13.12.07

Encuentro del 21-04-07

Comenzamos la tertulia con el texto Santa Fe para intelectuales. Sebastián, nos resumió y comentó su trabajo. Intento yo aquí reformular aquello tal como mis anotaciones y mi entendimiento me lo permiten[1]. Agrego, les advierto, preguntas y consideraciones que no hacen al texto y tal vez ni siquiera a la reunión - en general trataré indicarlas entre corchetes “[...]”.

Tesis principal del texto: “Las inundaciones [en Santa Fe], sus causas y sus consecuencias no fueron fenómenos naturales, sino sociales, y más específicamente políticos”.
Para respaldar esta afirmación hizo falta volver a pensar qué cosa es lo político. Se partió de una crítica a la postura de Schmitt acerca de la esencia de lo político, esencia que “está plenamente expresada en la prerrogativa del soberano”.
La tensión que se señala en relación al soberano reside en que, por un lado, él es quien decide el estado de excepción, o sea aquello que es lo otro de la norma (el enemigo); mientras que, por otro, tiene como único fin restaurar el orden, y así excluir eso otro (dejar por fuera al enemigo).
Entonces, tenemos que, mientras que aquél primer momento parece hablarnos de cierta apertura a eso otro, el segundo se cierra y separa.
Ahora bien. Tal movimiento nos conduce inevitablemente a revisar la figura del soberano, y por tanto la de lo político. Pues al fin de cuentas: 1) ¿en qué sentido la esencia de lo político se encuentra expresada por esta lógica de apertura para el cierre del soberano?; y atendiendo a esto; 2) ¿cómo aseverar el decisionismo fundacional y originario del soberano, puesto que, anhelando tan sólo orden y cerrazón, tiene uno de sus pies puestos en la apertura, en aquello otro que busca anular?
[En otras palabras: ¿es político el soberano?; ¿no será acaso lo otro de la política?; ¿O se tratará acaso de la consumación inevitable de lo político, y en ese sentido que se trata de la expresión de la esencia de lo político?]
Veamos ahora cómo ha operado en una situación efectiva un soberano concreto.
En la provincia de Santa Fe, los otros aparecieron con el rostro de los inundados. Éstos, habitualmente marginados, ante su desesperada situación intentaron lazos entre ellos, con el fin de organizarse, de construir una alternativa a la que les era dada. Pero la necesidad de re-establecer la normalidad – anhelo soberano - encarnada por los “políticos” de turno, hizo cuanto estuvo a su alcance para echar a perder los intentos de mancomunión de estos otros.
En este sentido, y en cuanto a las responsabilidades, estas fueron desplazándose estratégicamente, desde lo más alto, el gobierno nacional, a lo provincial, y de aquí a lo municipal, y luego más abajo hasta confundirse luego en una cuestión meramente “privada”. Y todo en pos de la normalidad, repetimos; con lo cual difícilmente podría filiarse al soberano con lo político si es que pensamos lo político directamente relacionado con la apertura.

Ante estas dificultades Sebastián pregunta: “¿Cómo escuchar al otro, permitiéndole dar un paso hacia al frente, erguir la cabeza y emitir un sonido que escape al silencio, pero que al mismo tiempo no se vuelva su condena?”
Con el fin de aclarar los señalados dos momentos del soberano, el de apertura y el de cierre, Sebastián retoma dos conceptos del afrancesado Ranciere[2]. En miras de este autor, para la apertura reservaremos el nombre de Política, para la cerrazón el de Policía.
La descripción del soberano operante en el caso de las inundaciones se correspondería con un “soberano policial”. Pero ¿cómo sería un “soberano político”?[3]
Para abrir el pensamiento a esta última posibilidad, Sebastián retomó un texto de Bataille[4]. Según éste último, el soberano, para poder presentarse como algo realmente originario, es decir nada dependiente, debería escapar a la lógica utilitaria. O sea, el soberano tendría que trocarse en puro gasto para que la suya sea una auténtica decisión, carente de motivo, de fin.
El paradigma para encaminarse en esta prometida política soberana sería, ya no la ciencia[5], sino el arte. Muy en breve: la propuesta que acarrearía la postura de Bataille apunta a la “dimisión” que significa la renuncia del sujeto, pues no otra cosa es el puro gasto. Renuncia que, debe recordarse, trae aparejada, como ya hemos conversado más de una vez - aunque casi siempre refiriéndonos a Levinas - tantas virtudes como riesgos.
(Quisiera llamar la atención acerca de lo interesante que podría resultar retomar expresamente la tesis rectora del texto de Sebastián desde la óptica del Soberano político de Bataille)

Una vez terminada la exposición se realizaron algunas observaciones al texto sobre la base de lecturas de Adorno, Jay y Kusch[6]. Comienzo por este último para respetar la cronología de la reunión.
Atendiendo a los concepto “ser” y “estar” tal como – a mi entender - los presenta Kusch se intentó una crítica a cierta manera de concebir al Otro. La objeción básica radicaba en que, al parecer, en planteos como los presentados por Sebastián, el otro resulta ser siempre un “otro hombre”. En el ejemplo de Santa fe los otros eran otros hombres pero inundados.
Consideramos entonces otro fenómeno climático, el de la caída de granizo hace un par de meses en la capital federal. Con esto, desde el texto que escribí, quería mostrar, ya no el modus operandi del soberano, sino las limitaciones que el pensamiento desde lo mismo le imponen a lo Otro, a lo que se presenta como Anormal.
Recuérdese ahora lo que se decía fundamentalmente desde boca de taxistas después de aquél granizo. “El servicio meteorológico falló... se nos debe indemnizar”. O sea, un defecto desde los aseguradores del Orden[7] (léase entes del estado, funcionarios públicos...), redunda en un reclamo ciudadano. Y esto nos muestra algo que tal vez merece ser pensado: ¿qué lugar cabe al granizo, este curioso y natural Otro, en su carácter irruptor, destructivo, inmanejable en la vida de las personas? No el del miedo, señores. Al parecer, y según la reacción ciudadana, el granizo no pasa de “falla en el sistema”. Entonces todo posible efecto que tenga tal irrupción será reenviado al sistema, entrópicamente, siempre lo mismo.
¿Por qué? Porque, al fin de cuentas, la cuestión termina siendo demasiado humana.
Y justamente acá en donde se mete la intervención de la Escuela de Frankfurt y la dialéctica negativa. Señalando desde la dualidad, ya sea esta pensada en términos de materia-espíritu o de naturaleza-idea, de qué modo es posible considerar ambas instancias sin caer, por un lado, en una fagocitación unilateral por parte de una (la idea) sobre la otra (la naturaleza); y, por otro, sin terminar escindiendo ambas realidades, dejando a todo lo que no es espíritu en un plano de exterioridad irreconciliable, de manifiesta alienación[8].
Sebastián preguntaba: “¿Cómo escuchar al otro, permitiéndole dar un paso hacia al frente, erguir la cabeza y emitir un sonido que escape al silencio, pero que al mismo tiempo no se vuelva su condena?”. Y tal vez tenga razón en decir que este es el problema acuciante, la pregunta crucial de nuestros días. Sin embargo, siendo el otro ya siempre un hombre, y si la naturaleza y lo mítico no ganan terreno, y si lo que se pide, en definitiva, es siempre que el otro salga de la exclusión sistemática y así tenga una digna inclusión en el sistema, como Dios manda, ¿no habremos perdido definitivamente lo Otro para encontrarnos con más de lo mismo?
Una última pregunta y en este mismo sentido: ¿Cuál habrá de ser el recorrido preferible para pensar y decir lo otro: será desde El Otro (hombre) a Lo Otro que debemos ir, o en cambio convendrá intentar el camino de lo Otro (dioses, naturaleza, mitos varios...) Al Otro?[9]

Desde ya, mil disculpas por todo lo que dejé escapar en este resumen, puesto que la reunión fue realmente fructífera. Cualquier acotación, aclaración, reformulación y otros “ción” que consideren pertinente, ya lo saben, será bienvenida.

[1] Tratándose como se trata de un texto escrito por un compañero, se agradecerá que se realicen todas las correcciones y observaciones que hagan falta a esta exposición.
[2] Quien de seguro votaría a Telerman en caso de poder hacerlo.
[3] [Los términos “soberano político” y “soberano policial” no aparece en el texto ni se mencionó en la reunión pero creo que sirve para dejar bien en claro cómo la tensión planteada en principio acerca del soberano encuentra en la distinción de Ranciere una vía de análisis bien demarcatoria]
[4] El texto se llama algo así como “así entiendo yo la soberanía” o “la soberanía es esto” o “ a papá mono banana verde”
[5] No lo anoté, pero en el texto, Sebastián se había servido de ciertos planteos de Khun y Lakatos para mostrar el modo en que desde la ciencia puede ser comprendido el ser del “soberano policial”
[6] Los dos primeros, Jay y Adorno, en boca de Facundo y el tercero, Kusch, con motivo del (aún incompleto) texto que yo les había enviado la semana pasada.
[7] El Orden es el principal parámetro rector de la óptica del Ser. Estado y Ser van de la mano, y se corresponden en una lógica de la mismidad.
[8] La exposición de Facundo fue amplia y muy clara. Sin embargo, mitad porque ya estoy podrido de escribir, mitad porque no me da el cuero para reponer su bagaje conceptual, tan sólo presento escuetamente la dicotomía que él nos comentaba. Lo dejo planteado así, a la espera de que Facundo aclare y profundice en algún próximo laburo o mail de ocasión en torno a su intervención.
[9] Tal vez ni siquiera sea conducente tal dicotomía, pero bueno, con preguntar no se pierde nada.

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