22.9.09

Devoluciones a "La emancipación de las fuerzas..."

Devolución de Facundo Martin

Acabo de leer el trabajo de Juan Pablo y el proyecto de Seba. Me parecen muy interesantes los dos. De cara a su presentación en cualquier instancia formal, los encuentro inobjetables, porque presentan las tres características básicas que toda presentación formal debe poseer: consistencia interna, claridad en la delimitación de los problemas y mesura en la elección del tema. Así que lamento no poder ayudar con indicaciones puntuales. Les mando nomás estos comentarios que tienen que ver más que nada con una inquietud que me arroja siempre la lectura de Derrida. Creo que tienen más que ver con lo que escribió Seba que con lo que escribió Juan. Espero no sea muy oscuro, la verdad que no tengo tan trabajado a Derrida.
Hay una pregunta que me anda dando vueltas en la cabeza desde que leímos Espectros de Mares. Primero, me gusta cómo se desarrolla el vínculo entre escritura, subjetividad y política. Me parece que en los dos trabajos está muy bien desplegado ese vínculo. La idea es más o menos que la deconstrucció n de la metafísica trasunta una apuesta ético-política ya en el modo como comprende la escritura. Porque la escritura no depende de la identidad íntima de un sujeto que se expresaría a posteriori en la letra, sino que produce el sentido al inscribir la palabra en el régimen diferencial del texto. Así, sólo hay sentido en la inscripción de palabras que, al interactuar, también se diferencian. Ni hay un sujeto trascendente dador de sentido, ni hay palabras que porten sentidos aisladamente. Es en el juego de las diversas relaciones entre palabras, en la escritura, que se da el sentido. La producción de sentidos es, por lo tanto, un fenómeno fundamentalmente desapropiado y desapropiador: nadie puede "poseer" el lenguaje que escribe, nadie puede subordinarlo a su mismidad como principio ordenador o dador de sentido. El lenguaje, entonces, es algo más que una sumatoria desarticulada de ruidos glóticos o dibujitos repetidos no porque represente las ideas de una conciencia soberana, sino porque vincula las palabras entre sí bajo ciertas relaciones variables que lo vuelven significativo. Poner de manifiesto la producción de sentidos en esos múltiples e inapropiables cruces entre palabras sería, entonces, la deconstrucció n. Como ejercicio de interpretació n de textos, el hacer deconstructivo descoyunta la primacía del sujeto como dador o propietario del sentido. Así, posibilita la apertura a lo diferente (se la conciba como juego entre las fuerzas en un plano de inmanencia o como atención a la venida del Otro). Luego, deconstrucció n y escritura serían en sí políticas, en tanto descentrarían al sujeto y harían posible la emergencia de lo diferente. El sujeto, recordemos, es en todos los sistemas idealistas el que pone la unidad, la identidad (desde el yo como unidad de los muchos pensamientos en Descartes hasta la idea hegeliana). Centrar la escritura en el sujeto, concebir al lenguaje como expresión de las representaciones de una conciencia propietaria, equivale a afirmar una política del retorno opresivo a lo mismo y la exclusión de lo otro. Descentrar al sujeto es, entonces, ya propiciar la emergencia de lo heterogéneo.
La imagen especular del sujeto, en el plano macropolítico, es el estado. El estado (también el derecho y la economía en el plan de trabajo de Seba) es la unidad que excluye la diferencia. Para esto realiza dos operaciones: 1) reduce la heterogeneidad a la imagen del caos, de la inorganicidad invivible; 2) organiza esa heterogeneidad bajo un principio exterior que, a modo de Fundamento, le otorga un orden idéntico, un orden de mismidad. Estado, derecho y economía son, pues, formas de reducción y subordinación de la diferencia a la identidad. Bajo estas formas se reducen la heterogeneidad de las fuerzas y/o la alteridad del otro al principio abstracto de la equivalencia, la nivelación y la identidad.
Frente a la reducción estatal-jurídico- económica de la diferencia a la identidad, los dos trabajos plantean una alternativa, alternativa que tiene por modelo a la concepción derridiana de la escritura. En la escritura, como ya dijimos, se pone de manifiesto el acontecimiento desapropiador de la producción de sentidos, que emergen en el cruce múltiple de palabras diversas. Este acontecimiento desapropiador encierra ya una promesa de apertura a lo diferente porque torna imposible la totalidad (que es el cometido, siempre trunco, de la reducción de la diferencia a la identidad). La deconstrucció n plantea, entonces, una política siempre anti-estatal, porque socava las bases mismas de la estatalidad, es decir, socava la reducción continua de la diferencia a la identidad. La deconstrucció n, como apertura al Otro o emergencia de las fuerzas puras (que portan en sí su propio orden) aspira, pues, a un más allá: más allá del estado, de la identidad total, del sujeto.
Esta apertura (he aquí el problema) es radicalmente no-plenificable, “siempre por venir”. Aparecen dos razones para esta imposibilidad. Juan Pa señala que, en la medida en que estamos insertos en la tradición metafísica, no podemos actualizar cabalmente esa emancipación de las fuerzas, sino -digamos- sólo “tantearla”. Seba, por su parte, sostiene que la democracia por venir sólo se efectiviza en el modo de la promesa, de la construcción constante y la continua perfectibilidad del derecho. No puede pensarse una venida plena de la democracia, porque la plenitud que actualiza la presencia total sería la exclusión misma de lo otro, el cierre de lo consumado que impide todo devenir ulterior. El anti-estatalismo deconstructivo, como militancia contra la reducción de la diferencia a la identidad que todo estado encarna, es entonces, a su vez, estatal, porque no se coloca más allá de lo que deconstruye, sino en su seno. Desarrollemos estos dos argumentos por separado.
Por un lado, pertenecemos a la metafísica de la presencia, como hijos de occidente, de la modernidad, o tal vez simplemente como hijos del hombre (del hombre propietario, del hombre- centro-del-mundo, del hombre que nombra y camina erguido por sobre los demás animales). Podemos vislumbrar la anulación de esa metafísica, pero no llevarla a cabo por completo. Esto, empero, no excluye que otros venideros sí puedan, pues nuestra adhesión a las categorías de la mismidad (del sujeto, del idealismo, de la propiedad) es contingente, histórica, en tanto se basa en el “mero hecho” de que nuestros antepasados llegaron a pensar y hacer las cosas de cierto modo (el modo de colocarse en el centro, subordinar lo diverso a lo mismo, etc.), modo evitable en tanto simplemente contingente.
Por otro lado, siguiendo el segundo argumento, querer ir más allá de la metafísica de la presencia sería suturar lo intempestivo de la deconstrucció n en la transparencia de la plenificación. Como dice el propio Derrida en Espectros de Marx, realizar al comunismo sería el modo (marxista) de conjurarlo. La apuesta política derridiana, aquí, no se basa en la mera contingencia de una herencia histórica de facto, sino en las exigencias universalmente válidas de una afirmación ética: la afirmación de la apertura a la diferencia como lo único imperecedero y constante. No se trata de que no podemos realizar la democracia por venir por la resistencia que le oponen nuestras condiciones históricas, sino porque, por su propia estructura, la democracia por venir es lo no-realizable o lo realizable sólo en el modo de la promesa.
Me parece que es preciso distinguir claramente las dos cosas. En una caso, la política de apertura a lo otro que la deconstrucció n propicia, es decir, la política contraria al estado (al derecho, al mercado, a la identidad total), se produce en el marco del estado (de lo estatal, mercantil, jurídico, totalitario) porque no hay otra cosa. No nos queda sino habitar las fisuras (que por ser fisuras no deben ser necesariamente pequeñas o ajenas a la masividad). En el segundo caso, lo “irrealizable” es la estructura misma de la deconstrucció n. Se trata de un límite infranqueable y por lo tanto meta-histórico: la totalidad, la plenitud, el cierre en la mismidad, no es posible (ni deseable) en ningún caso. La afirmación deconstructiva, la apertura al Otro, entonces, jamás se agota.
Estoy de acuerdo con ambos planteos, pero me parece que hay que mantenerlos claramente distinguidos. Porque, de lo contrario, la deconstrucció n afirma la eternidad, necesariedad (e incluso necesariedad para conservar la alteridad del Otro) de la identidad total (el estado, el mercado, y vamos…). Se afirma: puesto que la apertura a lo Otro es por definición no-total, ésta sólo puede “operar” en el marco de lo existente, colaborando con su infinita perfectibilidad. Me pregunto, ¿no se puede pensar un más allá del estado, el mercado, y la identidad total que no asuman una expectativa de plenitud clausurante? Creo que una política puede pensar y hacer en términos de totalidad (de cuestionamiento y transformació n globales de la sociedad), sin ser totalitaria (sin tender a la clausura). Esto es posible en la medida en que la alternativa global y radical planteada frente a lo vigente pueda organizarse en sí misma como apertura a lo heterogéneo y no como una clausura. En suma, la afirmación de la no-plenitud no supone el “reformismo”, es decir, el trabajo constante en pos de un ideal de democracia inalcanzable. Lo actualizable en el modo de la promesa, la democracia por venir, es entonces efectivamente actualizable, a condición de que no se conciba esa realización como clausura.
En otros términos: la deconstrucció n se dedica a habitar las fisuras de la totalidad (de la metafísica de la presencia, etc.) en virtud de las condiciones históricas (totalitarias, estatal-jurídico- económicas, etc.) bajo las que produce. A su vez, la deconstrucció n apunta a un más-allá de la totalidad (las fuerzas puras o la apertura a lo Otro), que por su solo concepto no puede ser pleno. Ello, sin embargo, no significa que no pueda actualizarse como organización social global (no por eso totalitaria, cerrada). En resumen, la “venida del Otro” como presencia de lo inmemorial que no puede actualizarse por completo no es un modelo para la política emancipatoria. La emancipación sería construir el mundo propicio para la apertura a la alteridad. La alteridad, como tal, no puede acabar de darse en la presencia, o construir esa apertura no implica una acción totalizante. Pero no hay que identificar la emancipación (construcción de las condiciones para la apertura a lo heterogéneo) con la apertura a lo heterogéneo misma (como el contenido imposible de la emancipación, o sea imposibilidad de la clausura que haría de una comunidad emancipada algo aún móvil y vivo). Que la estructura interna de la comunidad construida a partir de lo heterogéneo sea la apertura a una alteridad, que siempre se escapa más allá o impide el cierre, no significa que esa comunidad sea, también, imposible. O sea, me parece que habría que distinguir entre la imposibilidad como estructura interna de una democracia por venir realizable y la imposibilidad de la democracia por venir como tal. Y si no se puede hacer esa distinción, la deconstrucció n sirve para criticar un estado, un mercado y un derecho cuya inexorabilidad afirma al mismo tiempo, con lo que permite socavarlos al tiempo que los restituye todo el tiempo. Más brevemente: abandonar una política utópica (signada por la promesa de una plenitud paradisíaca al fina de la historia) no debería necesariamente conducir a afirmar una política reformista, que eternice el trabajo en el marco de lo existente como lo único posible. El espectro del comunismo no es la venida del Otro, y tal vez la política y la ética deban permanecer separadas.

Devolución de Sebastián Chun

- Deconstrucción y escritura también son políticas como modos de relación con el otro más allá del poder (que en Lévinas era el habla). Si no soy un sujeto soberano que tutela el sentido de lo dicho, se abre otro tipo de relación con el otro (por eso se separa de Habermas, Rorty y Gadamer). Quizá esto ayude a tender el puente entre escritura y política y que no quede en un plano de abstracción absoluta.

- Entiendo que el carácter mesiánico de la política derridiana es fundamental, ya que es lo que motoriza la deconstrucción (es decir, la apertura a lo heterogéneo). Los venideros de algún modo somos ya nosotros, en tanto habitamos esas fisuras. Si se plenifica la "democracia por venir" como totalidad que anula la diferencia (es decir, si no se es derridiano a la hoguera y se acabó), ya no es una política por venir, es decir, ya no es deconstructiva. El problema es cómo pensar una totalidad no totalitaria (el momento de la decisión, del derecho, del Estado, parecen necesarios). Lo imposible es posible como imposible, y ese es el contenido emancipatorio de la democracia por venir. En otras palabras, pensar en una política (no?) totalitaria implica siempre pensar una economía de la violencia (hay un momento de cierre necesario pero que no debe clausurar la posibilidad de la apertura), pero es no es una política por venir, sino que tal vez se tiende hacia ella. Parece que sólo hay política cuando hay momentos totalitarios (cuando se suspende la ética). Yo con esto no estoy muy contento, pero entiendo que es lo que dice Derrida y de algún modo también Lévinas. Ojo, habría que ver si esto significa ser reformista o ya implica pensar otro Estado (estado), otro derecho, otra decisión, otro totalitarismo, etc. Pero me da la sensación que es darle la vuelta al mismo problema. Cómo pensar un Estado sin momentos totalitarios? Cómo pensar una totalidad sin momentos totalitarios?

Devolución de Juan Pablo Parra

Viendo la naturaleza de ambas devoluciones o directamente aportes para la discusión, veo que mi aporte será bastante limitado y posiblemente improvisado, pero sumo algún que otro elemento para ver si sirve de algo.

Me parece que está muy bueno el punto en el que se instala Facu, para pensar posibles proyecciones políticas de la deconstrucción: en qué medida ciertos giros críticos hacen posible o no una transmutación o si se circunscribe a una especie de ideal regulador. Creo que, en este sentido, noto un límite, tal vez, en la postura derrideana y al mismo tiempo una potencia. La potencia del texto derrideano es que no se puede buscar una respuesta a semejante problema en el texto derrideano, si no que, según alcanzo a interpretar, esa problematización es producto de las reinterpretaciones y posibles elaboraciones que quedan a cargo de los lectores (es decir, en este caso, de nosotros). Y, en este sentido, la cuestión se plantea no solamente como ejercicio de lectura, sino de deconstrucción, es decir, como una forma de habitar el mundo, como una práctica activa. Esto me parece que está copado porque nos obliga a pensar y a crear allí donde el texto queda en suspenso.

El límite que noto, de acuerdo a los textos que leí, es que la deconstrucción como forma de vida que busca solicitar (mover desde los cimientos) las estructuras establecidas y en ese mismo gesto, habilitar posibilidades nuevas; suele dejar de lado o reducir a una mera mención que habría que entender de suyo, cómo juega esta forma de habitar en una sociedad cuyas forma de relación y producción son específicamente capitalistas. Quiero decir, no es que Derrida deje de lado nada de esto, cuando uno deconstruye los cimientos de una estructura, estructuras que son las nuestras, va de suyo que el capital cae en la volteada. Lo que quiero decir, es que no se sigue de suyo, de este supuesto, cómo juegan estas relaciones en una sociedad capitalista. Una cosa es no caer en una especie de reduccionismo economicista, que encontraría en la ley del valor de Marx el arjé desde lo cual todo se sigue (la deconstrucción milita contra todo esto) y otra cosa, es prácticamente dejar de lado toda perspectiva de análisis en estos términos como si no tuvieran ninguna pertinencia.

Esta cuestión permanece abierta y lo que yo suelo hacer, es interpretar que la crítica a la metafísica de la presencia, la reducción de la diferencia a la identidad, a la representación en todos sus ámbitos y a la trascendencia, pueden dar lugar a un incipiente forma de pensamiento anticapitalista. O dicho de otra manera, la apertura a lo que viene, si es una apertura radical, debe poder cuestionar todas las prácticas en que la reducción de la diferencia tiene lugar, el derecho, el Estado, la filosofía, la escuela, etc. pero también la acumulación de capital y habilitar en el mismo movimiento práctico una posibilidad distinta. Y suelo entender que este gesto de apertura implica necesariamente un cierre, una cierta afirmación que posibilita, paradójicamente, esa apertura: la militancia deconstructiva cotidiana contra toda forma que fagocite el devenir y el cambio, instaurando una nueva trascendencia, llámese como se llame, Estado, Capital, patria socialista o lo que fuere.

Así entiendo el carácter paradójico de la democracia por venir: que está siempre fuera de sí o siempre prometida implica que la deconstrucción no es un estado, sino una experiencia, y no es un concepto teórico, sino una práctica, que por definición, no puede clausurarse nunca. Creo que esta idea puede tener la pertinencia política de no instaurar un utopisto neo-religioso que nos invitaría a creer y desear una especie de paraíso en la tierra donde todo sería transparente y terminal (en el sentido de muerto y finalizado). Pero todo esto ya es una interpretación medio trasnochada.

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