13.12.07

Encuentro del 16-08-07

Empezamos la reunión haciendo un breve balance de la experiencia en torno al congreso de AFRA. Proponemos, para la próxima reunión, leer y discutir las monografías y profundizar sobre este tema (cuán mal o no tanto estuvo escribir, cómo vamos a ir, cuánto de lo que nos proponíamos originalmente queda en pie con todos los cambios que nos impuso la institución, etc.).
Resuelto eso nos dedicamos a Foucault. Por la confusión generada en torno a los textos, algunos habíamos leído “Omnes et singulatim” y otros “¿Qué es la Ilustración?”. Fuimos recorriendo aleatoriamente las dos conferencias, introduciendo a veces elementos del texto kantiano mismo.
Empezamos señalando la distinción algo curiosa entre un uso privado y un uso público de la razón. Como funcionario, el hombre está limitado a un uso privado de la razón, en que debe comportarse pasivamente y obedecer los mandatos que sus superiores y las peculiaridades de su tarea le imponen. Como docto, el hombre accede un uso público de la razón, que sólo está limitado por la idoneidad, pudiendo, por lo tanto, cuestionar la autoridad a que está sometido y las funciones que bajo ella cumple. Esta distinción de usos de la razón parece orientarse por los objetos a los que la reflexión se aboca: el objeto del uso público de la razón es lo universal (la sociedad como un todo), el del uso privado lo particular (la función propia y sus tareas).
Señalamos que este uso de “privado” y “público” invierte en alguna medida el sentido de los términos como acostumbramos usarlos: normalmente llamaríamos al uso libre, no atado a restricciones, de la razón, “privado” (creyendo ingenuamente que puertas adentro de la privacidad cada uno vive como se le canta), y reservaríamos “público” para la razón atada a los deberes del hacer civil. Kant en su artículo invierte esto: lo privado es (recordemos a Virno) lo carente, lo limitado y condicionado por un poder exterior, lo aislado e impotente. El uso privado de la razón es, lógicamente, aquél que se ajusta a las tareas y autoridades derivadas de la división de roles imperante. La razón pública, en cambio (Scavino) es aquélla que se pone por encima de las condiciones imperantes y del particular lugar del sujeto raciocinante en ellas, y contempla señorialmente la realidad desde la perspectiva de lo universal. ¿Nada limita al uso público de la razón? Únicamente la idoneidad, cuyas condiciones son las del uso legítimo de las facultades del conocimiento humano, fijadas tres Críticas. La sociedad cosmopolita en que Kant piensa, como se sigue de esto, no se funda en el pacto entre los intereses egoístas de los sujetos. Cada uno, como sujeto particular, no puede juzgar el orden social, porque está confinado a su función propia. Sólo universalmente puede razonarse sobre lo público, diría Kant, y ponerse en entredicho lo establecido.
En términos pedestres, Kant parece decir, con el liberalismo, que la ley debe ser libremente cuestionada pero ciegamente obedecida. El hombre que hace algo más que pensar o escribir es un funcionario, un empleado, un ciudadano. Como tal, no le corresponde razonar más allá de los límites especiales de su función. Pero, como docto, en tanto piensa y escribe pero no hace nada más, puede pensar libremente en el marco de lo racional. En suma: libertad de prensa, respeto de la ley.
El sujeto queda, pues, dividido en dos: es funcionario o docto. Piensa en los términos particulares de su rol social, o en los términos generales de la razón universal en él. En analogía forzada con la Crítica de la razón pura, como sujeto empírico el hombre está sujeto a las condiciones de su tarea asignada, como sujeto trascendental (o nouménico, no lo resolvimos) está más allá de ellas-
Encontramos que estas ideas se parecen sospechosamente a las de Adorno, Derrida y tal vez hasta Foucault: hay que ir, en la crítica teórica, hasta donde la praxis no puede. Como hombre que actúa, cada uno parece estar condenado(a repetir lo existente). Pero el pensamiento le permite tomar distancia y volatilizarlo todo.

Luego pasamos a darle más bola a Foucault, trabajando especialmente sobre las relaciones con el pensamiento de la teoría crítica (TC). El pelado dice tres cosas sobre la razón en “Omnes et singulatim”: 1) Que no hay “la razón” sino razones locales; 2) Que hay tipos de racionalidad y no tiene sentido ver si somos racionales o irracionales sino bajo qué tipo de racionalidad estamos pensando; 3) Que para entender la razón no hay que ir a la ilustración, sino a procesos históricos mucho más amplios. Comparando, la TC sólo discrepa con el primer punto. Con 3) están de acuerdo, por ejemplo cuando se van hasta Homero para elucidar el iluminismo. Con 2), también, el pensamiento de la TC es un pluralismo de la razón: no hay una única razón sino varios tipos de racionalidad que articular u oponer. En Horkheimer ya vimos la contraposición entre razón subjetiva y razón objetiva, en Marcuse hay una oposición entre la razón tecnológica y una posible racionalidad emancipada, etc. Pero con el punto 1) viene la discordia. Cuando Foucault habla de tipos de racionalidad se refiere a cómo, en contextos prácticos locales, los hombres inventan distintas maneras de pensar las cosas, digamos. Recusa explícitamente (en su Arqueología) la tesis “hegeliana” según la que hay un “espíritu de la época” que atraviesa y homologa múltiples contextos institucionales locales, permitiendo leer una misma lógica en todos ellos. Cuando la TC habla de tipos de racionalidad, en cambio, supone más o menos explícitamente que son fenómenos históricos universales, no porque no cambien, sino porque, cuando aparecen, se instalan prácticamente en todas las instituciones y contextos sociales (la “formalización de la razón” no ocurrió en la cárcel, ni en la escuela, sino en todos lados a la vez o, al menos, acabó por difundirse en toda la vida social y espiritual de la civilización occidental).

¿Qué valora Foucault de la modernidad (y los TC´s con él)? Su actitud autocrítica, que le permite todo el tiempo volver sobre las propias condiciones y la propia razón e investigarlas. En la filosofía como ejercicio eminentemente crítico (más que afirmativo) se vislumbra una posibilidad práctica (que no concierne inmediatamente a la filosofía, pero se compenetra con ella): la de ver la contingencia de lo dado y, con ello, la posibilidad de transformarlo.
Hay dos diferencias entre la crítica de la razón foucaultiana y la kantiana. La crítica de Foucault no es trascendental, carece de una estructura universal a la que elevarse. Es, en cambio, arqueológica, porque hace una historia de lo que los hombres hemos llegado a ser lo que somos y decir lo que decimos. Es, también, genealógica, porque sustenta en la exhibición de la contingencia de lo que somos, la posibilidad de dejar de serlo. En este punto discutimos de nuevo la relación con la TC. Yo creo que la autocrítica de la razón tampoco debe, para ellos, sustraerse a la realidad histórica y estipular condiciones trascendentales del conocer, sino mostrar la génesis histórica de racionalidades (por eso la razón subjetiva y la objetiva deben complementarse). Algunos piensan que para salvar la contingencia pensar en “tipos de racionalidad” universales no da, yo pienso más bien a la inversa (que sin lo universal todo es “razón privada). Pero sobre esto obviamente no alcanzamos una posición superadora, nomás charlamos un rato.

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