introducción y notas de Vidal Peña, y el Hegel o Spinoza de Macherey.