11.12.07

La lógica de lo político y su más allá: el largo camino desde Schmitt a Bataille

Sebastián Chun


“La ley es por ello, como se señalará más adelante en este libro, el Shiboleth con el que se distinguen los falsos hermanos y amigos del llamado pueblo.”
Hegel
Principios de la filosofía del derecho

“El otro por venir ([...] quienquiera que venga en la forma del acontecimiento, es decir, de la excepción y del único), tengo por definición que dejarlo libre de su movimiento, fuera de alcance para mi voluntad o para mi deseo, más allá de mi intención misma. Intención de renunciar a la intención, deseo de renunciar al deseo, etc. «Renuncio a ti, lo he decidido»: la más bella y la más inevitable de la más imposible declaración de amor."
Derrida
Políticas de la amistad



Lo que intentaremos a continuación será abordar la lógica de lo político tal como ha sido planteada por el filósofo alemán Carl Schmitt, para descubrir en ella un trasfondo que parecería abrir el horizonte hacia un más allá de ésta, una otra política, tal vez la verdadera democracia. A modo de puesta en juego de dicha lógica, analizaremos desde una perspectiva filosófica los trágicos acontecimientos repetidos compulsivamente en 2003 y 2007 en la provincia de Santa Fe. A partir de aquí, reflexionaremos sobre la paradoja que habita en el pensamiento de Schmitt, para desplegar las posibilidades que pone en escena. Rancière y Bataille serán así dos pensadores que nos ayudarán a comprender ese paso más allá de la lógica soberana.
I

Ha sido Carl Schmitt quien a nuestro entender expuso de manera categórica cuál es la esencia de lo político, la cual está plenamente expresada en la prerrogativa soberana. En su libro Teología política I afirma que “es soberano quien decide el estado de excepción”[i], el cual no está determinado por la norma. Quien declare la suspensión de la ley, la puesta en suspenso de un orden determinado, por propia iniciativa, de manera original e incondicionada, ése será el soberano.“Éste decide si existe el caso de excepción extrema y también lo que ha de hacerse para remediarlo. Se ubica fuera del orden jurídico normal y con todo forma parte de él, porque le corresponde la decisión de si la constitución puede suspenderse in toto.”[ii]
A pesar de esta definición, Schmitt señala que el soberano tiene como fin la reinstauración del orden. Por lo tanto, este momento de apertura hacia lo otro, hacia lo más allá de la norma, se vuelve un riesgo necesario para lograr el cierre del universal que rige el orden dado. “En el caso de excepción, el Estado suspende el derecho en virtud de un derecho de autoconservación.”[iii] Ante el peligro de disolución de la normalidad dada, que se manifiesta con la aparición de lo otro, lo heterónomo, el soberano decide hacer visible eso otro, nombrándolo y a su vez excluyéndolo del orden, para así intentar fagocitarlo o borrarlo de la escena política. El otro trae consigo la posibilidad de otra normalidad, de otro orden, poniendo así en riesgo el estado de cosas vigente, que a ese otro lo dejaba en lo oculto, más allá de todo horizonte de posibilidad. Lo heterogéneo es lo imposible, lo impensado, y por ello debe volver a su morada de ruinas.
Ahora bien, por lo dicho hasta aquí, parece existir una contradicción entre esta finalidad de autoconservación y la supuesta originalidad absoluta de la decisión. Para Schmitt “en términos normativos, la decisión surge de la nada. La fuerza jurídica de la decisión es algo distinto del resultado de su fundamentación. La atribución no se establece con la ayuda de una norma sino al revés: el punto de atribución determina qué es la norma y cuál la verdadera normativa.”[iv] Por lo tanto, la anterioridad de lo heterónomo, de lo a-normal, parece oponerse a la espontaneidad del soberano divino. Éste ya no decide quién es ese otro, sino que simula darle una luz, cobijarlo bajo su campo de atracción, y luego declararlo fuera del mismo; cuando en realidad sólo asumiría este riesgo para volver a lo normal, haciendo de lo invisible el hogar de lo heterónomo. Entonces la decisión soberana no sería una pura espontaneidad de una voluntad autosuficiente, sino que se puede pensar como el último recurso de aquél que ya no domina la distribución de espacios y roles, a quien se le ha infiltrado un huésped indeseable, que contamina la atmósfera de su reinado.[v]
La obra central de Schmitt es El concepto de lo político, donde encuentra la esencia de la política en una distinción entre un nosotros y un los otros, que también estará determinada por la decisión soberana. “La específica distinción política a la cual es posible referir las acciones y los motivos políticos es la distinción de amigo (Freund) y enemigo (Feind). [...] El enemigo es simplemente el otro, el extranjero (der Fremde) y basta a su esencia que sea existencialmente, en un sentido en particular intensivo, algo otro o extranjero, de modo que en el caso extremo sean posibles con él conflictos que no puedan ser decididos ni a través de un sistema de normas preestablecidas ni mediante la intervención de un tercero “descomprometido” y por eso “imparcial”. La posibilidad de un conocimiento y de una comprensión correcta, y por ello también la capacidad de intervenir y decidir, es aquí dada sólo por la participación y por la presencia existencial. Sólo quien toma parte de él directamente puede poner término al caso conflictivo extremo; en particular sólo él puede decidir si la alteridad del extranjero en el conflicto concretamente existente significa la negación del modo propio de existir y si es por ello necesario defenderse y combatir para preservar el propio, peculiar, modo de vida.”[vi]
Reforzando la lógica ya analizada, encontramos aquí al a-normal investido de la categoría de enemigo, sólo por expresar lo otro de la norma. El habitante del des-orden pone ante mí un modo de vida extraño, que me interpela, poniéndome en peligro. Este riesgo está determinado por la particularización de mi universal, la caída del fundamento que sustentaba el edificio social, distribuyendo roles, dando voz y luz a algunos, borrando hasta las sombras de otros. En este caso también corresponderá al soberano determinar quién es el enemigo, hacerlo visible, declarándolo fuera del orden que resguarda al mundo de los amigos, haciendo así que su vida pueda ser arrebatada, por sólo presentarse como una virtual puesta en cuestión de mi universal. Leemos en Schmitt: “el Estado como unidad política decisiva ha concentrado en sus manos una atribución inmensa: la posibilidad de hacer la guerra y por consiguiente a menudo de disponer de la vida de los hombres [...] ello implica la doble posibilidad de obtener de los miembros del propio pueblo la disponibilidad a morir y matar, y la de matar a los hombres que están de parte del enemigo. La tarea de un Estado normal consiste sin embargo, sobre todo, en asegurar en el interior del Estado y de su territorio una paz estable [...] Esta necesidad de pacificación interna lleva, en situaciones críticas, al hecho de que el Estado, en cuanto unidad política, determine también por sí mismo, mientras exista, al .”[vii] Como bien señala Derrida, la distinción privado/público y la exclusividad del último sobre lo propiamente político, que en un principio parecerían dejar de lado la eventualidad de un conflicto dentro del orden dado, se rompe cuando se manifiesta la posibilidad del “enemigo interno”, es decir, de aquella puesta en cuestión de la norma que surgiría de aquellos que son invisibles dentro de la misma.[viii] Enemigo ya no es el extranjero, sino cualquier otro, extranjero en su propio lugar de nacimiento, sin voz ni rostro, cuya heterogeneidad se manifiesta, se da; motivo por el cual se vuelve imperioso combatirla.
II

En la provincia de Santa Fe se han vivido dos acontecimientos traumáticos que han visibilizado a los otros, olvidados por la norma y el orden vigente. Las inundaciones de 2003 y 2007 han puesto en evidencia lo heterónomo, y en ambos momentos las reacciones del soberano han sido similares. En 2003, siguiendo de manera fiel al filósofo alemán anteriormente analizado, se declaró el Estado de sitio, asumiendo el riesgo por parte del Estado de visibilizar a esos espectros, pero con la clara intención de acallarlos, volverlos transparentes, y así restaurar el orden perdido.
En 2007 no se ha llegado a este punto, y las técnicas de intervención han sido tal vez más sutiles, microfísicas: la ruptura de todo lazo que se pueda crear entre los evacuados por parte de punteros políticos y empleados municipales; el reclamo de una vuelta a la normalidad, evidenciado en el deseo de vaciar las escuelas para que se puedan reiniciar las clases, aunque los huéspedes involuntarios debieran ser arrojados al vacío de las calles anfibias; la ausencia de una organización suficiente que permita la distribución racional de alimentos, colchones, vestimenta, etc.; todos estos son claros ejemplos del quehacer soberano. Por supuesto que la clásica oposición anarquía-orden no se hizo esperar, negando cualquier tipo de alternativa para esa otra normalidad, que como tal no sólo se diferencia en cuanto al contenido, sino también a la forma. Negarle legitimidad, clasificarla como de-forme, como anarquía, es el precio que paga por enfrentarse al universal que sustenta el mundo cerrado alrededor de la omnipotencia soberana. Al mismo tiempo la voz del otro, que siempre aparecerá en contacto con el poder, con la norma, se ha vuelto una parodia, cuando el estereotipo que reflejan los medios es el de alguien que balbucea reclamos, no por eso menos legítimos que el de algún orador profesional. Por otro lado, algunas agrupaciones que trabajaron junto a los evacuados muchas veces pecan del mismo defecto, tomando un altavoz y sintiéndose voceras de los condenados al silencio.[ix] Problema fundamental de la política, tal vez el único que valga la pena pensar hoy: ¿cómo escuchar al otro, permitiéndole dar un paso hacia el frente, erguir la cabeza y emitir un sonido que escape al silencio, pero que al mismo tiempo no se vuelva su condena?
Volviendo al análisis, encontramos que siguiendo fiel los actos reflejos de todo soberano, el gobierno nacional manifiesta una lógica de lo político ya tradicional, cuyo modelo puede entenderse a partir del trabajo de Kuhn, quien hablando de otras revoluciones, expuso de manera ejemplar el papel desestructurador que cumplen las anomalías con relación al desarrollo de determinada normalidad.[x] Un paradigma se sostendrá siempre que resulte efectivo a la hora de enfrentarse a los acontecimientos, que la mayoría de las veces serán una deducción del mismo. Por lo tanto, cuando una anomalía se hace presente, es decir, cuando un suceso del mundo ordenado e iluminado por un paradigma entra en contradicción con él, este orden deberá dejarse de lado, reemplazándose por uno nuevo, que reconduzca esa anomalía dentro de la normalidad. Siguiendo esta línea, y acercándose más al modelo de la política, Lakatos sostiene que las anomalías no son suficientes para derribar el orden imperante, ya que éste posee una estructura compuesta por un núcleo irrefutable y un cinturón protector, siendo este último el receptor de todos los golpes que se lanzan contra el programa dado.[xi]
Traducción en términos políticos: si el gobierno nacional no aparece en la escena pública ante acontecimientos como los sucedidos en 2003 y 2007, no es por respetar la autonomía de los distintos gobiernos federales, sino para evitar que esta aparición del des-orden afecte ese núcleo central que irradia su norma por sobre el resto de los sub-órdenes. A su vez, cada provincia intentará subdividir su campo de influencia en varios poderes, para finalmente llegar a la unidad última, la responsabilidad de uno o más individuos, que casi permiten reducir las responsabilidades al ámbito privado.[xii]
Un caso similar fue el vivido a partir del asesinato de Carlos Fuentealba en Neuquén en Abril de 2007, cuando la orden de reprimir la dictó el propio poder ejecutivo provincial, pero el veloz culpable fue un policía no más corrupto que el resto de los responsables. El poder ejecutivo nacional, en este caso, dejó completamente de lado cualquier comentario al respecto, e intervino lo justo y necesario considerando que el gobernador de Neuquén sería candidato a presidente ese mismo año.[xiii] Por otro lado, la intervención de los medios colaboran con estas reacciones, al buscar y reflejar ante cualquier acontecimiento de este tipo una historia de vida particular, la del héroe y mártir que de manera privada llevaba a cabo una lucha desigual contra el modelo vigente. Nueva paradoja de la política: si, como vimos de pasada en el apartado anterior, sólo es político el conflicto entre dos órdenes que exceden el ámbito privado, careciendo por lo tanto de un contenido específico y evitando para Schmitt así la posibilidad de la “hostilidad absoluta”; cuando la apertura está dada y lo que se busca es un nuevo cierre de las fronteras políticas, si el enemigo es interno muchas veces se reduce el enfrentamiento a lo particular/privado, quitándole así el carácter político mismo. Tal vez se pueda trasladar esta estrategia al ámbito del enemigo externo también, cuando se decide colgar a un otro, reduciendo el carácter de extrañeza y heterogeneidad de un orden amenazante a un individuo determinado, portador del mal que contaminaría el cuerpo social. Lo propio de lo político sería así la despolitización de sí mismo, ya que si se sostuviera el momento político, el cierre sería imposible.
Resumiendo, si para Schmitt la esencia del soberano, y de lo político, era la exclusividad de la decisión sobre lo heterónomo, vimos que la misma no correspondía a un sujeto cuasi-divino, sino que lo otro se hacía visible por su propia iniciativa. Por lo tanto, el soberano schmittiano se convertía en un funcionario más de la norma, que en su nombre la suspende, pero sólo para reestablecerla, asumiendo así el riesgo de particularizar el universal rector y visibilizar a esos otros. También mencionamos que lo propio del quehacer soberano podía pensarse como una despolitización de lo político, ya que ante el surgimiento de lo heterónomo lo que se busca es siempre reducirlo al ámbito privado. Encontramos entonces aquí dos alternativas: o la política es el momento de apertura, ajeno a la voluntad soberana, o la política es el orden, el sistema, la reproducción de lo mismo, y por ello abarca también la figura del soberano. Por cualquiera de las opciones que nos inclinemos, ambas nos obligan a encontrar una nueva palabra que permita distinguir a la política de lo otro de sí.
III

El filósofo francés Jacques Rancière ha dado cuenta de esta dicotomía y ha recuperado un nuevo concepto para hablar de la misma. El nombre de política lo ha dejado para el momento de apertura, y el de policía para el ámbito del cierre de lo mismo. “La policía es, en su esencia, la ley, generalmente implícita, que define la parte o la ausencia de parte de las partes. [...] la policía es primeramente un orden de los cuerpos que define las divisiones entre los modos del hacer, los modos del ser y los modos del decir, que hace que tales cuerpos sean asignados por su nombre a tal lugar y a tal tarea; es un orden de lo visible y lo decible que hace que tal actividad sea visible y que tal otra no lo sea, que tal palabra sea entendida como perteneciente al discurso y tal otra al ruido.”[xiv] La policía es el momento que deja de lado, reduce a la oscuridad y al silencio lo heterónomo. Cuando éste se hace oír, en circunstancias como las descriptas en el apartado anterior, es el llamado de la ética el que se escucha, y la política se hace así posible.[xv] “Propongo ahora reservar el nombre de política a una actividad bien determinada y antagónica de la primera: la que rompe la configuración sensible donde se definen las partes y sus partes o su ausencia por un supuesto que por definición no tiene lugar en ella: la de una parte de los que no tienen parte.”[xvi]
Por lo tanto, lo sucedido en Santa Fe es político, es la política, y lo que queda por pensar allí es que otro modo de soberanía, de sujeto, de democracia, son posibles. Si dejamos de lado la reacción soberana, y por lo tanto la concepción política de Schmitt, debemos comenzar a construir esa otra política, que ya no será en nombre de algunos, sino que contemplará el rostro de esos otros, arrojando luz sobre éstos no sólo cuando ya han salido a escena, sino desde siempre, para en la heterogeneidad pensar en una verdadera democracia. Ésta será siempre una política de constante apertura, que desplazará así el universal más allá de sí mismo, deconstruyendo sus fundamentos para de este modo reducir el momento policial al mínimo.
Aunque parezca desconcertante, creemos que en esta línea el planteo de Schmitt y el trasfondo que hemos intentado desarrollar tienen todavía algo para ofrecer, al menos si se los toma en serio. Y esto es lo que ha hecho el pensador francés Georges Bataille, quien sin reconocerlo explícitamente, recorre esta fisura al retomar la idea de soberanía tal como la expone Schmitt, es decir, en tanto pura espontaneidad, y desde allí intenta pensar el sujeto de la política.
En su trabajo Lo que entiendo por soberanía leemos: “lo que distingue a la soberanía es el consumo de las riquezas, en oposición al trabajo, la servidumbre, que producen las riquezas sin consumirlas. [...] el soberano consume el excedente de producción. [...] Recíprocamente, es soberano el goce de posibilidades que la utilidad no justifica (la utilidad: aquello cuyo fin es la actividad productiva). El más allá de la utilidad es el dominio de la soberanía.”[xvii] El soberano no puede regirse por una causalidad o finalidad, que siempre estarán en última instancia bajo el dominio de la utilidad. La lógica de intercambio deja así de funcionar, volviéndose el futuro un abismo ante nuestros ojos, un porvenir de infinitas posibilidades.[xviii] En otras palabras, si el soberano de Schmitt era un semi-dios, lo propio de un ser de esta categoría será la des-obra, el des-arreglo con relación al orden del mundo tejido bajo el influjo del principio de utilidad. Bataille agrega, “admito, de manera fundamental, que no sabemos nada más allá de lo que enseña la acción dirigida con miras a satisfacer nuestras necesidades.”[xix] Por lo tanto, si el reino de lo útil es el del saber, la soberanía se convierte en “el reino milagroso del no-saber”[xx]
Ser soberano también es morir, desaparecer, como el escritor ante su obra. El mismo soberano de Schmitt desaparecería como sujeto, ya que la originalidad absoluta implicaría la ausencia de fin, de causa, de utilidad. Siempre que exista alguna de éstas, la decisión ya habrá sido tomada, la apertura se habrá dado, y el soberano tan sólo intentará dar cuenta de la misma para borrarla o fagocitarla. “El pensamiento que se detiene ante lo que es soberano prosigue legítimamente sus operaciones hasta el punto en que su objeto se resuelve en NADA, porque, dejando de ser útil o subordinado, se hace soberano dejando de ser”[xxi] Esta rechazo del ser, esta contraposición al deseo de preservar en él, es lo propio del soberano. Así, es posible pensar una comunidad que se vuelva el sujeto de la democracia, siempre que la misma esté ligada por la ausencia de unidad. Lo común, el uno por detrás de la multitud, es aquél constituido por la falta de ese uno, por la constante apertura hacia lo otro. Así, el invisible no necesitará darse, hacerse presente para así rogar por una reacción por parte del dueño del orden, sino que estará siempre dado, estará ya ahí, en el corazón descubierto de la comunidad de los que no tienen comunidad.
Ahora bien, vale aclarar que el riesgo de la soberanía reside en la trasgresión que ella implica.[xxii] La soberanía perturba el orden, lo mismo que la muerte y lo sagrado, y por esto mismo se encuentra más allá de toda norma. Sin embargo, ante esta posibilidad, el soberano ya no tiene el derecho de dar muerte a sus súbditos y al enemigo, sino que “lo que el soberano se toma en serio no es la muerte del individuo, sino a los otros: prefiere, al hecho de sobrevivir personalmente, un prestigio que ya no le engrandecerá si muere, y que sólo contará en la medida en que los otros lo cuenten. En contrapartida, de una manera fundamental, el impulso del hombre soberano hace de él un asesino.”[xxiii]
El soberano, como el inmortal de Borges, “ignora tanto los límites de la identidad como los de la muerte”[xxiv], riesgo infranqueable que se convertirá en el latido de una otra democracia, aquella que mantiene en suspenso la posibilidad del dar muerte al otro, dejándolo llegar, siendo hospitalaria de manera incondicional, y en esta falta de un algo en común, conformando un sujeto que ya no decide por el otro, sino que él es ese otro.
IV

A modo de conclusión, más que provisoria, podemos afirmar que la soberanía tradicional es “la soberanía de la excepción (un único sujeto, entre otros, tiene las prerrogativas del conjunto de los sujetos)”[xxv] Por lo tanto, si el soberano es el sujeto moderno, la verdadera rebelión es la que niega la propia rebelión, rechaza al propio sujeto.[xxvi] Dicho de otro modo, la rebelión verdadera es aquella que no está dirigida por un individuo, sino que se da, en una constante autoaniquilación del “quién” de la misma. Y de este tipo de subjetividad, para nada sujetada, encontramos tal vez un modelo no ya en la ciencia, sino en el arte.[xxvii]
“El artista no es NADA en el mundo de las cosas.”[xxviii] Se ubica más allá del principio de lo útil, del saber, del imperio del futuro, de la aniquilación del otro. Si pensamos en qué tipo de lazo social se crea, qué lugar ocupa el otro, y qué tipo de política puede salir de allí, podemos aventurar que en primer lugar evitaría el mito, es decir, no habría algo común que delimitara un nosotros de un los otros, sino que lo común sería esta falta, este vacío. Al mismo tiempo, este núcleo parece ser suficiente para pensar una política a partir del mismo, que estaría más allá de la alienación representativa, ya que no tendríamos un algo en común que permitiera argumentar que todos cedimos nuestras prerrogativas al soberano. Ahora bien, si hay que distinguir esta democracia por venir de la anarquía, es necesario repetir que esa ausencia común tal vez sea el respeto por el otro. Por supuesto que aquí todavía podríamos hablar de Estado, pero de uno en constante apertura, cuyo intento sea el de escuchar todas las voces, todos los silencios, reconociendo el vacío sobre el que apoyan sus pies, permitiendo así la llegada de lo otro, quizá la democracia por venir. Nosotros, para preparar su arribo, debemos pensar y encarnar esta frase: “en el plano del poder, el arte soberano es dimisión. Echa sobre las propias cosas la carga de la dirección de las cosas.”[xxix]

[i] SCHMITT, C., “Teología política I”, trad. Angelika Scherp, en Carl Schmitt, teólogo de la política, México, FCE, 2001, p. 23
[ii] Op. cit., p. 24
[iii] Op. cit., p. 27
[iv] Op. cit., p. 40
[v] Por supuesto que en todo este trabajo seguimos la extraordinaria deconstrucción de los análisis schmittianos presente en el texto de Derrida Políticas de la amistad. “La decisión pasiva, condición del acontecimiento, es siempre en mí, estructuralmente, otra decisión, una decisión desgarradora como decisión del otro. Del otro absoluto en mí, del otro como absoluto que decide en mí de mí. Absolutamente singular en principio, según su concepto más tradicional, la decisión no es sólo siempre excepcional, hace excepción de mí. [...] esta heteronomía no contradice a la autonomía, abre ésta a ella misma, representa el latido de su corazón.” DERRIDA, J., Políticas de la amistad, seguido de El oído de Heidegger, trad. P. Peñalver y F. Vidarte, Madrid, Trotta, 1998, p. 87.
[vi] SCHMITT, C., “El concepto de lo político”, trad. E. Molina y Vedia, R. Crisafio, en Carl Schmitt, teólogo de la política, México, FCE, 2001, p. 177-178
[vii] Op. cit., p. 194
[viii] DERRIDA, J., op. cit., pp. 159-193.
[ix] “Para que algo de esas vidas llegase hasta nosotros fue preciso, por tanto, que un haz de luz, durante al menos un instante, se posase sobre ellas, una luz que les venía de fuera: lo que las arrancó de la noche en la que habrían podido, y quizás debido, permanecer fue su encuentro con el poder; sin este choque ninguna palabra, sin duda, habría permanecido para recordarnos su fugaz trayectoria.” FOUCAULT, M., “La vida de los hombres infames”, en Estrategias de poder, trad. F. Álvarez Uría y J. Varela, Barcelona, Paidós, 1999, p. 393
[x] “El descubrimiento comienza con la percepción de la anomalía; o sea, con el reconocimiento de que en cierto modo la naturaleza ha violado las expectativas, inducidas por el paradigma, que rigen la ciencia normal. A continuación, se produce una exploración más o menos prolongada de la zona de la anomalía. Y sólo concluye cuando la teoría del paradigma ha sido ajustada de tal modo que lo anormal se haya convertido en lo esperado.” KUHN, T. S., La estructura de las revoluciones científicas, trad. A. Contin,
[xi] “Este es por decisión metodológica de sus defensores; las anomalías sólo deben originar cambios en el cinturón de hipótesis auxiliares y en las condiciones iniciales.” LAKATOS, I., La metodología de los programas de investigación científica, trad. J. C. Zapatero, Madrid, Alianza, 1982, p. 67
[xii] En El castillo Kafka da una lección de política, cuando destaca el carácter infinitamente diferido del centro del poder.
[xiii] En su programa Debate del día 13/04/2007, transmitido por el canal televisivo “América”, Mariano Grondona, refiriéndose a los sucesos de Neuquén, propuso la dicotomía anarquía-represión, señalando otro punto de contacto con los acontecimientos de Santa Fe.
[xiv] RANCIÈRE, J., El desacuerdo. Política y filosofía, trad. H. Pons, Bs. As., Nueva Visión, 1996, p. 44.
[xv] “Hay política cuando hay un lugar y unas formas para el encuentro entre dos procesos heterogéneos. El primero es el proceso policial [...] El segundo es el proceso de la igualdad. Con este término entendemos provisoriamente el conjunto abierto de las prácticas guiadas por la suposición de la igualdad de cualquier ser parlante con cualquier otro ser parlante y por la preocupación de verificar esa igualdad.” Op. cit., p. 46
[xvi] Op. cit., p. 45
[xvii] BATAILLE, G., Lo que entiendo por soberanía, trad. P. Sánchez Orozco y A. Campillo, Barcelona, Paidós, 1996, p. 64.
[xviii] “Lo soberano es gozar del tiempo presente”, Op. cit., p. 65
[xix] Op. cit., p. 68.
[xx] Op, cit., nota al pie p. 68.
[xxi] Op. cit., p. 71
[xxii] “Cada vez que se resuelve en NADA, la espera decepcionada sugiere una súbita inversión del curso de la vida. [...] Pero a menudo la transgresión iniciada se desarrolla como transgresión desmesurada [...] Así la soberanía celebra sus bodas con la muerte” Op. cit., p. 77
[xxiii] Op. cit., p. 84.
[xxiv] Op. cit., p. 86
[xxv] Op. cit., p. 98
[xxvi] Op. cit., p. 109
[xxvii] “La soberanía no es NADA [...] En el mundo de la soberanía destituida, sólo la imaginación dispone de momentos soberanos.” Op. cit., p. 113
[xxviii] Op. cit., p. 114
[xxix] Op. cit., p. 124

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