11.12.07

El (nuevo) Contrato Social

Maia Shapochnik


Lo mismo


Buenos Aires, año 2006. Es desde este tiempo y lugar que este trabajo es escrito. Desde este contexto tan complejo, como para describir en pocas palabras, es desde donde este trabajo pretende dialogar. ¿Dialogar con quien? Con toda una generación que ya no esta presente físicamente, pero que definitivamente nos ha dejado grandes heridas sin cerrar, que nos ha dejado preguntas sin contestar y que hoy es nuestra responsabilidad intentar, al menos, darles una respuesta. Este trabajo pretende analizar la acción de la izquierda tradicional, teniendo como horizonte el rol que juega el otro en la conformación de la identidad colectiva.¿Qué lugar se le otorga a la alteridad a la hora de construir un Nosotros? Para poder analizar esta problemática desde un hecho concreto utilizaremos la narración de Hector Jouvé, un militante del E.G.P.(Ejercito Guerrillero del Pueblo) que participó de una experiencia guerrillera en los años 60. Es esta voz la que escucharemos para poder confrontarla con la nuestra. Es este el relato que escucharemos para observar cuál era la forma que tenía este grupo de personas de darse una identidad colectiva. Uno de los acontecimientos mas fuertes del relato es cuando son narrados los fusilamientos de dos compañeros, Pupi y Bernardo. De repente, dentro de este grupo aparece la diferencia, aparece el Otro. Dos compañeros que ya no pueden seguir adelante con la lucha, dos compañeros que están “quebrados”. ¿Qué hacer entonces? Estas “alteridades” representaban una amenaza para el grupo y se decide eliminarlos. Ante este hecho, cabe preguntarse: ¿Cómo habían conformado su identidad colectiva este grupo de militantes? En función de un objetivo en común, el poder cambiar las relaciones sociales y proponer un tipo de sociedad distinta, todos cedieron sus derechos como individuos para pasar a formar parte de un colectivo. Y este colectivo conformó una identidad donde lo que prevalecía era la igualdad entre sus miembros y la diferencia había sido anulada por completo.
Esta forma de organización que tuvo la izquierda tradicional puede asociarse a un autor clásico de la filosofía política: Jean Jacques Rousseau. “Encontrar una forma de asociación que defienda y proteja con toda la fuerza común, la persona y los bienes de cada asociado, y por la cual cada uno, uniéndose a todos, obedezca tan solo a si mismo y quede tan libre como antes”[1] Es de esta forma como Rousseau, en su libro El Contrato Social, describe la conformación de un cuerpo político y social. Los hombres deben ceder todos sus derechos individuales al colectivo en función de un objetivo en común, que puede ir, aunque en Rousseau no este explicitado, desde la conformación de una nueva comunidad hasta la transformación de la sociedad en la que vivimos. Es en función de este objetivo que se conforma la Voluntad General. Esta voluntad siempre tiende al bien común y, lo que es mas importante, es siempre recta. La voluntad general impide que emerjan las diferencias ya que no tiene en cuenta las libertades ni los derechos individuales; las mismas están subsumidas a la libertad colectiva, la libertad de poder otorgarnos nuestra propia ley. Es por esta razón que ningún individuo puede oponerse a ella, porque de hacerlo, se estaría oponiendo a si mismo. La finalidad del Contrato Social rousseauniano es conservar a los contratantes; y es por este fin que se deben aceptar los medios para hacerlo. “Y cuando el príncipe le diga: “resulta conveniente para el estado que mueras” debe morir porque tan sólo con esta condición ha vivido en seguridad hasta entonces...”[2] Podría decirse que es este es el mismo razonamiento que llevo a este grupo de guerrilleros a fusilar a dos de sus propios compañeros. El bien común requiere, muchas veces, algunos sacrificios.
El objetivo de este trabajo no es realizar un juicio de valor moral sobre estos hechos. Quien no participa de las acciones tiene la posibilidad de objetivizar lo que se esta haciendo para luego juzgarlo. Pero no es eso lo que queremos hacer en esta monografía, no es juzgar desde un no tiempo y un no lugar. El objetivo principal es intentar buscar alguna (otra) forma de relacionarnos con los otros en la cual la diferencia pueda ser tolerada. Es por eso que nos proponemos pensar “otro” contrato social donde podamos privilegiar la acción colectiva desde una forma de relacionarnos distinta donde la identidad no equivalga a la igualad. Aun así, es muy posible que este trabajo no pueda otorgar una respuesta definitiva, pero tampoco es ese el propósito. Este trabajo analizará cómo se conformaron ciertos grupos de la izquierda tradicional y qué lugar le otorgaron al Otro, para de este modo poder abrir otras posibles alternativas.

El otro

“Siempre llevamos una mascara que nunca es la misma sino que cambia para cada uno de los papeles que tenemos asignados(...)Pero ¿qué mascara nos ponemos o que mascara nos queda cuando estamos en soledad, cuando creemos que nadie nos observa, nos controla(...)Y tal vez nadie perdona el ser sorprendido en esa ultima y esencial desnudez de su rostro, la mas terrible y la mas esencial de las desnudeces porque muestra el alma sin defensa”
Ernesto Sábato- Sobre héroes y tumbas


Si Rousseau ha dejado de lado por completo la diferencia concentrándose únicamente en la homogeneidad, es Jean Paul Sartre, uno de los intelectuales comprometidos socialmente más importante de la década del 60, quien se ha ocupado de la alteridad. A partir de este punto de vista, el análisis del rol del Otro se llevará a cabo en dos niveles. Por un lado, consideraré a los dos compañeros fusilados como los “otros”, en el sentido de ser diferentes. Pero por otro lado, considerare al otro como un testigo ocular. ¿Qué es lo que ocurre cuando alguien nos mira? Es Sartre quien nos provee la respuesta: el otro es aquel que juzga mis actos y hace que yo sea conciente de los mismos. De esta forma es aquel que representa una amenaza para que yo pueda seguir adelante con mis acciones y por lo tanto, es necesaria su destrucción.
Para poder analizar la concepción sartreana del otro nos valdremos de tres textos. Por un lado utilizaremos un capitulo de El Ser y la Nada, La mirada, en donde Sartre desarrolla algunas categorías con respecto a este tema. Por otro lado utilizare dos obras de teatro, Las manos sucias y A puertas cerradas. Si bien estas obras no serán trabajadas en sí mismas con absoluta profundidad, nos servirán como herramientas para poder observar estas categorías ejemplificadas.
El rol que Sartre le otorga al otro es de gran importancia para la constitución de la propia identidad, sea esta individual o colectiva. El otro es uno igual a mí, sólo que no soy yo mismo. Las cosas adquieren otra perspectiva desde su punto de vista. Él ve las mismas cosas que yo, pero desde otro lugar. “...se despliega una espacialidad que no es mi espacialidad, pues, en vez de ser una orientación hacia mi de los objetos, se trata de una orientación que me huye”[3] Por lo tanto el otro ha venido a “robarnos” el mundo y a desintegrar nuestro universo. Ya no somos los únicos en el mundo. Hay alguien para quien también existen los objetos que yo veo y que observa estas cosas desde su perspectiva (y no de la mía).
Pero el otro juega un rol aun más importante. Si este está en el mundo viendo los objetos que yo veo, entonces yo mismo estoy en continua posibilidad de ser visto por el otro. Y esta mirada implica que el otro es aquel que ha venido a decirnos quiénes somos y a juzgarnos por ello. Es él quien pone de relieve lo que hacemos, congelándonos en lo que somos y, aunque nunca de forma total, quitándonos nuestra trascendencia, nuestra posibilidad de ser algo hoy, y mañana otra cosa, o de ser muchas cosas al mismo tiempo. El otro nos pone una etiqueta y nos obliga a que la leamos y nos digamos: “Soy esto”.

Desde el infierno
El infierno son los otros.
J. Paul Sartre- A Puertas cerradas

Los protagonistas de A Puertas Cerradas están encerrados en una de las “habitaciones” del infierno sin posibilidad de evadir la mirada ajena, sin posibilidad de percibir la oscuridad o siquiera de cerrar los ojos ya que carecen de párpados. Inés, una de las protagonistas, es la encarnación del Otro por excelencia. Es ella quien pondrá de manifiesto quién es cada uno. Es ella la que hará que los demás reconozcan sus actos avergonzándolos de sus propias acciones que, hasta el momento, los otros se negaban a reconocer.
Un elemento muy importante de esta obra de teatro son los espejos. Inés es la primera en “hacer de espejo” de Estelle para que esta se pueda ver, pueda saber cómo es y cómo está. A lo largo de toda la obra cada uno será el espejo de los otros donde no quedará mas remedio que mirarse. Inés va logrando desnudar a los personajes, incluida ella misma, y se va tejiendo una maraña donde todos se convierten en espejos de todos pudiéndose ver cada uno en el otro. El problema es que este espejo puede, como todos los espejos, tendernos una trampa y reflejar algo que no somos o que no quisiéramos ser. Y es entonces donde queremos romper el espejo, destruir al otro ya que el otro se presenta como una amenaza para con nuestra propia identidad.
¿Por qué entonces la necesidad de los espejos? ¿Qué es lo que pasa cuando estamos solos? Sin Inés, su espejo o sin cualquier otro espejo, Estelle no puede percibirse como persona. “... Es inútil que me palpe; me pregunto si existo de verdad”[4] Cuando actuamos no podemos tener conciencia plena de lo que estamos haciendo. Simplemente somos nuestros actos. No podemos reflexionar sobre nuestra acción en tanto la estamos ejecutando. Para poder tener una conciencia reflexiva de nuestros actos necesitamos que estos sean vistos por otro que nos espeje para que nosotros podamos reflexionar sobre nosotros mismos. Cuando estamos solos actuamos sólo en función de nuestros fines. Queremos algo y lo hacemos. No reparamos en qué es lo que estamos haciendo sino hasta que alguien puede verlo. Por la mirada del otro encuentro en mi el sentimiento de vergüenza en donde me siento desnudo y siento que debo dar y darme explicaciones de mis actos. Ahí es cuando puedo reflexionar sobre mi acción, solo ahí se hace presente mi acción a la mente, de manera a como se hacen presentes los objetos, para que yo pueda decir algo sobre ella (que implica decir algo sobre mi).
Todos hemos experimentado alguna vez el sentimiento de vergüenza. La vergüenza es siempre vergüenza ante alguien ya que este sentimiento no aparece sino hasta que alguien nos sorprende en alguna acción. Sólo ahí comprendemos que estábamos siendo nuestra acción y que estábamos allí para otro. El otro entonces se presenta como alguien que me juzga, que me objetualiza. Y de esta relación, tal como lo plantea Sartre, no hay salida posible. Sólo resta hacer lo mismo que el otro hizo con nosotros, es decir, afirmarse como sujeto y objetualizarlo a él. Sin embargo, ¿Es esta una salida? No lo sabemos hasta el momento. Lo que sí sabemos es que el otro es un peligro constante para nuestros objetivos.

El testigo ocular

Habiendo desarrollado el rol que tiene la mirada del otro, volvamos al relato de Jouvé. Imaginemos esta situación en la cual este grupo de guerrilleros deciden fusilar a dos de sus compañeros. Imaginémonoslos reunidos, tan solo ellos, un todo homogéneo, llevando a cabo este procedimiento. Ahora imaginemos que aparece en escena un otro. Alguien que los esta mirando. Ha estado allí por un tiempo, pero al principio no fue percibida su presencia. El testigo sólo esta allí sin actuar, sin hablar. Podría incluso ni siquiera estar mirándolos a ellos, pero esto no modificaría que el grupo sienta que esta siendo observado. Hasta ese momento se habían limitado a actuar siguiendo el fin que los convocaba, sin reflexionar sobre lo que estaban haciendo. Por supuesto que eran totalmente concientes de sus acciones, pero al no haber voces disidentes todos actuaban como el deber mandaba. Todos actuaban de manera orgánica por el bien de la causa. Sin embargo, con la presencia de esta presunta mirada se sienten amenazados. Por primera vez toman conciencia de lo que están haciendo y sienten vergüenza. Este testigo ocular se posicionó a la manera de un fotógrafo que se pone por fuera de su objetivo y pudo juzgar lo que estaban haciendo estas personas. Este testigo ha venido a objetualizarlos, a congelarlos en una única imagen: son asesinos que están fusilando a dos compañeros.
Sin embargo, no hace falta plantear una situación tan hipotética como esta para poder observar esta misma situación. En el mismo relato podemos ver cómo cualquier disidencia con lo que se estaba haciendo enseguida debía ser acallada. Cuando apareció la otra voz, la voz de Jouvé, que cuestionó este hacer, algo debía hacerse ya que se estaba poniendo en peligro la acción. Esta voz podía generar que todos se hagan una simple pregunta: “¿Estaremos actuando bien?” lo cual requería callarla de inmediato. “Bueno, entonces vas a ser vos el que le de un tiro en la frente”[5] Ante la irrupción de la diferencia se debe lograr otra vez la identidad coaccionando a todo el colectivo a formar parte de la misma acción. El cuestionar algo de lo que se estaba haciendo era poner en peligro el objetivo en común. La Voluntad General había decidido que por el bien común esos compañeros debían morir y no podía haber lugar a cuestionamientos que tuviesen en cuenta algún interés individual. La Voluntad General no puede contemplar mas que cuestiones generales sin detenerse en las particulares. Por esta razón, que una (o dos) vidas se vean privadas de su ser no es importante si esto beneficia al colectivo.
Hasta aquí consideramos la diferencia desde el afuera, desde un testigo exterior o desde una posible voz diferente. Ahora, ¿qué es lo que ocurre con los propios compañeros que fueron fusilados? Es claro que ellos representaban la diferencia que había que eliminar. Pero, ¿Cuál habrá sido su reacción? Siendo que no estuvimos presentes en ese momento y que ellos ya no están para contarlo, no podemos deducir si habrán tomado una posición mas rousseauniana o una o-posición mas sartreana. ¿Se habrán opuesto a la acción que estaba siendo llevada en su contra o la habrán asumido como mártires considerando que podían ser una amenaza para sus compañeros?

El fetichismo del partido.


Esta misma situación se plantea en Las Manos Sucias sólo que con mucha más crueldad e ironía. El partido, para estos personajes, parece tener vida propia, parece ser un dios todopoderoso al cual hay que reverenciar. El partido era una creación de hombres y mujeres con ideas, vidas, sentimientos que, paradójicamente se les presentaba como ajeno y se les imponía. Todo lo que decía el partido era sagrado y había que cumplirlo. Es Hugo, el protagonista, quien se debate entre la obediencia y la introducción de la reflexión. No se puede matar a alguien sin tener una razón lo suficientemente fuerte como para hacerlo. El obedecer la orden del partido no era razón suficiente para Hugo como para matar a Hoededer. Hay que creer de manera absoluta en un ideal para privarle de la vida a cualquier ser humano. Y Hugo no podía hacerlo, no podía matar a alguien con el cual se había encariñado y con el cual estaba compartiendo momentos de su vida. “¿Podrías matarme si te miro?” le pregunta Hoederer a Hugo. ¿Se puede matar a alguien cuando nuestra acción esta siendo objetivada por la misma victima?
Aunque el comportamiento de Hugo va cambiando a lo largo de la obra, sus actos y sus pensamientos siempre estaban condicionados por los otros. Su acción se orientaba su acción para los otros, pero nunca para sí mismo. Hugo se debatía entre serle fiel a sus principios o poder mostrar que él no era sólo un intelectual de clase media para así ganarse el reconocimiento del partido y hasta el de su esposa. Los otros le quitaban siempre el dominio de la situación. Hugo sentía que había algo que ya no controlaba y que estaba más allá de él. Al final, cuando mata a Hoederer ni siquiera lo mata por convicción. Lo mata por impulso, por ver a su esposa con él. El otro- o más bien la otra- le ha robado su mundo, lo ha hecho actuar sin comprender ni siquiera bien el por qué. Sólo más tarde, luego de su estadía en la cárcel, Hugo puede darse una razón convincente para haber matado a Hoederer.
Sin embargo, antes de matarlo, Hugo dice algo bastante revelador a los fines de esta monografía. “No me ha convencido. Nadie puede convencerme de que debe mentirse a los camaradas. Pero si me hubiera convencido, seria una razón mas para despacharlo, porque eso probaría que convencerá a otros”[6] No importaba tanto si Hoederer tenía o no razón, lo importante era que podía convencer a los otros y así distorsionar las consignas del partido. La diferencia esta anulada por completo. Ni siquiera ya importa la verdad o falsedad de las ideas. Ni siquiera importan las propias convicciones. Lo importante es que nadie altere los objetivos que el partido se había propuesto.
Sin embargo, lo más interesante del papel de Hoederer era que dentro de su propuesta estaba el mentirle a los propios compañeros y el pactar con los supuestos enemigos. Es decir, Hoederer era la diferencia (negativa) que amenazaba el proyecto de sociedad al cual se estaba apostando. No es lo mismo que los “diferentes” sean dos compañeros “quebrados” a que sea un compañero con influencia suficiente como para trastocar por completo los objetivos del partido. Esto acarrea algunas preguntas que, si bien en algún punto están formuladas de manera retórica, no significa que igualmente no sean un problema.¿Se debe matar a los que piensan diferente? ¿Cómo saber cuáles ideas son las verdaderas como para matar por ellas? ¿Existen tales ideas? El final de la obra nos hace cuestionarnos este punto. Aquella idea que en un momento había representado la traición hacia el partido, era ahora la idea a seguir. Por lo que en un momento se había matado era hoy la consigna con la cual el partido habia decidido identificarse.
Entonces, ¿Hasta que punto debemos respetar los fines que nos proponemos sin juzgar los medios que utilizamos? Si seguimos el razonamiento rousseauniano, algunas perdidas son inevitables para lograr los objetivos que queremos. Si el otro debe ser eliminado para salvar al colectivo, es justo que muera y hasta debería morir contento ya que su muerte implica un beneficio para todos. Sin embargo, no es esto lo que observamos en esta obra de teatro. Hoederer se sabe en peligro y lucha por lo que piensa. Hoederer esta por fuera de la voluntad general, ha roto el pacto para constituir otro grupo y enfrentarse a sus antiguos compañeros. Entonces, dentro de cada grupo debería haber una unidad absoluta que se enfrenta a otra unidad absoluta.

De lo que se puede decir una vez que se ha objetivado lo escrito
(O conclusión)


Hemos criticado la forma de organización de la izquierda tradicional en función de la conformación de la voluntad general. Hemos criticado la homogeneización absoluta de estos colectivos que no dejan lugar a las diferencias y que, por otro lado, retomando un poco a Sartre, se constituyen como sujetos colectivos homogéneos opuestos a un otro (sujeto colectivo). Sin embargo, hay que tomar ciertos recaudos a la hora de realizar esta crítica. No se trata de pasar de la conformación de una voluntad general a la segregación absoluta de los individuos donde lo único valido son las ideas y sentimientos individuales, y donde no se encuentra ninguna conexión entre ellas. No es la idea de este trabajo proponer como alternativa un liberalismo donde la pluralidad de opiniones se transforma en una multiplicidad sin sentido. Tampoco se trata de llegar al otro extremo donde todas las diferencias son validas y donde todos los otros deben ser tolerados. No tolerar ninguna diferencia es tan perjudicial como tolerarlas todas, además que es casi imposible. ¿Cómo tolerar a alguien que atenta contra nuestra vida, por ejemplo? Por eso la pregunta es: ¿Cómo considerar al otro y poder respetarlo como otro sin ser un mártir, sin adoptar una posición altruista en donde me deba someter al otro? ¿Cómo encontrar un alternativa a la propuesta de Sartre sin tampoco adoptar la propuesta de Levinas?
Hasta aquí hemos analizado al otro como aquel que me mira, me juzga y me pone en peligro. La diferencia no es tolerada ya que mis fines son alterados por la presencia de una alteridad. Queda claro que desde la posición sartreana solo hay dos posibilidades que se dan al mismo tiempo: emerger como sujeto a costa de objetulizar al otro o ser objetualizado por el otro para que este emerja como sujeto. En esta relación no hay síntesis posible. Si uno es sujeto, el otro necesariamente será objeto. Ahora, podemos preguntarnos: ¿Es esta la única forma que tengo de relacionarme con el otro? Acordamos que la relación con los otros es imprescindible, que es necesaria la presencia de los otros para que ilustren nuestras acciones y para que nos espejen. Pero, ¿no habrá una forma en la cual esto no se presente como una amenaza? ¿Y si pensamos que el otro nos enriquece con su mirada, nos transforma, nos refleja aspectos positivos y nos da a reflexionar los negativos? ¿Será posible pensar que el otro no nos objetualiza sino que nos subjetualiza? No puedo plantear estas cuestiones mas que en forma de interrogantes. Igualmente queda la pregunta abierta: ¿Qué hacer con el otro cuando este esta directamente atentando contra nuestra vida?
A partir de esto, entonces, ¿Cómo conformar una identidad colectiva? No creo poder dar una respuesta cerrada y definitiva. Reitero lo que ya se ha dicho. Este es otro tiempo, con otras ideas y otras posibilidades. La forma de organizarnos hoy que yo encuentro mas adecuada no es de ninguna manera una forma cerrada ni tampoco única. Es una manera que se enfrenta con millones de problemas. Lo único que puedo decir es que la identidad no tiene porque presuponer la igualdad. Se puede conformar un colectivo, tener un objetivo en común y no por eso anular las individualidades. Creo que estas son importantes para promover el debate y la discusión. Esto no significa que todos los otros puedan ser interlocutores validos. Pero con aquellos donde hay un mínimo de suelo en común creo que vale la pena el intercambio. Quizás esta sea una manera de evitar la excesiva fragmentación que se da dentro de la izquierda. Ante la mínima diferencia los distintos grupos se separan conformando pequeñas unidades cada vez más homogéneas, pero también mas pequeñas. De esta forma se deja de lado mucha gente que quisiera participar, pero que no desea seguir un ideal venido desde arriba sino que prefiere construirlo en el día a día. Es decir, podemos conformar nuestra identidad colectiva siguiendo una idea trascendente que nos dice lo que somos y cómo debemos ser o podemos elegir un camino mas arduo donde cada día y todos los días nos preguntamos que hacemos, por qué, cómo, etc. Esto implica que no hay nada prefabricado y que todo lo que se haga debe realizarse teniendo en cuenta la misma experiencia.
¿Y que hacer con aquellos otros que perjudican de manera absoluta nuestros objetivos? ¿Qué hacer con aquellos otros que nos ponen realmente en peligro ya que su existencia implica si o si que la nuestra se vea perjudicada? Dejo la pregunta abierta para otro trabajo...


Bibliografía:

-Fanon F., Los Condenados de la Tierra, México, Fondo de cultura económica, 1972, Prologo de J. P. Sartre.
-Rousseau, J. J., El Contrato Social, Buenos Aires, Losada, 2005.
-Revista Intemperie, Numero 21, No Mataras. Una polémica.
-Sartre, J. P., Las Manos Sucias, Buenos Aires, Losada, 1948
-Sartre, J. P., A Puertas Cerradas, Buenos Aires, Losada, 1948
-Sartre, J. P., El Ser y la Nada, México, Losada, 1993


NOTAS:

[1] Rousseau, J. J., El Contrato Social, Buenos Aires, Losada, 2005 Pág. 56
[2] Rousseau, J. J., El Contrato Social, Buenos Aires, Losada, 2005 Pág. 78
[3] Jean Paul Sartre: El Ser y la Nada, Buenos Aires, Losada , Pág. 330
[4] Jean Paul Sartre, A Puertas Cerradas, Buenos Aires, Losada, 1948, Pág. 105
[5]Revista Intemperie, Numero 21 No Mataras. Una polémica Pág. 2
[6] Jean Paul Sartre, Las manos sucias, Buenos Aires, Losada, 1948, Pág. 333

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