11.12.07

Mi mujer y el otro

Ezequiel Pinacchio


Amo a una mujer clara
que amo y me ama
sin pedir nada, o casi nada
que no es lo mismo
pero es igual.
Silvio Rodríguez

Digamos que le pasó a un amigo; sí, que le fueron infiel, o al menos eso creía. Que una tarde llegó a casa, desesperado, y me lo contó. Que conversamos al respecto.
Hay otro, fue lo primero que dijo. Después se quedó callado, de pie frente a mí. En ese silencio raro, yo trataba de encontrar algo sensato que decirle. Hurgué con mi memoria en varios de los textos que había leído hacía poco tiempo y hablaban, precisamente, de Otro. Pero entendí que no podía citar como lo haría un erudito; que debía exponerlo con toda la simpleza que me fuera posible al servicio de mi amigo, de su situación concreta. Una difícil labor, sin dudas.
Como punto de partida, asumí que sus palabras (“hay otro”) debían tomarse como un todo, que se enlazaban la una a la otra presentando una semántica compleja. Se demarcaba con ellas, aunque invisiblemente aún, un ámbito de sentido en el cual la frase adoptaría toda su potencia. Ámbito al cual había que acercarse de algún modo.
La primera pregunta que me surgió tras la afirmación hay otro fue ¿dónde?; ¿dónde hay otro? Pero no, me dije, no se puede empezar respondiendo justamente eso. Antes tendría que saber cómo puede ser que haya otro, cómo es posible y qué significa un haber otro. Porque es claro que el mundo está lleno de otros. Es decir, no alcanza con ser otro; no es un hay en general lo que se juega en las palabras de mi amigo. Se trata de un estar del otro, de un habitar del otro (1). De que hay otro y me preocupa dónde está, se trata.
Pero ¿cómo es que hay un otro que preocupa y otros tantos que no importan? Al parecer es de pertinencia esta cuestión, aunque también, y sobre todo, de pertenencia. “Pertinencia” puesto que estamos en camino a cierto ámbito específico (no uno en general, no uno cualquiera sino el pertinente) en que el otro debe ser pensado. “Pertenencia”, por que esta es la relación de mi amigo con este ámbito.
Mi amigo está inquieto (2), basta con mirarlo. Le inquieta una irrupción, una visita incomoda e inesperada. ¿Quién?, supongo, se debe estar preguntando en este momento.
Quién, che; quién… musita él de repente, señalando con eso que estamos andando, aunque en silencio, un mismo camino. Entonces avanzo con mi pensamiento un poco más confiado. Avanzamos.
Pero preguntar quién, lo advertimos, es una manera de tapar lo que nos pasa. De este modo se desvía la atención desde algo inmanejable como es un sentimiento desatado, hacia algún ámbito de seguridad, de dominio personal: identificando. A este gesto, tan natural en mi amigo, se lo puede denominar “objetivación”. Proceso en que se pretende proyectar una distancia entre un “sujeto” y un “objeto” contando de ante mano con que será una estrategia apropiada, con iniciativa en el sujeto, cuándo no, la que salve dicho trecho. Toda una actitud moderna, sin dudas (3). Trocando así lo que se reveló causa eficiente para el pensamiento en una causa final, porque vamos hacia ella, y se trata entonces de una meta, nuestra, que está inserta en un proyecto, nuestro. Vamos hacia, nosotros. Y con esto ya se ha dado vuelta la cuestión; las cosas vuelven a su sitio. Se anula el sentimiento en un pase de magia; y la especulación, la resolución de los problemas, el para qué te vas a amargar, si te traicionó no te conviene... se postulan como antídotos tan eficaces para el seguir viviendo como lo es cualquier olvido o distracción, la tele, un celular más nuevo.
Quizá debíamos meternos más a fondo antes que salir del problema. Pues para llegar al otro había que dar un curioso rodeo. Y asumir, antes que nada, que ya había llegado, él primero, hasta nosotros.
Ese hijo de...
Contextualicemos. El otro irrumpe, el otro irrumpe en el marco del amor, el otro irrumpe en el marco de un amor que es, ¿era?, de uno... Antes de seguir, ¿esto es posible? Y si es posible, otra vez, ¿cómo y qué quiere decir? Partimos de la base que para que pueda darse un pensamiento en el otro, este debe enmarcarse en alguna forma de mismidad. En palabras más amenas: que tiene que tener que ver conmigo. Si no fuera así, ¿de qué estaríamos hablando? Estaríamos ante el Dios de Pseudo Dionisio acaso. Ese no-ser, innombrable, inabordable; ¿podríamos más que el silencio en tal caso? Pero mi amigo quiere hablar, y yo, debo admitirlo, un Dios más accesible. Además, se pregunta, ¿qué diferenciaría esta postura radical, que hace hincapié en el otro, de las mónadas leibnicianas, otra postura radical, que hacen hincapié en el yo? Habría soledad, interminable e insoportable soledad, en cualquiera de estos dos modos. Y no puede ser que sea tan así la realidad, ya que, con todas las salvedades y perplejidades del caso, estamos los dos, mi amigo y yo, conversando acerca de algo (4).
Lo que ocurre, y esto sí es un factum, tiene que ver con mi amigo, con su mujer y con un otro. Tiene que ver, al menos, con tres.
Así planteado, el esquema con que la reflexión ética suele abordar el problema del otro, el uno y uno, se muestra insuficiente (5). Nunca hay simplemente un yo por aquí y un otro por allá. No es dicotómico, aunque sí dialéctico el asunto. Siempre hay algo tercero que “vehiculiza” (aunque este término no sea el más feliz ciertamente) la posible relación entre dos. Y esto tercero (no confundir con “el tercero en cuestión”) no es siempre ni necesariamente otra persona, otro hombre. El lenguaje, las costumbres, los sentimientos, metas individuales o colectivas, proyectos varios, hacen posible y configuran, el modo de reconocimiento de que hay otro, de que puede haberlo (6).
En este caso particular, entendemos que lo tercero que hace posible la irrupción del otro en mi amigo de tal o cual modo es una mujer, su mujer, que es también su amor (7). Con lo cual el pensamiento en el otro nos estaría destinando a un pensamiento del amor y la propiedad (“su” mujer), pero no como una arbitrariedad externa al problema sino como implicancia directa de una mayor interiorización en él. Esto permitirá, tal vez, buscar las nociones que sean más apropiadas para el pensamiento de este particular otro, que no es cualquier otro (8).
Sin embargo, no desconocemos que abordada en estos términos, la propuesta para pensar en otro puede recibir numerosas objeciones. La más probable sin dudas, aquella que repare en que aquí el otro terminaría quedando del lado de la mismidad; fagocitado de algún modo por lo propio. Lo cual, se admite, no es erróneo. Sin embargo, creemos, pueden realizarse algunas precisiones al respecto. Pero primero aclararemos un poco cuál sería esta crítica.
La filosofía moderna ha recibido numerosas críticas, y de algunas de ellas es heredera toda filosofía de la conciencia, que es una de sus vertientes. En cuanto al plano ético, resaltamos una muy precisa: la de abogar por un yo, de una racionalidad fuerte, que sostiene una lógica de borradura de diferencias, perjudicando, más aún anulando con esto a todo aquello que no cuadre en el marco de inteligibilidad que propone como único, universal, absoluto. Entre quienes formulan las críticas a esta postura moderna, se cuentan los que señalan como consecuencias “evidentes” de esta doctrina no sólo el colonialismo o el imperialismo, y el nazismo como una forma abismal de este último, sino modos más sutiles y ambiguos de dominación de lo otro como son los derechos humanos o la condena internacional de una lapidación a una mujer a causa de adulterio en algún país del África, puesto que es otra cultura y no cabe pronunciarse al respecto.
Estos teóricos de la filosofía práctica, partidarios de defender a raja tabla toda diferencia, presumimos, no tardarían mucho en apuntar contra esta manera nuestra de comprender el pensamiento en el otro. Supuesta de antemano la objeción, sólo podríamos replicar que aquí estamos intentando no decir o hacer algo con el otro; sino experimentar lo que el otro provoca en nosotros y cómo esto es posible. Creemos que esta actitud es preferible a esa otra que ellos comparten con la filosofía ilustrada, modernosa, cualquier contractualista sobretodo, y que se resume en la pregunta ¿qué hacer con el otro?
Además, en nuestra manera de abordar la cuestión, lejos estamos de presentar un yo fuerte. Todo lo contrario, en realidad. Y cabe una comparación para ilustrar. Mi amigo, como Descartes, duda; pero mientras el francés hizo de esto su gloria y un método ejemplar; mi amigo la antesala de un desconcierto y un temor que ni les cuento. Cuando aquél, amparado en la certeza de su yo, dice que duda, en realidad no duda. Cuando éste, desamparado por aquella, duda, ¡vaya que duda! y duda hasta su propio fondo. Quedando patente esto en su desconfianza, en la sospecha. Está rara, sabés – me dice – No sé, como distinta. Tampoco que se vista de otra forma, o haya cambiado sus horarios o que salga más, o con otra gente... es otra cosa... no sé. Te juro que a veces me mira y siento que no me ve, o peor, fija las pupilas para donde estoy pero como si avistara un simple mueble o la cortina, sin alegría, de pasada, como si yo fuera una cosa... nada. Con los mismos signos, mi amigo arma otra historia. Una duda radical es esto, conmueve, mueve, y antes que nada y nadie al yo. Como si no existiera, sabés.
El yo se ve trastocado, desplazado en el seno mismo de una de los núcleos de sentido o centros ordenadores que configuran la existencia cotidiana: aquí, el amor. La cotidianidad, ese sutil sistema, exhibe una grieta. Así comienza el pensamiento, acontece el pensar que hay otro, que puede que lo haya.
Pero antes de seguir debemos aclarar algo. La forma en que se presentó la secuencia de hechos “desconfianza – pensamiento en que hay otro”, seguramente trasmite la idea que se trata de una relación causal de índole secuencial, en la cual una “mirada sin cariño” lleva a la desconfianza y esto al pensamiento en un tercero. Pero no es seguro que las cosas se den en este orden. No tienen porqué darse en este orden. Y bien pensado, es una simplificación que roza lo grotesco dejarse conducir por esta lógica. La “mirada sin cariño” es una intuición ambigua que no dice demasiado en tanto criterio científico, hay que admitirlo; y cualquier caso no remite en forma directa a la desconfianza. Podrían haber muchos motivos: el cansancio, uno; el dolor de cabeza, otro. Del mismo modo la desconfianza, que difícilmente tenga por causa una modalidad de la mirada, no conduce sin más al pensamiento de otro. La “anulación”, digámoslo así, del amor hacia uno mismo no tiene por contrapartida necesaria el hacia uno otro; no analíticamente al menos. Por eso se dice que el otro irrumpe, porque no se lo puede insertar sin más en una cadena causal; no sabemos cuándo hizo su ingreso en ámbito de lo concientizable, y menos aún cuándo se irá. Dos cosas son seguras: está, y no depende de nosotros. Dos cosas son seguras, todas las demás no.
Tambalea el yo.
Ahora bien, retomemos. La mismidad podría pasar por ser una simple palabra. Y mal paso seria apelar a ella sin explicitar, en la medida de nuestras posibilidades, qué nos dice. En principio, nos parece, remite a un ámbito de sentido apropiado en el cuál se despliegan sentimientos, nociones, proyectos nuestros. (Lo Otro equivaldría entonces a lo in-apropiado). Pero “Apropiado” se puede interpretar desde dos ejes semánticos. Por un lado, representa la idea corriente de lo que es apropiado en tanto que adecuado o “conveniente para”... Pero por otro, su sentido se despega de este terreno utilitarista o predominantemente pragmático. Lo apropiado en segundo sentido refiere a un ámbito de inteligibilidad (en sentido amplio) en el cual nuestro ser se desenvuelve con naturalidad, como en casa diríamos. Esto quiere decir que la mismidad tiene que ver con nosotros en dos sentidos específicos. Uno: en tanto es lo que nos conviene para, es lo apropiado. Por esta senda, nos situamos en un campo de expectativas a las cuales suponemos de nuestro dominio, manipulables en mayor o menor medida. Por consiguiente, un pensamiento del otro “apropiado” en estos términos, nos encaminaría por el camino que más se ha seguido en el terreno de la filosofía; se trataría de responder a la pregunta ¿Qué hacemos con el otro? De enfermedades y remedios… de soluciones, de eso trataría pensar en otro. Pero esta no es la única, ni la mejor, pero mucho menos la primera cuestión. Dos: Lo primero es la irrupción del otro en un terreno de mismidad, lo cual quiere decir que uno que no soy yo, se involucra, de algún modo, conmigo. A diferencia de la anterior forma de encarar la cuestión, esta senda prohíbe desde el vamos desembocar con prisa en la pregunta acerca de cuál sea la acción con respecto al otro. Y esto por el simple motivo que primero tiene que responder a la pregunta ¿qué ha hecho el otro conmigo? (9)
Con este punto de partida, lo que queda es comenzar a puntualizar las diferentes limitaciones que poseemos, la situación concreta de la cual partimos, como antesala ineludible de la pregunta ¿qué hacemos con el otro? Se trataría de asumir nuestras fronteras, que sea, tal vez, el verdadero respeto que se puede tener por el otro. Respetar su condición de agente desestabilizador cuando arremete contra la conciencia, aceptar que puede lastimarnos porque es otro y sus intereses no son los nuestros; porque su cuerpo no es el mío; porque nuestros sueños quizá choquen de frente con sus sueños; que tal vez él también ame a nuestra mujer ... que quizá sea amado por... en fin, se entiende la idea.
No hay otro puro que abordar. El otro está contaminado de mismidad cuando quiero pensarlo, lo mismo que la mismidad lo está de otro. Por eso para llegar a decir algo acerca del otro debemos antes pensar aquello en lo cual se nos manifiesta. Y habíamos acordado que lo hacía en el marco del amor de mi amigo.
Yo ya sé que me había dejado estar un poco, sí. Tengo bastante culpa en todo esto. – Comienza, de repente, a excusarse - Ya sé. Pero qué querés. Imaginate si uno estuviera siempre como al principio. Sería lindo, ya sé. Pero, sería imposible también. Imaginate nomás. Te rajan de cualquier laburo. Termino la carrera en 100 años si ando en las nubes como al principio… no se puede vivir así, toda la vida dando el primer beso…
Ahora, inevitablemente, me distancio un poco del razonamiento de mi amigo. Lo escucho, y sé que tiene mucho de razón. Pero también sospecho que está profundamente equivocado. Él sigue depositando todo en sus propias manos o en la de ellas o en la de un tercero. Está seguro de que se trata de cálculos, de especulaciones que se hacen para poder seguir viviendo, todo aquello que se va perdiendo, gastando, desapareciendo, en el curso del amor. Pero no.
La relación amorosa puede ser pensada como sistema, curioso pero sistema al fin. En él también rigen ciertos principios ordenadores (la fidelidad precisamente es uno de ellos) y su pretensión es, como en todo sistematizar, acotar; cerrarse como totalidad otorgando un orden y por ende seguridad a los elementos que engloba. Ahora bien, un reconocimiento del otro en este plano seria el reconocimiento de un excluido al sistema (amoroso, claro). Pero en cuanto se lo reconoce como excluido, automáticamente, el sistema caduca (10). Por que eso que está por fuera del sistema, lo constituye de algún modo. Es su afuera, y es aquello que en su no ser le permite ser a lo que es. Pero, preguntemos: Todo ¿como podría tener limites?, y límites “por fuera” desde algo que “no es” ¿qué quiere decir? ¿No dejaría de ser un Todo lo que tiene afuera? Y, fundamentalmente, ¿el amor no es precisamente aquello que no tiene límites, lo que no se puede calcular?
Si se supusiera que el amor es “algo” que pertenece a “alguien”, podríamos creer que puede ser dado según antojo de propietario: A da B a C… o a D. Pero este esquema, en que la voluntad y la determinación de unos individuos tomarían un rol primordial, es, cuanto mínimo, poco acertado. El amor se parece mas bien a una donación pura, que es de nadie y de nada, mucho más que a un intercambio. ¿Quién puede reconocerse como “dador” o “receptor” de estos bienes? (11). Lo cierto es que los “involucrados” en el amor siempre llegan tarde a ese evento crucial que los determina, y nada tienen de partícipes en su gestación; el origen les es ajeno, indomable, y quizá por esto mismo no son para nada “originales”, debe decirse, en ese evento único que se repite y se repite – alcanza con recordar que todas las parejas hacen exactamente lo mismo, creen exactamente lo mismo, y dicen bicho, cosita y otras calamitosas consideraciones, exactamente lo mismo.
Me siento estafado además. Como que no importa todo lo que hice, el tiempo que pasamos juntos, que la necesito… mirá, si uno trabaja le dan un sueldo; si uno tiene una casa, llueve y no se moja. Pero ¿las mujeres? ¿Qué garantía te da el amor de una mujer?....
Todo lo que no corresponde a las consecuencias lógicas de determinado principio ordenador, aquí la fidelidad, está por fuera del sistema. Con lo cual siempre que hay fidelidad hay otro “por fuera” que la hace posible. Un mundo de dos, no recurriría a este principio, es evidente. Por eso, tomar conciencia de la posibilidad de otro es reconocer al mismo tiempo una dimensión inherente al sistema del cual formábamos parte. Por lo demás, lo cierto es que el otro siempre estuvo y su dimensión también; sólo faltaba que irrumpieran en la conciencia, se trocaran pensamiento preocupado. Tal vez por eso el engaño nunca es responsabilidad de uno, ni de dos, ni de tres. Por esto se me ocurre asegurar que la responsabilidad es excesiva o no es responsabilidad (12). Y si hay que denunciar un sujeto agente en todo esto, será pues el amor, porque trasciende, y es totalidad que deja casi todo fuera. Lo imprevisible de su naturaleza, de su lógica, se ajusta tanto mejor a lo que produce que ninguna otro candidato.
Sigue hablando: ¿Eh?, decime, ¿qué garantía te da? De repente desapareció y vos te quedás ahí, mirando unas cenizas, no. Mirás y decís, bueno, son de un amor, viejo, acá hubo un fuego. Otro día por ahí mirás y lo mismo, te acordás que hubo un fuego al menos. Pero algún día – y eso es lo que da más miedo – voy a, mirar las cenizas esas y voy a creer que son un poco de mugre, y las voy a limpiar, entendés… Y yo no quiero eso.
Pero yo sigo pensando en su primera frase. Hay otro, me había dicho ni bien llegó a casa. Y ahora yo no puedo más que darle la razón. Claro que hay otro, siempre hay otro. O mejor dicho, otros, muchos otros. Y esos otros, me doy cuenta, en su no ser parte del amor, son los contornos del mismo, es decir, son también de algún modo ese amor. Sólo que la parte oculta, claro, la que se sustrae, y que en esa sustracción otorga la posibilidad de ser a la relación.
Antes me pregunté ¿dónde, dónde es que hay otro? Y ahora podría responder que el otro irrumpe en la mismidad de lo amado. Y que su irrupción es sobretodo una cara necesariamente oculta de toda relación afectiva... efectiva. Los problemas, a decir verdad, comienzan cuando este proceso se des-encubre, vaya a saber uno porqué, y la conciencia es minada por dentro. Y si puede haber otro es porque una mismidad, que trasciende al simple yo y otro, se lo permite. Más aún, se lo exige: ¿Cómo ser fieles si no hay otros? Para alcanzar una mínima comprensión acerca de que sea este otro al cual nos avocamos, primero teníamos que indagar un poco en el amor, porque ahí se manifestaba el otro de ocasión, y no en una región pulcra en la que los conceptos sin contaminación alguna de la situación en la que emergen se presentan al pensamiento. No hay “Otro”, no en su pureza. Ahora lo entiendo… Y al fin de cuentas, el otro que desestabiliza, el mismo que pone en riesgo la casa, la rutina; el mismo abre, sin embargo, la puerta a una verdad. El otro me hace ver mejor. Estamos en deuda con el otro entonces. El otro hace patente el carácter efímero de toda certeza. Es mayéutico el otro... ¡Tendrías que dar gracias que hay otro!, grito de pronto, exultante, victorioso, en la cara de mi amigo… Me mira. (Creo que no entendió) Me mide. (uy)
(…)
Pasadas ya algunas horas, espero que el hielo, atenúe este moretón; y que el tiempo, acompañado de una ardua y paciente explicación, logre que mi amigo vuelva a dirigirme la palabra.
Difícil labor pensar en otro, pienso. Peligrosa.


NOTAS Y COMENTARIOS de otro

Aclaración: Con estas NOTAS Y COMENTARIOS intentaremos otorgar una variedad de referencias que puedan servir de orientación al (desafortunado) lector de Mi mujer y el Otro, asunto por el cual el autor no se ha preocupado en lo más mínimo.

(1) Aquí se presenta una interesante, aunque lamentablemente no desarrollada, contraposición entre conceptos caros a Rodolfo Kush, AMÉRICA PROFUNDA, como lo son el Ser y el Estar. El Ser en Kusch remite a un “ser alguien”, es decir el determinarse, adoptar alguna forma pretendidamente estable, hacer notable una identidad. Tal intento busca insertarse en aquello que el autor denomina “ciclo del mercader”. En contraposición a esto, se presenta la noción de Estar. Esta última, enmarcada en otro ciclo, el “del pan”, remite a una intuición mas profunda y originaria (en América al menos) acerca del sentido de la existencia. Asegura Kusch que: “El estar aquí es previo al ser alguien (…) El estar brinda al ser los elementos para su dinámica”. “Al eliminarse la función concreto y utilizaría de la inteligencia, aparece siempre el viejo mundo irracional donde se afinca el mero estar”. Teniendo en cuenta esto, avanzamos como hipótesis de lectura que, probablemente, el autor de Mi mujer y el Otro, ha intentado situar su discurso en un nivel previo, o más básico, al del ser. En palabras de Cullen: “ la interpretación de las acciones humanas queda no determinada por el horizonte ontológico sino por el mero estar, donde no se busca que desaparezca el caos, ni se teme que el no ser implique la aniquilación, simplemente por que se está” (Ser y Estar. Dos horizontes para definir la cultura)

(2) Aquí, claramente, se ha tomado como referente el texto de Bernhard Wandelfels con titulo LO PROPIO Y LO EXTRAÑO. Y más precisamente uno de sus apartados; el denominado “la inquietud ante lo extraño”. Allí podemos leer que “La experiencia de lo extraño (…) es amenazadora porque lo extraño hace la competencia a lo propio (…) Esto remite ya al modo o manera con que salimos al encuentro de lo extraño y tratamos con ello”. Veremos cómo esta tendencia a involucrar algo más que la razón a la hora de encarar un pensamiento del otro va ganando espacio a lo largo de discurso.

(3) La alusión es, puede suponerse, a Descartes. Se estaría intentando un pretencioso ataque a toda la filosofía moderna (como si esta fuera un todo compacto) tomando a su fundador, a una frase de su fundador más bien, como blanco al cual disparar. El brillante filósofo francés ha dicho: “Y yo sentía siempre un vivo deseo de aprender a distinguir lo verdadero de lo falso, para ver claro en mis acciones y caminar con seguridad en esta vida”. Contra este espíritu filosófico pretende discutir el para nada brillante ni filosofo ni mucho menos francés autor de Mi mujer y el Otro.

(4) Derrida “Firma, acontecimiento, contexto”. Comienza el texto diciendo: “¿Es seguro que corresponda a palabra comunicación un concepto único, unívoco, rigurosamente dominable y transmisible: comunicable? Pero para articular y proponer esta pregunta ha sido preciso anticipar algo sobre el sentido de la palabra comunicación (...)” Lo que hace Derrida en este texto es poner al descubierto todos los riesgos inherentes a la utilización del lenguaje (sus fragilidades, sus dependencias) y por ende los de la comunicación, pero sin renunciar por eso a transmitir sus pensamientos. Poniendo en acto la tensión entre la intensión del “autor” y el efecto en el “lector”, a merced ambos de una lógica que los excede y de la cual se sirven, no obstante.

(5) Taylor, R. “El reconocimiento del otro” allí podemos leer: “ A todas las culturas les debemos una presuposición de esta índole (...) Todos deben disfrutar de la suposición de que su cultura tradicional tiene un valor (...) la actitud que se adopta al emprender el estudio de los otros” En este texto puede apreciarse con claridad una propuesta de índole cognoscitiva (ya que se estudia al otro antes de emitir un juicio de su cultura) que pretende resolver problemas entre fracciones diferentes, apelando a un presupuesto pragmático de “darles una oportunidad de mostrarse” (nosotros a ellos) respondiendo así a la clásica pregunta ¿qué hacemos con el otro?.

(6) Wandelfels, B. “El llegar a ser extraño puede consistir en que tengo la experiencia de los otros como extraños, o en que me siento a mi mismo como extraño frente a los otros (…) Esta inversión presupondría que yo me considero como otro y al otro como a mi mismo, y así considero a ambos con los ojos de un tercero” En el discurso que comentamos, lo tercero que hace posible el reconocimiento de lo extraño es, mas que la mujer, el amor del que esta es solo un signo. Confirmaría esta interpretación la cita siguiente.

(7) Dice Barthes, Roland: “Es la mujer quien da forma a la ausencia, quien elabora la ficción (…) en todo hombre que dice la ausencia de otro, lo femenino se declara (…)” Sirviéndose de esta afirmación, el autor estaría intentando ensamblar los pensamientos del otro y de la mujer propia como si no fuera posible establecer una distinción analítica entre lo que le corresponde como contenido al primero y lo que a la segunda. Como si se “generaran” en un suelo común ambos conceptos, y la relación con uno determinara irreversiblemente la mirada hacia al otro. Tal presuposición se ve apoyada por lo dicho antes acerca de la estructura triádica del problema.

(8) “El estado de animo `cae sobre’. No viene de `fuera’ ni de `dentro’, sino que como modo de `ser en el mundo’ emerge de este mismo”. “Ni siquiera la más pura TEORÍA ha dejado lejos de sí todo estado de ánimo, hasta su puro ‘dirigir la vista´ únicamente (…) se le muestra (…) cuando puede dejarlo venir hacia ella”. Evidentemente influenciado por la corriente fenomenológica, el autor se estaría apoyando en pasajes como los que se citan, tomados de SER Y TIEMPO, para defender la idea de que previamente a la distinción “sujeto-objeto”, una “disposicionalidad” (el “cómo le va a uno”, si lo pasamos desde el plano ontológico al óntico) hace posible la apertura al mundo, y por ende a toda comprensión en general, determinándola de antemano.

(9) Suponemos que refiere a la propuesta del prefacio al libro de Fanón, LOS CONDENADOS DE LA TIERRA. Cuando Sartre debe justificar su recomendación a la lectura de Los condenados, asegura que ese libro mostrará a los europeos su verdad de objetos. Es decir que no se estaría haciendo hincapié en qué hacer con el otro (al menos no en esta parte) sino entreviendo qué podría hacer él con nosotros. Según Sartre, eso que podría hacer el otro con nosotros es liberarnos. La propuesta, si es que hay una, de Mi mujer y el Otro sería similar, según nuestra interpretación.

(10) Al parecer el autor de Mi Mujer y el Otro está intentando servirse del planteo de Dussel en Ética de la Liberación, en su presentación de la dialéctica entre sistema y excluido, para expresar el modo en que el otro o “tercero en cuestión” siempre está dando sentido, aunque desde su no ser, a la realización de la relación amorosa. No “se puede vivir en un sistema que genera víctimas que no pueden vivir, y que por lo mismo es contradictorio o encubridor” Así, aunque evidentemente forzada, la base en la cual el autor sostiene esta comparación y posterior desarrollo del amor como “curioso sistema”, puede hallarse en Dussel. “(…) si las instituciones son la repetición de actos exitosos para el dolor y postergar la muerte y así alcanzar la felicidad, la víctima’ es su contradicción absoluta”

(11) Ensayemos el siguiente ejercicio y se verá claramente de dónde ha tomado el autor de Mi mujer y el Otro la estructura discursiva para disertar acerca del amor: Donde en los textos derridianos se lee la palabra “don” léase la palabra “amor”. “Ahora bien, semejante desplazamiento no afecta a la paradoja dentro de la cual nos debatimos, a saber, la imposibilidad o el double bind del don: para que haya don es preciso que el don no aparezca siquiera, que no sea percibido como don. Pues si hemos añadido que no ha de ser siquiera tomado o (res)guardado es, justamente, para que la generalidad de dichas nociones (de toma y, sobretodo, de guarda) abarque una recepción, una acepción, una aceptación…” y también: “Aunque el don no fuese jamás sino un simulacro, aun es preciso rendir cuentas de la posibilidad de este simulacro y del deseo que induce a dicho simulacro. Y también es preciso rendir cuentas del deseo de rendir cuentas (…) ¿Por qué, si no, me comprometería yo – convirtiéndolo en una obligación – a hablar y rendir cuentas? (…) ¡y qué prohíbe perdonar a quienquiera que no sepa dar?”

(12) “La responsabilidad es excesiva o no es responsabilidad” ha dicho el autor de este discurso que ahora comentamos. “La responsabilidad es excesiva o no es responsabilidad” Había dicho mucho antes Derrida en una entrevista con J-L. Nancy (“<<>> o el cálculo del sujeto”) Complementando el aserto con estas palabras: “Una responsabilidad limitada, calculable, racionalmente distribuible, es ya el devenir-derecho de la moral; a veces también el sueño de todas las buenas conciencias (...)”

No hay comentarios: